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La noche siguiente a la pijamada fue extraña. No podía dejar de pensar en lo que había escuchado, en lo que Richard había dicho, y cómo su tono había dejado una impresión tan profunda en mí. Pero intenté empujar esos pensamientos a un lado, convencida de que estaba haciendo una montaña de un grano de arena.

Marcela y yo no mencionamos lo que pasó durante la pijamada, y yo preferí mantener las cosas así. Sin embargo, la tensión entre Richard y yo seguía creciendo, aun cuando trataba de evitarlo. Era como si cada interacción, por más insignificante que fuera, tuviera un peso que antes no existía.

Un sábado por la noche, mis padres decidieron salir y no regresarían hasta tarde. Me dejaron sola en casa, lo cual usualmente no me importaba. Sin embargo, después de todo lo que había sucedido, la soledad se sentía más pesada, más opresiva.

Decidí invitar a Santiago, mi mejor amigo, para que viniera a pasar el rato. Necesitaba despejarme, hablar de cualquier cosa que no fuera Richard. Santiago era de esas personas que siempre sabían cómo hacerte reír, cómo hacerte sentir mejor, sin importar lo que estuviera pasando.

En realidad necesitaba no sólo su compañía

Cuando llegó, nos instalamos en la sala con una bolsa de papas y una película de terror que él había traído. Pero, a pesar de la película, mi mente seguía divagando, atrapada en esos momentos que no podía sacar de mi cabeza.

—¿Estás bien? —me preguntó Santiago en un momento, notando mi distracción.

—Sí, solo... he tenido muchas cosas en la cabeza y para ser sincera te llame porque necesito más —admití, intentando no sonar demasiado preocupada.

—Tengo algo que podría ayudarte a relajarte un poco —dijo él, con una sonrisa cómplice, mientras sacaba un pequeño cigarrillo de marihuana de su bolsillo.

—¿Estás segura que puedes controlarte? Creo que fue una mala idea darte la primera vez —preguntó Santiago, encendiendo el cigarrillo y ofreciéndomelo.

Asentí, tomando el cigarrillo con manos temblorosas. Lo encendí y di una calada, sintiendo el humo llenarme los pulmones. Al principio, no sentí nada, solo un ligero mareo. Pero después de unos minutos, comencé a sentirme más relajada, más libre. Era como si el peso de todo lo que había estado cargando se desvaneciera lentamente.

La película continuaba, pero ya no podía concentrarme en ella. Cerré los ojos, dejando que las sensaciones me envolvieran. Las imágenes de Richard comenzaron a inundar mi mente, pero esta vez, no eran las que me habían perturbado antes. Eran diferentes, más intensas.

Podía verlo claramente en mi mente, sus ojos fijos en los míos, su voz profunda resonando en mis oídos. En mi alucinación, estábamos solos, en un lugar que no reconocía, pero que se sentía extrañamente familiar. Richard se acercaba a mí, sus manos rozando mi piel, su respiración caliente en mi cuello. Sentía cada caricia, cada susurro, como si fueran reales.

—Jessi... —la voz de Santiago me sacó de golpe de mi ensoñación, y abrí los ojos, parpadeando para orientarme.

—Lo siento, me perdí por un momento —dije, riendo un poco para disimular mi nerviosismo.

—Tranquila, es normal. Pero, ¿todo bien? Te ves un poco... alterada.

Asentí, aunque en realidad no estaba tan segura de cómo me sentía. Las imágenes de Richard seguían frescas en mi mente, y el deseo que había sentido en ese momento me asustaba. No era solo una fantasía pasajera, era algo más profundo, más oscuro. Y, a pesar de mi confusión, no podía negar que lo quería.

El resto de la noche pasó en una nebulosa de risas y conversaciones superficiales, pero por dentro, sabía que algo había cambiado. Esa noche, al final de la película, Santiago se despidió con un abrazo y un "cuídate".

Cuando me quedé sola, me acosté en la cama, mirando el techo, sin poder borrar la sensación de los labios de Richard en mi piel, aun cuando solo había sido un producto de mi imaginación.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora