Me encuentro sentada en el sofá de Marcela, mirando distraídamente la televisión mientras ella está en la cocina buscando algo para picar. La conversación de hace unos minutos sigue rondando mi mente, y aunque no lo dije con todas las letras, me siento completamente expuesta.—¿En serio? —me había dicho Marcela con esa risa juguetona—. ¡Eso de hacerlo en lugares públicos es adrenalina pura!
Sonreí, asintiendo sin querer agregar mucho más. Aunque la verdad es que la idea de hacer algo tan atrevido, de alguna forma, me resultaba excitante. No podía evitarlo. Había algo en esa sensación de peligro, de poder ser descubierta en cualquier momento.
—Deberíamos intentar algo loco un día de estos, —agregó Marcela, como si le leyera la mente a mi subconsciente—. Tal vez en un supermercado, cuando nadie nos vea.
Las palabras quedaron flotando en el aire, y aunque el tema cambió rápidamente, mi mente seguía atada a ese pensamiento. Sin embargo, lo que no sabía era que Richard había escuchado esa conversación.
Más tarde, cuando Marcela mencionó que quería ir al supermercado por algunos productos, no le di mucha importancia. Subimos al carro y Richard, quien estaba ocupado con otras cosas, se ofreció a llevarnos. No fue más que una simple coincidencia, o al menos, eso pensé en ese momento.
El supermercado estaba casi vacío cuando llegamos. Marcela se adelantó, dirigiéndose a la sección de productos lácteos mientras yo me quedé atrás, observando las luces brillantes y frías del lugar. Había algo raro en el ambiente, como si la atmósfera estuviera cargada de una tensión invisible.
Mientras caminaba por uno de los pasillos, sentí una mano fuerte agarrarme del brazo. Me giré rápidamente y ahí estaba Richard, su expresión seria y concentrada.
—¿Qué pasa? —le pregunté, mi corazón acelerándose. Había algo en su mirada que me inquietaba.
—Tú lo sabes, —murmuró, acercándose más a mí—. No puedes decir cosas como esas y pensar que no voy a reaccionar.
—¿De qué hablas? —intenté sonar desinteresada, pero mi voz temblaba levemente.
—Lugares públicos, Jessi, —susurró él, sus palabras como una promesa peligrosa—. Sabes exactamente de qué hablo.
No pude responder. Mi mente estaba en blanco mientras él me empujaba suavemente hacia la esquina más oscura del supermercado. Mi respiración se aceleró, y antes de que pudiera protestar, sentí su mano en mi espalda, su cuerpo presionando contra el mío.
—Richard... —susurré, pero mis palabras se desvanecieron en el aire.
Nuestros cuerpos estaban tan cerca que podía sentir su calor atravesar mi ropa. No había tiempo para pensar, solo para sentir. Mis manos encontraron su cuello mientras su boca buscaba la mía. Fue un beso lleno de urgencia, de necesidad. Todo el aire alrededor se volvió pesado, cargado de deseo. Lo sabía, él lo sabía. Estábamos en un lugar donde cualquier persona podría encontrarnos, y eso solo aumentaba la intensidad del momento.
Sus manos se deslizaron por mi cintura, levantando ligeramente mi camisa. El frío del supermercado contrastaba con el calor de sus caricias, y cada toque enviaba ondas de electricidad a través de mi cuerpo. No había vuelta atrás. Estábamos jugando con fuego, y ambos lo sabíamos.
—¿Jessi? —escuché la voz de Marcela a lo lejos, sacándome bruscamente de mi trance. Me separé rápidamente de Richard, mi respiración agitada.
—¡Aquí! —respondí, tratando de sonar normal.
Richard retrocedió un paso, su mirada aún fija en mí. Sabíamos que esto no había terminado, que había más por descubrir, más por explorar. Pero por ahora, debía controlar mis emociones y actuar como si nada hubiera pasado.
Nos dirigimos hacia la caja registradora, como si todo hubiera sido una ilusión, un momento de debilidad en medio de la rutina diaria. Pero mientras salíamos del supermercado, mis pensamientos estaban lejos de haber concluido.