Mientras el efecto de la marihuana seguía corriendo por mis venas, sentí cómo mi mente empezaba a vagar por caminos inesperados. Santiago seguía hablándome, pero sus palabras se volvían ecos lejanos, distorsionados por la neblina que se instalaba en mi cabeza. Cerré los ojos, y de repente, el rostro de Richard apareció en mi mente.
Al principio, solo era su mirada. Esos ojos oscuros que siempre parecían saber más de lo que decían, observándome con una intensidad que me dejaba sin aliento. Pero pronto, esa imagen comenzó a cambiar, a volverse más vívida, más real. Sentí como si Richard estuviera allí, frente a mí, mirándome de la misma forma que lo había hecho aquella mañana después de la noche en su casa.
En mi alucinación, Richard se acercaba lentamente, sus ojos fijos en los míos. Pude sentir su presencia, casi como si fuera tangible, como si pudiera extender la mano y tocarlo. Mi corazón empezó a latir más rápido, y el aire a mi alrededor se volvió denso, cargado de una electricidad que me hacía estremecer.
—Jessi... —su voz resonó en mi mente, profunda y suave, como un susurro que acariciaba mi piel.
Lo veía inclinarse hacia mí, su rostro acercándose al mío, y el mundo alrededor desaparecía, dejando solo a los dos. Podía sentir su aliento en mi mejilla, y mi corazón latía tan rápido que pensé que iba a explotar. La distancia entre nosotros se reducía a nada, y todo en mi interior gritaba que esto estaba mal, pero al mismo tiempo, no podía ni quería detenerlo.
Pero justo cuando sus labios estaban a punto de rozar los míos, la imagen se desvaneció, y me encontré de nuevo en el parque, sentada junto a Santiago, el porro aún entre mis dedos temblorosos. Abrí los ojos de golpe, respirando con dificultad, mi mente luchando por separar la fantasía de la realidad.
—Jessi, ¿estás bien? —Santiago me miraba con preocupación, notando el cambio en mi expresión.
—Sí, sí... solo... pensé en algo raro —mentí, sintiéndome abrumada por lo que acababa de experimentar.
—La marihuana puede hacerte ver cosas que no esperas. Es normal. No te preocupes —dijo, intentando tranquilizarme.
Asentí, pero no podía sacudirme la sensación de lo real que había sido todo. La cercanía de Richard, el calor de su aliento, la anticipación en su mirada... Era como si lo hubiera tenido justo frente a mí, como si hubiera estado a punto de cruzar una línea que no estaba segura de querer cruzar.
Mientras Santiago y yo terminábamos el porro y la noche se hacía más oscura, no pude evitar preguntarme qué significaba todo aquello. ¿Era solo el efecto de la droga o había algo más, algo que mi subconsciente intentaba decirme?
No lo sabía, pero una cosa estaba clara: Richard había dejado una marca en mi mente, y no estaba segura de cómo lidiar con ello. La línea entre la realidad y la fantasía se había vuelto peligrosamente delgada, y aunque una parte de mí quería olvidarlo, otra parte no podía evitar querer volver a esa sensación, a ese momento en el que nada más importaba que él y yo.