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Los días después de la fiesta fueron un torbellino de emociones. A pesar de que intentaba concentrarme en las clases y los deberes, mi mente no dejaba de regresar al encuentro en la discoteca. Cada vez que cerraba los ojos, veía la expresión de Richard, mezclada entre enojo y algo que no lograba descifrar. Lo peor era que ni siquiera podía desahogarme con Marcela porque, aunque me apoyaba, claramente no entendía la complejidad de lo que sentía.

Aquel fin de semana, decidí que necesitaba un respiro de todo, así que acepté la invitación de unas amigas de la escuela para salir a almorzar. Lo que menos quería era quedarme encerrada en casa, dándole vueltas al asunto. Aún no había hablado con Alex desde la noche de la discoteca, y aunque sabía que debía hacerlo, no me sentía preparada para enfrentarlo.

Nos reunimos en un café del centro, uno de esos lugares que siempre están llenos de gente, con la música de fondo y un ambiente animado. Intenté sumergirme en las conversaciones triviales de mis amigas, pero algo dentro de mí no me dejaba estar completamente presente.

—Jessi, ¿me estás escuchando? —dijo Camila, una de las chicas del grupo, sacándome de mis pensamientos.

—Sí, perdón, ¿qué decías? —respondí rápidamente, forzando una sonrisa.

—Te estaba preguntando si ya decidiste a qué universidad quieres ir —repitió, mirándome con curiosidad.

La pregunta me tomó por sorpresa. En medio de todo lo que había pasado, no había tenido tiempo de pensar en mi futuro. En realidad, la universidad era lo último en lo que quería pensar.

—Aún no estoy segura —dije, jugando con mi pajilla—. Todavía lo estoy pensando.

—Bueno, no te preocupes, aún tienes tiempo —intervino Laura, otra de las chicas—. Además, sé que tomarás la mejor decisión.

Intenté sonreír, pero no pude evitar sentirme agobiada por la presión de todo. Mientras mis amigas seguían hablando, mi teléfono vibró en mi bolsillo. Lo saqué rápidamente y vi un mensaje de Alex.

**Alex**: "Necesitamos hablar. No quiero que lo que pasó en la fiesta quede así."

Suspiré. Sabía que no podía seguir evitándolo, pero no estaba lista para tener esa conversación. Dejé el mensaje sin responder y guardé el teléfono, intentando concentrarme en el presente.

Después de un par de horas en el café, decidí regresar a casa. La caminata me ayudó a despejar un poco mi mente, pero al llegar, me encontré con la sorpresa de que Richard estaba estacionado frente a mi casa. Mi corazón dio un vuelco, y una mezcla de enojo y nerviosismo me invadió.

—¿Qué haces aquí? —le pregunté en cuanto me acerqué.

—Necesitamos hablar —respondió con su típica seriedad, sin rodeos.

Lo último que quería era tener una conversación con él en medio de la calle, así que abrí la puerta de la casa e hice una seña para que me siguiera adentro. Una vez dentro, nos quedamos de pie en la sala, ambos evitando el contacto visual por unos segundos.

—¿Qué quieres, Richard? —dije finalmente, cruzando los brazos—. ¿Otra charla sobre cómo no debería estar con Alex?

—No es solo sobre Alex —respondió, sus ojos oscuros encontrando los míos—. Es sobre todo. Lo que pasó en la discoteca, lo que pasó en el parque... No puedo seguir pretendiendo que no me importa.

—Pues a mí tampoco me importa lo que tú pienses —mentí, tratando de sonar más segura de lo que realmente estaba—. No eres mi papá, Richard. No tienes derecho a decirme con quién puedo o no puedo estar.

—Sé que no soy tu papá —dijo, su voz más baja pero cargada de emociones—. Pero me importas, Jessi. No quiero verte lastimada.

—¿Lastimada? —reí amargamente—. ¿Como cuando tú me lastimas al estar tan cerca y al mismo tiempo tan distante? ¿O cuando decides aparecer y desaparecer de mi vida cuando te conviene?

El silencio que siguió fue pesado, y pude ver la lucha interna en sus ojos. Richard era una persona difícil de leer, pero en ese momento, su vulnerabilidad era evidente.

—No puedo cambiar lo que pasó entre nosotros —dijo finalmente—. Pero lo que siento no ha cambiado. Y eso me asusta.

Mis palabras quedaron atrapadas en mi garganta. No sabía cómo responder a eso. Sentía que estábamos en un bucle, atrapados en un juego emocional del que ninguno de los dos podía salir. Pero también sabía que, por mi propio bien, tenía que poner un límite.

—Richard —dije suavemente—. No sé qué esperas de mí, pero no puedo seguir así. Necesito espacio, y tú también lo necesitas.

Se quedó en silencio por un momento, asintiendo lentamente.

—Lo entiendo —respondió, aunque su voz sonaba derrotada—. Solo... ten cuidado, Jessi. No quiero que termines herida.

Sin decir más, se giró y salió de la casa, dejándome con un nudo en el estómago y una confusión que parecía imposible de deshacer. Lo que alguna vez había sido una relación sencilla entre el papá de mi mejor amiga y yo, ahora era un caos de emociones no resueltas. Sabía que tendría que enfrentar todo esto eventualmente, pero por ahora, solo quería que el mundo se detuviera un momento para poder respirar.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora