Sabía que Richard no quería nada conmigo, pero intentaba seguir adelante. La distancia entre nosotros parecía haberse agrandado desde aquella noche en el baño. Aunque dolía, me estaba yendo bien. Mis notas mejoraron y, por alguna razón, sentía una calma extraña desde que mi papá se fue de casa. Mi mamá y yo sobrevivíamos, ajustándonos a la nueva realidad, pero al menos ya no había gritos ni discusiones.
Ese viernes, después de clases, Marcela me contó que iba a pasar el fin de semana fuera con su familia. Nos despedimos, y en cuanto ella se fue, Damián se acercó. Estábamos organizando una exposición sobre la responsabilidad junto con Érica. Mientras discutíamos ideas, vi a Richard llegar por Marcela. Nuestras miradas se cruzaron por unos segundos, pero rápidamente volví mi atención a la conversación con Damián.
Por la noche, me acomodé en la sala de mi casa, disfrutando de una película de "Rápidos y Furiosos" y comiendo helado. Mamá estaba en el hospital acompañando a mi tía, que había tenido un accidente, nada grave, pero suficiente para mantenerla fuera toda la noche. Ya era madrugada cuando mi teléfono vibró. Pensé que podría ser mamá, pero no, era un mensaje de Richard.
"¿Qué hacías hablando con Damián hoy?"
Fruncí el ceño, confundida. ¿Por qué le importaba?
"¿Perdón?" respondí, sintiendo una mezcla de irritación y desconcierto.
No tardó en llegar su siguiente mensaje: "Sal."
Me levanté y me acerqué a la ventana. La calle estaba oscura, pero distinguí las luces de un auto estacionado afuera. Sin pensarlo, abrí la puerta. El frío de la madrugada me envolvió, haciéndome estremecer. Caminé hacia el auto, y allí estaba Richard, como una sombra en la oscuridad, esperándome.
—¿Qué haces aqu...? —comencé a preguntar, pero él me interrumpió con un tono autoritario.
—Sube al auto.
Me quedé parada, dudando. ¿Qué estaba haciendo? Era tarde, hacía frío, y él estaba ahí, exigiéndome cosas. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, no solo por el frío, sino por la mezcla de emociones que me provocaba verlo tan cerca otra vez. Pero aun así, no pude evitar obedecer.
Abrí la puerta del auto y me senté en el asiento del copiloto. El interior del coche estaba cálido, un contraste con el aire helado de afuera. Richard no dijo nada al principio, solo me observó con esa mirada intensa que siempre lograba hacerme sentir vulnerable.
—No te metas con Damián —soltó de repente, rompiendo el silencio.
—¿Qué? —Le miré, incrédula—. No entiendo, Richard. ¿Por qué te importa con quién hablo o no hablo?
Sus manos se apretaron en el volante. Pude ver la tensión en su mandíbula, pero no me respondía. Parecía estar lidiando con algo interno, algo que no podía o no quería decirme. La luz del tablero iluminaba su rostro de una manera que lo hacía ver más sombrío, más distante de lo que recordaba.
—No es asunto tuyo —continué, tratando de mantener la compostura—. No tengo que darte explicaciones.
—No quiero que te metas en problemas —dijo finalmente, con la voz más baja, casi susurrando.
Eso me desconcertó. Richard nunca había mostrado interés en lo que hacía, al menos no de esa manera. Mi mente comenzó a divagar, cuestionando todo. ¿Qué era esto realmente? ¿Por qué de repente se preocupaba?
—Damián no es ningún problema —dije, con un tono más suave—. Es solo un amigo, estamos trabajando juntos en una exposición.
Richard soltó un suspiro largo, como si hubiera estado conteniendo el aire durante mucho tiempo. Cerró los ojos por un segundo, y cuando los abrió, su mirada estaba más tranquila, pero aún había algo de tensión en su expresión.