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Los días habían pasado con una mezcla de emociones que apenas podía manejar. Después del incidente en el hospital, mis padres me habían tratado como si fuera de cristal, como si temieran que pudiera romperme en cualquier momento. Pero lo que más me dolía era el distanciamiento de Marcela. Ella no había dejado de hablarme, pero sentía que algo en nuestra relación había cambiado, y eso me aterraba.

Una tarde, mientras estaba en mi habitación, tratando de concentrarme en mis tareas, sentí una presencia familiar a mi lado. Era Marcela, quien había entrado en silencio, como si supiera que necesitaba compañía.

—No te veía desde hace rato —dijo, sentándose en mi cama sin esperar invitación.

—He estado ocupada... —murmuré, sin poder evitar la tensión en mi voz.

Marcela me miró fijamente, con esa expresión que siempre tenía cuando sabía que algo andaba mal, pero no quería presionarme. Tomó mi mano y la apretó suavemente.

—Jess, no tienes que estar sola en esto. Sabes que estoy aquí para ti, ¿verdad?

Su voz era suave, pero llena de convicción. Sentí que mi corazón se rompía un poco más. Quería contarle todo, confesarle cómo me sentía realmente, pero las palabras se atascaban en mi garganta.

—Lo sé, Marce... pero es complicado. Todo lo que ha pasado... no quiero que pienses que soy débil o que no puedo manejarlo.

Marcela frunció el ceño y sacudió la cabeza.

—Eso nunca lo pensaría. Eres una de las personas más fuertes que conozco. Pero incluso las personas fuertes necesitan ayuda a veces.

Tomé aire profundamente, sintiendo que las lágrimas se acumulaban en mis ojos. No podía seguir escondiendo lo que sentía, no de ella.

—Marcela... yo... he hecho cosas que no están bien. Cosas que no sé cómo explicarte. He estado tan perdida, tan confundida. Y lo último que quiero es que pienses mal de mí.

Ella no dijo nada al principio, solo me miró con esos ojos que siempre lograban ver más allá de mis palabras. Luego, me abrazó con fuerza, como si tratara de absorber todo el dolor que llevaba dentro.

—No importa lo que hayas hecho, Jessi. Yo estoy aquí, y nada de lo que me digas va a cambiar eso. Somos amigas, siempre lo hemos sido, y siempre lo seremos.

Las lágrimas finalmente cayeron, y me aferré a ella como si fuera mi ancla en un mar tormentoso.

—He estado tan asustada, Marce... con Richard, con todo... No sé cómo manejar lo que siento por él. Y me siento tan culpable por no haberte dicho nada.

Marcela suspiró, aflojando un poco el abrazo para mirarme a los ojos.

—Sé que es difícil, pero te entiendo, Jess. Sé que lo que sientes por él no es fácil, y no te voy a juzgar por eso. Solo quiero que sepas que no estás sola. No importa lo que pase, estoy aquí para ti, y sé que tú estarás ahí para mí.

Asentí, sintiendo un alivio que no había sentido en semanas.

—Lo estaré, siempre —dije con sinceridad, sintiendo que algo en nuestro vínculo se hacía aún más fuerte.

Nos quedamos así, abrazadas, durante lo que parecieron horas, hasta que el dolor y la angustia se fueron disipando poco a poco. Sabía que las cosas no serían fáciles, que todavía quedaba mucho por enfrentar, pero al menos ahora tenía la certeza de que no lo haría sola.

Nuestra amistad era inquebrantable, y no importaba lo que sucediera, siempre encontraríamos la manera de apoyarnos. Ese era el poder de nuestra relación, algo que ni los secretos, ni los miedos, ni siquiera el caos de nuestras vidas podría destruir.

Sentí que podía respirar de nuevo, con Marcela a mi lado, lista para enfrentar lo que viniera. Porque juntas, éramos invencibles.

Respiré hondo y busqué las palabras, sabiendo que lo que estaba a punto de confesar podría cambiar nuestra relación para siempre. Pero algo en la manera en que Marcela me miraba, con esa mezcla de preocupación y cariño, me hizo sentir que podía confiar en ella, que debía hacerlo.

—Marcela... hay algo más, algo que no te he contado —empecé, sintiendo que las palabras se atascaban en mi garganta. Tomé otro respiro antes de continuar—. Fue en esa fiesta, la del sábado hace unas semanas. Sabes que terminé muy ebria y... —dudé por un segundo, pero vi en su mirada que quería saber, que necesitaba saber.

Marcela asintió, pero su expresión no mostraba enfado, sino curiosidad.

—Después de tomar tanto, me sentí mal y me fui al baño. Me encerré, pensando que solo necesitaba un momento para calmarme, pero entonces... Richard entró.

El rostro de Marcela cambió, pero no a enojo, sino a sorpresa, incluso una ligera emoción brilló en sus ojos.

—¡No! ¿Qué hizo? —preguntó, inclinándose un poco hacia adelante, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando.

Tragué saliva, sintiendo el calor en mis mejillas al recordar la escena.

—Me encontró sentada en el suelo, me sentía tan mareada. Se me acercó, preocupado, y antes de que pudiera detenerme, lo besé. No sé qué me pasó, Marcela, pero... no pude evitarlo.

Marcela abrió los ojos grandes, pero para mi sorpresa, no estaba enfadada, sino intrigada.

—¿Y qué pasó después? —su voz tenía un tono de emoción contenida, como si no pudiera esperar a escuchar más.

—Nos besamos... pero no fue solo un beso. Me levantó del suelo, y yo... lo besé más. Nos metimos al cubículo y... —Hice una pausa, mi corazón latiendo con fuerza—. Nos dejamos llevar, fue todo tan rápido y, cuando terminó, me di cuenta... de que había sangre. Sabes lo que eso significa, ¿verdad?

Marcela abrió la boca, sorprendida, pero luego una pequeña sonrisa traviesa se asomó en sus labios.

—¡No me digas que...! —sus ojos brillaban, y no había enojo en ellos, solo pura sorpresa y un poco de incredulidad.

Asentí, sintiendo la adrenalina al recordar.

—Sí... Marcela, fue mi primera vez, y fue con tu papá... en un baño. Ni siquiera sé cómo explicarlo, pero... pasó.

Para mi asombro, Marcela soltó una pequeña risa, mezclada con un suspiro de asombro.

—Wow... Jessi, eso es... no sé ni cómo describirlo. Pero, ¿sabes? No me molesta, es extraño, lo sé, pero... ¡es como de película! Ya no soy la única que culea en nuestra amistad — se tiro en la cama—

Solté el aire que no me di cuenta estaba conteniendo. No sabía qué esperar de Marcela, pero su reacción me sorprendió.

—¿No te molesta? —pregunté, todavía algo aturdida.

Ella negó con la cabeza, aún sonriendo.

—Claro que no. Sabes que mi relación con Richard no es como la de una hija normal con su papá. ¡Él siempre ha sido tan reservado! Pero lo que me molesta un poco es que no me lo contaste antes. Jessi, esto es grande, ¡y ni siquiera me habías dado una pista!

Me reí, sintiéndome aliviada por su reacción.

—Lo sé, lo sé, es que... no sabía cómo decírtelo.

Marcela me dio un pequeño empujón amistoso en el brazo.

—Bueno, ya lo hiciste. Y... wow, eso sí que fue una historia loca. ¿Qué harás ahora?

Me quedé pensativa, sabiendo que lo que había pasado con Richard no era solo un evento aislado. Había sentimientos que no podía ignorar, pero tampoco sabía cómo manejarlos.

—No estoy segura, Marcela. Pero sé que no puedo seguir así, como si nada hubiera pasado. Solo... necesito tiempo para averiguar qué es lo correcto.

Marcela asintió, mostrándome su apoyo incondicional.

—Y lo tendrás. Solo no me dejes fuera de nada más, ¿vale? Si alguien puede ayudarte a descubrir esto, soy yo.

Sonreí, sintiendo un peso enorme salir de mi pecho.

—Gracias, Marce. De verdad, gracias por entenderme.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora