El día siguiente comienza como cualquier otro. El sol se cuela tímidamente por las cortinas de la habitación de Marcela, mientras los sonidos de la ciudad lentamente cobran vida. Me despierto sintiendo el peso de la noche anterior aún en mis hombros. La sensación de vacío sigue presente, pero al menos ahora hay un poco más de claridad en mi mente. Decido que necesito tomar decisiones, aunque no sean fáciles.
Después de un desayuno ligero, Marcela y yo nos instalamos en el sofá, revisando nuestros teléfonos en silencio. Estoy tratando de distraerme, pero cada vez que veo una notificación o una llamada perdida de mi mamá, un nudo de culpa se forma en mi estómago. Le mentí, le dije que estaría aquí cuando, en realidad, estaba en ese bar de mala muerte con Alex. Sé que eventualmente tendré que enfrentarlo, pero por ahora, prefiero evitarlo.
—¿Qué piensas hacer hoy? —me pregunta Marcela, interrumpiendo mis pensamientos. Ella parece estar en modo despreocupado, probablemente porque no tiene ni idea del torbellino emocional que estoy atravesando.
—No lo sé —respondo encogiéndome de hombros—. Quizás vuelva a casa y trate de arreglar las cosas con mi mamá.
Marcela asiente, pero noto que su expresión cambia ligeramente, como si estuviera a punto de decir algo que no quiere decir.
—¿Qué pasa, Marce? —le pregunto, levantando una ceja.
Ella suspira y se sienta más erguida en el sofá.
—Jessi, creo que deberías hablar con Richard también.
El simple hecho de escuchar su nombre hace que mi corazón dé un vuelco. Sé que Marcela tiene razón, pero la idea de enfrentar a Richard después de todo lo que ha pasado... no sé si estoy lista.
—No sé, Marce... —respondo, con la voz apenas audible—. No creo que sea una buena idea.
—Tienes que hacerlo eventualmente. No puedes evitarlo para siempre —me dice con suavidad, pero con firmeza—. Además, creo que necesitas cerrar ese capítulo. No puedes seguir adelante si no enfrentas lo que sientes.
Sus palabras me golpean como una tonelada de ladrillos. Ella tiene razón, lo sé. No puedo seguir esquivando a Richard, no después de todo lo que ha sucedido. Pero, al mismo tiempo, no sé si estoy lista para enfrentar lo que eso significa.
—Tienes razón, Marce —admito finalmente—. Pero, ¿y si no puedo manejarlo?
—Lo manejarás, Jessi. Eres más fuerte de lo que piensas —me asegura, dándome una palmadita en el brazo—. Y yo estaré aquí para ayudarte.
Sus palabras me reconfortan, aunque el miedo sigue ahí, acechando en el fondo de mi mente.
Después de un rato, decido que es hora de irme a casa. Le agradezco a Marcela por todo y, antes de salir, me aseguro de darle un abrazo largo y apretado. Ella me devuelve el gesto, sonriendo con ese brillo en los ojos que siempre me hace sentir un poco más segura.
Mientras camino hacia mi casa, mis pensamientos vuelven una y otra vez a la conversación con Marcela. Sé que debo enfrentar a Richard, pero el solo hecho de pensar en ello me hace sentir como si me faltara el aire. Intento centrarme en lo que diré, en cómo abordaré la situación sin perder el control.
Al llegar a casa, encuentro a mi mamá en la cocina. Su rostro se ilumina al verme, pero rápidamente cambia a una expresión más seria cuando recuerda la mentira que le conté.
—Jessi, tenemos que hablar —me dice, con un tono firme pero preocupado.
Asiento y me siento en la mesa, preparándome para la conversación que sabía que inevitablemente llegaría.
—Mamá, lo siento mucho —empiezo, con la voz quebrada—. Sé que te mentí y no debí hacerlo. Estaba confundida y no pensé en las consecuencias.
Ella me observa por un momento, como si estuviera evaluando si mis palabras son sinceras.
—Jessi, entiendo que estés pasando por mucho, pero no puedes seguir así —me dice finalmente, con un tono más suave—. Tienes que ser honesta conmigo. Si algo está mal, quiero ayudarte, pero no puedo hacerlo si no me dices la verdad.
Sus palabras me llegan al corazón, y siento las lágrimas comenzar a acumularse en mis ojos.
—Lo sé, mamá. De verdad lo siento —le digo, tratando de mantener la compostura—. Voy a cambiar, lo prometo.
Mi mamá suspira y asiente, acercándose para abrazarme.
—Está bien, solo quiero que sepas que estoy aquí para ti, pase lo que pase —me dice mientras me acaricia el cabello.
Después de esa conversación, siento un peso menos sobre mis hombros. Sin embargo, el asunto con Richard aún pende sobre mí como una nube oscura. Decido que no puedo seguir posponiéndolo, así que más tarde en la tarde, me dirijo a la casa de Marcela, sabiendo que es muy probable que Richard esté allí.
Cuando llego, veo su auto estacionado en la entrada, lo cual confirma mis sospechas. Mi corazón empieza a latir más rápido, pero trato de calmarme. Esto es algo que necesito hacer, aunque no quiera.
Marcela me recibe en la puerta, y puedo ver la preocupación en su rostro.
—¿Estás lista? —me pregunta en voz baja.
—No, pero no hay vuelta atrás ahora —respondo, tratando de esbozar una sonrisa, aunque no lo consigo del todo.
Me lleva a la sala, donde Richard está sentado, mirando su teléfono. Cuando me ve entrar, su expresión se endurece. Sé que está enfadado, y probablemente tiene todo el derecho a estarlo. Pero eso no significa que me va a intimidar.
—Richard, tenemos que hablar —le digo, tratando de sonar lo más segura posible.
Él se levanta y asiente, cruzando los brazos frente a su pecho.
—Sí, creo que es hora de que lo hagamos —responde, su voz firme.
Lo sigo hasta el patio trasero, donde podemos hablar sin que Marcela escuche cada palabra. Al cerrar la puerta detrás de mí, me doy cuenta de que estamos solos, y el silencio entre nosotros es ensordecedor.
—No entiendo por qué sigues actuando como si tuviera que darte explicaciones por cada cosa que hago —le digo, rompiendo finalmente el silencio—. No soy tu responsabilidad, Richard. No tienes derecho a meterte en mi vida así.
—No quiero que te hagas daño, Jessi —responde, con una voz cargada de emociones contenidas—. Lo que haces me importa.
—¿De verdad? —le espeto, sin poder contener la rabia que burbujea en mi interior—. Porque pareciera que lo único que te importa es controlar lo que hago. No quieres tenerme, pero tampoco quieres que nadie más lo haga.
Richard se queda en silencio por un momento, claramente afectado por mis palabras. Puedo ver la lucha interna en su mirada, como si intentara encontrar la manera correcta de responder.
—No es así, Jessi... —comienza, pero lo interrumpo.
—No, Richard. Ya basta. No me vuelvas a buscar más nunca en tu vida. No necesito de ti —le digo, con la voz firme y decidida—. No voy a permitir que sigas jugando con mis emociones.
El silencio que sigue es pesado, y aunque veo dolor en sus ojos, sé que es lo mejor. Necesito poner fin a este ciclo antes de que me destruya por completo.
Richard asiente lentamente, como si finalmente comprendiera lo que estoy diciendo.
—Está bien, Jessi —dice en voz baja—. Si eso es lo que quieres, lo respetaré.
Me doy la vuelta y camino hacia la casa, sintiendo que una parte de mí se ha liberado, aunque también queda una sensación de tristeza en el aire. Al entrar, veo a Marcela sentada en la cocina, comiendo fresas en silencio mientras nos observa desde lejos. Su expresión es una mezcla de sorpresa y tristeza.
—¿Todo bien? —me pregunta en voz baja, como si temiera romper el silencio.
—Sí, Marce. Todo bien —respondo, aunque sé que necesitaré tiempo para que esas palabras se sientan verdaderamente reales.
Me acerco a ella, y nos quedamos en silencio, compartiendo un plato de fresas mientras tratamos de procesar todo lo que ha pasado.