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Después de aquella noche infernal, me desperté sintiéndome como si me hubiera pasado un camión por encima. Marcela aún dormía profundamente a mi lado, y la luz que se filtraba por la ventana me recordaba que el día había comenzado. No quería moverme, no quería enfrentar el mundo ni a mí misma. Pero sabía que no podía quedarme en la cama para siempre.

Con mucho esfuerzo, me levanté y fui al baño. Mirarme al espejo era un recordatorio de lo agotada que estaba, tanto física como emocionalmente. Tenía ojeras profundas y el cabello revuelto, pero lo peor era la sensación de vacío que no podía sacudir.

Mientras me lavaba la cara, escuché ruidos en la cocina. Sabía que era Marcela. Después de la noche que tuve, no sabía cómo enfrentarla. Tomé aire y salí del baño. La encontré en la cocina preparando desayuno, como si nada hubiera pasado.

—¡Buenos días! —me saluda con una sonrisa despreocupada—. Dormiste como una roca. ¿Quieres café?

—Sí, por favor —respondo con una voz ronca, sentándome en la mesa.

Marcela me sirve una taza de café y se sienta frente a mí, sin dejar de observarme con esa mirada curiosa. Al final, rompe el silencio.

—Entonces... ¿qué pasó anoche? —pregunta, tratando de sonar casual pero sin lograr ocultar la preocupación en su tono.

Suspiré, sabiendo que no podía ocultarle la verdad, aunque una parte de mí deseara poder hacerlo. Así que le conté todo, desde el momento en que Alex me convenció de salir hasta lo que sucedió en el bar y cómo terminé caminando hasta su casa. Marcela escuchó en silencio, y cuando terminé, solo asintió, procesando la información.

—Ese idiota... —murmura, apretando los puños—. ¿Cómo pudo hacerte eso?

—No lo sé —respondo, encogiéndome de hombros—. Supongo que solo soy otra chica más para él.

—Jessi, no digas eso. Tú vales mucho más que eso —me dice con firmeza, agarrando mi mano desde el otro lado de la mesa—. No dejes que te haga sentir menos.

—Gracias, Marce —le digo, aunque por dentro aún siento ese dolor persistente—. Solo quiero olvidar todo esto.

—Y lo harás. Pero primero, debes cuidarte y asegurarte de que algo así no vuelva a pasar —me aconseja, con una mirada seria.

—Lo sé —admito, tomando un sorbo de café—. Voy a ser más cuidadosa. No voy a dejar que nadie más me haga sentir así.

Pasamos el resto del desayuno hablando de cosas triviales, tratando de alejar el peso de la conversación anterior. Después, Marcela sugirió que saliéramos a caminar para despejar la mente. Aunque no estaba muy entusiasmada con la idea, acepté. Quizás un poco de aire fresco me ayudaría.

Mientras caminábamos por el parque cercano a su casa, me di cuenta de que, a pesar de todo, tener a Marcela a mi lado hacía que todo se sintiera un poco menos terrible. Ella era esa constante en mi vida, la que me recordaba que, sin importar cuán mal estuvieran las cosas, siempre habría alguien a mi lado.

—Te lo agradezco, Marce —digo de repente, deteniéndome y mirándola a los ojos—. De verdad, no sé qué haría sin ti.

—Para eso están las amigas, Jessi —responde con una sonrisa—. Y sabes que siempre puedes contar conmigo.

Sonrío, sintiéndome un poco más ligera. Seguimos caminando en silencio, disfrutando de la calma del parque y del hecho de que, por un momento, todo parecía estar bien.

De regreso a la casa, Richard no estaba, lo que me dio un respiro. Sabía que eventualmente tendría que enfrentarlo de nuevo, pero hoy no era ese día. Hoy, solo quería disfrutar de la tranquilidad y la compañía de mi mejor amiga. Y eso era suficiente, por ahora.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora