17

582 43 8
                                    



El sol entró tímidamente por las persianas, pero no fue suficiente para disipar la oscuridad que sentía dentro de mí. Había pasado la noche en un estado de semiinconsciencia, reviviendo una y otra vez el encuentro con Richard en la cocina. Su mirada, sus palabras, todo había quedado grabado en mi mente, como un eco que se negaba a desaparecer.

Las horas pasaron lentas, y el peso de lo ocurrido la noche anterior parecía crecer en mi pecho. Traté de ignorarlo, de distraerme con cualquier cosa, pero era inútil. Cada pensamiento volvía a él, a su proximidad, a la tensión palpable que había llenado la cocina cuando nos quedamos a solas. La casa estaba vacía, un reflejo de cómo me sentía por dentro.

Con el pasar del día, decidí salir. Necesitaba aire fresco, despejarme de alguna manera, así que llamé a Santiago. Habían pasado días desde la última vez que hablamos, desde la última vez que le había pedido droga. Aunque sabía que él estaba molesto conmigo, era la única persona con la que podía ser completamente honesta sobre lo que me estaba pasando.

Nos encontramos en el parque donde solíamos pasar el rato, alejados de la vista de los demás. Santiago ya estaba allí cuando llegué, sentado en un banco con una expresión de preocupación en su rostro.

—Jessi, ¿estás bien? —me preguntó apenas me vio.

Asentí, aunque ambos sabíamos que no era verdad. Nos sentamos en silencio por un momento, y finalmente, tomé aire antes de hablar.

—Necesito algo, Santiago. Algo que me haga olvidar por un rato.

Santiago me miró, y en sus ojos vi una mezcla de tristeza y frustración.

—Jessi, esto no es lo que necesitas. Ya basta, en serio. Estás yendo demasiado lejos.

Me mordí el labio, sintiendo la ansiedad crecer dentro de mí. Sabía que tenía razón, pero no podía evitarlo. Era como si todo en mi vida se estuviera desmoronando, y la única manera de mantenerme a flote era a través de esos momentos de desconexión.

—Por favor, Santiago... —insistí—. Solo esta vez, lo prometo.

Él suspiró, pasándose una mano por el cabello en un gesto de desesperación. Finalmente, sacó un pequeño paquete de su bolsillo y me lo tendió.

—Esto es fuerte, Jessi. No lo tomes a la ligera.

Tomé las pastillas de su mano, sintiendo un nudo en el estómago. Sabía que estaba cruzando una línea peligrosa, pero en ese momento, no me importaba. Solo quería apagar las voces en mi cabeza, olvidar la confusión que Richard había dejado en mí.

—Gracias... —susurré, guardando las pastillas en mi bolsillo.

Nos quedamos un rato más en silencio, ninguno de los dos sabiendo realmente qué decir. Finalmente, me levanté y lo miré a los ojos.

—Lo siento por todo, Santi. Prometo que después de esto, lo dejaré.

Él solo asintió, aunque pude ver en su mirada que no me creía. Y tal vez, en el fondo, yo tampoco me creía a mí misma.

Volví a casa y me encerré en mi cuarto. Estaba sola, y aunque sabía que debía sentir miedo, una extraña calma se apoderó de mí. Tomé una de las pastillas y me recosté en la cama, esperando que el efecto comenzara.

No pasó mucho tiempo antes de que todo se volviera borroso. Las paredes de mi cuarto parecían moverse, y las sombras danzaban a mi alrededor en un extraño juego de luces. Cerré los ojos, dejándome llevar por la sensación de flotar, de estar suspendida en un espacio donde nada podía tocarme.

Pero, en medio de ese estado, una imagen se formó en mi mente. Richard, su mirada intensa, su voz diciéndome que esto no podía pasar. Era como si estuviera allí, a mi lado, mirándome con esa mezcla de deseo y culpa que había visto en sus ojos la noche anterior.

Sentí que mi cuerpo respondía a esa imagen, a ese recuerdo. Era como si mi mente estuviera jugando conmigo, empujándome hacia un abismo que no sabía cómo evitar. El calor se extendió por mi cuerpo, y de repente, todo se sintió demasiado real, demasiado cercano.

Quise sacarlo de mi mente, pero fue imposible. Estaba atrapada en ese momento, en esa fantasía que se sentía tan viva que casi podía tocarlo. Mis manos se aferraron a las sábanas, y aunque una parte de mí sabía que todo era producto de la droga, otra parte deseaba que fuera real.

Cuando finalmente el efecto comenzó a desvanecerse, me sentí vacía, como si todo dentro de mí hubiera sido arrancado. Me acurruqué en la cama, con el cuerpo temblando, tratando de asimilar lo que acababa de pasar.

Richard seguía siendo un fantasma en mi mente, una presencia que no podía ignorar, por más que lo intentara. Y mientras el día daba paso a la noche, supe que nada volvería a ser igual. Había cruzado una línea, una de la que no estaba segura si podría regresar.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora