14

731 57 5
                                    



Los días pasaban y la distancia entre Marcela y yo solo se hacía más grande. Después de nuestra pelea, no volvimos a hablar. Me dolía, pero no sabía cómo dar el primer paso para arreglar las cosas. No podía dejar de pensar en todo lo que había salido mal entre nosotras, en cómo había dejado que mis emociones me alejaran de mi mejor amiga.

El colegio se había vuelto un lugar frío y solitario. Los pasillos que antes recorría riendo con Marcela ahora me parecían interminables. La veía de lejos, siempre rodeada de sus otras amigas, pero jamás cruzábamos palabra. Era como si un abismo se hubiera abierto entre nosotras, uno que no sabía cómo cerrar.

Y luego estaba Santiago. Él también me había dado la espalda. Había sido mi único confidente, el único que sabía lo que realmente estaba pasando conmigo, pero incluso él se había cansado de mi insistencia en seguir buscando el escape fácil.

—Jessi, ya basta —me dijo un día en el parque, su voz llena de frustración—. No puedo seguir haciendo esto, no puedo verte destruirte.

Pero yo no quería escuchar. Necesitaba sentirme viva, aunque fuera por un momento. Santiago se alejó de mí, dejándome más sola que nunca. Ahora no tenía a nadie, y ese vacío me estaba consumiendo lentamente.

Un viernes, mientras me dirigía a mi siguiente clase, vi una escena que me dejó helada. Una de las chicas más problemáticas del colegio, Karina, estaba acorralando a Marcela en uno de los pasillos. Había escuchado rumores de que Karina la había tomado con ella por alguna tontería, pero nunca pensé que llegaría tan lejos.

—¿Qué pasa, princesita? —escupió Karina con desdén, empujando a Marcela contra las taquillas—. ¿Te crees mejor que todas nosotras?

Marcela trató de apartarse, pero Karina no se lo permitió. Vi la desesperación en los ojos de mi amiga, y algo dentro de mí estalló. No podía quedarme de brazos cruzados, no esta vez.

Sin pensarlo, corrí hacia ellas y me interpuse entre Marcela y Karina.

—Déjala en paz, Karina —dije con firmeza, mirando a la chica directamente a los ojos.

Karina me miró con sorpresa, pero rápidamente recuperó su postura desafiante.

—¿Y tú quién te crees que eres para meterte? —gruñó, dando un paso hacia mí.

—Alguien que no te va a dejar lastimar a mi amiga —respondí, sintiendo una fuerza que no sabía que tenía.

Por un momento, pensé que Karina iba a golpearme, pero algo en mi mirada debió hacerle reconsiderar. Se quedó en silencio por un segundo, antes de dar un paso atrás, fulminándome con la mirada.

—No valen la pena —murmuró finalmente, antes de alejarse.

Me quedé ahí, respirando profundamente mientras el corazón me latía a mil por hora. Cuando me giré hacia Marcela, vi que estaba al borde de las lágrimas.

—¿Estás bien? —le pregunté, sintiendo la urgencia de asegurarme de que no estaba herida.

Marcela asintió, pero su expresión era una mezcla de alivio y dolor. Sin decir una palabra más, se lanzó hacia mí, abrazándome con fuerza.

—Lo siento tanto, Jessi... —susurró, su voz quebrada por la emoción—. No debería haber sido tan dura contigo. Te he extrañado.

Mis ojos se llenaron de lágrimas mientras la abrazaba de vuelta. Todo el resentimiento, la distancia, se desvaneció en ese momento.

—Yo también te he extrañado, Marce —le dije, sintiendo un nudo en la garganta—. No quiero seguir peleada contigo.

Nos quedamos ahí, abrazadas en medio del pasillo, sin importar quién nos mirara. Sabía que aún teníamos mucho que resolver, pero en ese momento, todo lo que importaba era que habíamos encontrado el camino de regreso la una a la otra.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora