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Pov narra richard

El sonido del hielo en los vasos, los murmullos de conversaciones y la música tenue de fondo creaban una atmósfera casi acogedora en el bar, pero no me lograba tranquilizar. A pesar de estar rodeado de mis amigos, sentía el peso de la soledad como un ancla atada a mi pecho. Había bebido más de lo habitual, tratando de adormecer la culpa que llevaba dentro, pero no había suficiente alcohol en el mundo que pudiera borrar lo que había pasado con Jessi.

—Parece que alguien necesita otra ronda —dijo James, dándome una palmada en la espalda mientras reía. Su despreocupación era envidiable, pero también irritante. ¿Cómo podía estar tan tranquilo mientras yo sentía que mi vida se desmoronaba?

—Pásame otra —murmuré, levantando mi vaso vacío y señalando al camarero. Lucho, sentado frente a mí, me miró con una ceja levantada, como si pudiera ver más allá de la fachada que intentaba mantener.

—¿Qué pasa, Richard? No has estado así desde que te lesionaste el año pasado —comentó Lucho, su tono serio, a diferencia de la actitud relajada del resto. Mojica asintió, con el ceño fruncido mientras jugaba con su vaso.

Sabía que no podía seguir ocultándolo, pero las palabras se atoraban en mi garganta. Tragué saliva, sintiendo el calor del licor subir por mi pecho, dándome el coraje para hablar.

—Es... complicado —dije finalmente, tratando de encontrar una manera de explicar lo que ni yo mismo entendía por completo. Todos guardaron silencio, esperando que continuara. Sabían que había algo más, algo que no podía simplemente ignorar.

—¿Complicado? —repitió Carrascal, riendo un poco—. Vamos, hermano, ¿qué tan complicado puede ser? —bromeó, pero cuando vio la expresión en mi rostro, su sonrisa se desvaneció.

Me tomé un momento para encontrar las palabras adecuadas, pero al final, todo salió como una ráfaga de confesión.

—Es Jessi —solté, sintiendo que con solo decir su nombre, el nudo en mi estómago se apretaba más—. La mejor amiga de Marcela.

Daniel Muñoz me miró con preocupación mientras se inclinaba hacia adelante, como si entendiera la gravedad de lo que iba a decir.

—¿Qué pasó con Jessi? —preguntó, su tono más serio que antes.

—La cagué, Daniel. La cagué en grande —confesé, sintiendo que el peso de mis palabras me hundía más en mi asiento—. Algo pasó entre nosotros, algo que no debería haber pasado... y no puedo dejar de pensar en eso.

El silencio que siguió fue pesado, y ninguno de ellos sabía qué decir al respecto. Era como si mi confesión hubiera drenado la energía de la mesa, dejando solo una sensación de incomodidad flotando en el aire.

—¿Cómo de mal estamos hablando? —preguntó Mojica, su voz baja, como si no quisiera romper la frágil calma que había caído sobre nosotros.

—De lo peor, hermano. No solo es el hecho de que... lo que hicimos —dije, sin poder decirlo explícitamente—. Es que ella... era virgen.

Los ojos de todos se abrieron de golpe, la incredulidad reflejada en sus rostros. Lucho dejó su vaso en la mesa con un golpe sordo, y Carrascal se pasó una mano por el pelo, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.

—Mierda, Richard —susurró James, su tono sombrío mientras procesaba lo que había dicho—. ¿Qué demonios vas a hacer?

Me encogí de hombros, completamente perdido. No tenía idea de qué hacer, de cómo arreglar lo que había hecho. Todo lo que sabía era que no podía seguir así, pero no veía una salida.

—Lo peor es que no puedo dejar de pensar en ella —admití, sintiendo que estaba perdiendo el control de todo—. No debería, pero no puedo. Y eso me está volviendo loco.

Los chicos se miraron entre ellos, sabiendo que no había una respuesta fácil para mi situación. Era un desastre, y yo estaba atrapado en él.

—Tienes que alejarte, hermano —dijo Lucho finalmente, su tono firme—. Esto no va a terminar bien para ninguno de los dos. Por mucho que duela, tienes que alejarte.

Sabía que tenía razón, pero las palabras eran más fáciles de decir que de llevar a cabo. Estaba enredado en algo que no podía controlar, y no sabía cómo salir.

—Voy a intentarlo —mentí, sabiendo que sería más difícil de lo que cualquiera de ellos podía imaginar.

Nos quedamos en silencio un rato, dejando que el alcohol y la conversación anterior se mezclaran en el aire cargado del bar. Sabía que esta charla no me había resuelto nada, pero al menos había aligerado un poco la carga de llevarlo todo solo. Sin embargo, el peso de la culpa seguía ahí, inamovible, recordándome que lo que había hecho no tenía marcha atrás.

El papá de mi amiga. Richard rios Donde viven las historias. Descúbrelo ahora