La noche de la pijamada estaba cargada de emoción y nostalgia. Después de lo que había pasado en el parque, necesitaba un respiro de todo. Mi mamá, en su ambiente de copas y amigas, sugirió que Marcela y yo trasladáramos nuestra pijamada a su casa, y aunque al principio tenía mis dudas por obvias razones, decidí aceptar. Después de todo, su papá no estaría allí, y era mi mejor amiga, así que no tenía por qué preocuparme, ¿verdad?
Llegué a su casa con una mochila llena de ropa cómoda, juegos, y algo de comida chatarra. Marcela ya tenía todo listo en su sala, con películas de terror en la lista de reproducción y una pila de revistas de chismes sobre la mesa. Nos pusimos a charlar, reír, y recordar viejos tiempos. Incluso nos atrevimos a tomar unas copas de vino que habíamos "tomado prestadas" de su cocina. La noche avanzaba entre risas, selfies absurdas y confesiones que solo una pijamada con tu mejor amiga puede traer.
La diversión no paraba, pero después de un rato, necesitaba un respiro. Decidí salir al balcón a tomar aire fresco.
El balcón estaba en silencio, apenas iluminado por la luz tenue de la luna que se colaba entre las sombras. El viento frío acariciaba mi piel mientras me recostaba en la barandilla, intentando calmar mi mente después de una noche cargada de emociones. Fue entonces cuando escuché la puerta de la habitación abrirse suavemente. Sin girar la cabeza, supe que era Richard.
Sentí su presencia antes de verlo. Sus pasos lentos resonaron en el suelo de madera hasta que se detuvo a pocos centímetros de mí. El aire entre nosotros parecía cargado de electricidad. No había nada que decir, al menos no con palabras. Nuestras miradas se encontraron, y fue como si todo lo no dicho entre nosotros cobrara vida en ese instante.
—¿Qué demonios hicimos en ese parque, Jessi? —murmuró, su voz baja, pero llena de frustración y deseo contenido.
—No lo sé, Richard. No sé qué estamos haciendo —respondí, tratando de mantener la calma mientras mis manos temblaban ligeramente.
La conversación fue breve, casi innecesaria. Lo que realmente importaba estaba en la forma en que nos mirábamos, en la manera en que nuestras respiraciones se aceleraban, y en la tensión palpable que nos rodeaba. Estaba en esa línea delgada que habíamos cruzado antes y que, a pesar de todo, estábamos a punto de cruzar de nuevo.
Antes de darme cuenta, me encontré moviéndome hacia él, o tal vez fue él quien se acercó a mí. Todo sucedió en un instante. Richard me tomó por la cintura, su agarre firme pero delicado, como si intentara controlarse, pero no pudiera detenerse. Sentí su aliento cálido contra mi cuello, y un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras me levantaba ligeramente, sentándome sobre la barandilla del balcón.
—Esto es una locura... —susurré, aunque mi voz carecía de convicción.
—Lo es —respondió, pero no se detuvo.
Su boca encontró la mía, y todo lo demás se desvaneció. El beso fue intenso, lleno de la urgencia de dos personas que sabían que no debían estar haciendo esto, pero que no podían resistirlo. Mi corazón latía con fuerza mientras sus manos recorrían mi espalda, tirando de mí más cerca, como si no hubiera suficiente espacio entre nosotros.
La barandilla del balcón era estrecha, apenas un lugar cómodo, pero no nos importaba. Mis piernas se envolvieron alrededor de su cintura mientras sus manos se movían con más desesperación, explorando cada rincón de mi cuerpo. El frío de la noche contrastaba con el calor de nuestras pieles, y el mundo a nuestro alrededor parecía haberse detenido.
No hubo tiempo para palabras dulces o susurros. Todo fue rápido, impulsivo, como si la necesidad de estar juntos en ese momento fuera lo único que importaba. Richard desabrochó sus pantalones con una mano mientras la otra me sostenía firmemente. Sentí su cuerpo contra el mío, y un gemido se escapó de mis labios cuando nos unimos, el placer y la adrenalina mezclándose en mi mente.
Cada movimiento era frenético, como si temiera que el mundo pudiera descubrirnos en cualquier momento. Mi cuerpo respondía a cada uno de sus embates, mis manos aferradas a su espalda, mis uñas clavándose en su piel en un intento de anclarme a la realidad mientras me perdía en la intensidad del momento.
El balcón crujía bajo el peso de nuestro encuentro, el sonido de nuestras respiraciones pesadas y los susurros ahogados llenaban el aire. Mis sentidos estaban embotados, enfocados solo en él y en lo que estábamos haciendo. Sentía el peligro de la situación, la emoción de lo prohibido, y el deseo que me consumía desde dentro.
Finalmente, después de lo que parecieron ser horas pero en realidad fueron solo minutos, el clímax llegó como una ola poderosa que nos dejó a ambos temblando. Nos quedamos allí, jadeando, tratando de recuperar el aliento mientras el mundo volvía lentamente a la normalidad.
Richard se apartó de mí, aún respirando con dificultad. No dijimos nada mientras nos arreglábamos la ropa, el silencio entre nosotros pesado, pero no incómodo. Era como si ambos supiéramos que no había necesidad de hablar, que lo que había pasado era inevitable.
Me bajé de la barandilla, mis piernas temblando ligeramente, y lo miré. Sus ojos aún estaban oscuros, llenos de emociones que no sabía cómo interpretar. Pero antes de que pudiera decir algo, una sonrisa irónica apareció en sus labios.
—Esto no puede seguir así —murmuró, casi como si se lo dijera a sí mismo.
—Lo sé —respondí, aunque no estaba segura de creerlo.
—Será mejor que regrese antes de que Marcela me busque —dije, más para mí misma que para él.
Richard asintió, y sin decir nada más, se apartó. Lo vi alejarse por el pasillo mientras me quedaba unos segundos más en el balcón, tratando de aclarar mi mente antes de volver a la realidad.