Capítulo 2- Lockwood

50 4 8
                                    

El tren avanzaba a toda velocidad, el traqueteo de las ruedas sobre los rieles resonando en mis oídos como un compás constante. Miré por la ventana, viendo cómo el paisaje se deslizaba rápidamente, convirtiéndose en una mezcla borrosa de colores. Los últimos días habían sido... complicados, por decirlo de alguna manera.

Desde que resolvimos el último caso, había sentido una mezcla de emociones que no terminaba de entender del todo. Por un lado, el alivio de haber superado una situación tan peligrosa. Pero también el peso de haber abierto la puerta al pasado, de haber revelado cosas que había mantenido en secreto durante tanto tiempo. Hablar de Jessica había sido más difícil de lo que esperaba. Parte de mí había temido que compartirlo cambiara la forma en que todos me miraban... pero había sido al revés. En lugar de alejarse, parecían más cerca que nunca.

Especialmente Anneliese. Habíamos pasado más tiempo juntos en los últimos días que en meses anteriores, y sentía que la conexión entre nosotros se había fortalecido de una forma que no podía explicar. No sólo era el afecto... era algo más profundo, más tangible. Algo que me hacía sentir, por primera vez en mucho tiempo, que podía ser yo mismo, sin máscaras.

Pero ahora estábamos en el tren, camino a la casa de su abuela, y ella se removía a mi lado, claramente inquieta. Sabía que estar rodeada de tantas personas era difícil para ella; su don para canalizar lo hacía todo más complicado. Podía sentir las emociones de los demás como si fueran propias, un torrente constante de sentimientos que a menudo la abrumaba.

—¿Estás bien? —pregunté en voz baja, inclinándome hacia ella mientras observaba su rostro, notando la tensión en sus ojos.

Ella asintió, pero vi la sombra de preocupación en su expresión y el cómo acariciaba el collar que le di para el baile, se había vuelto su nueva ancla y era costumbre que si se sentía agobiada lo acariciase en busca de paz.

—Sí... solo es el ruido —murmuró, sus manos apretadas—. Y... las emociones. Es como un murmullo constante que no puedo silenciar.

—Ven aquí —dije suavemente, envolviendo un brazo alrededor de sus hombros y atrayéndola hacia mí—. Apóyate en mí, canalízame a mi.

Ella no dudó, se dejó caer contra mi pecho, y sentí cómo su cuerpo se relajaba un poco al contacto. Con la otra mano, comencé a acariciar suavemente su pelo, enredando mis dedos en sus rizos oscuros, trazando círculos lentos en su cuero cabelludo.

—Cierra los ojos —le susurré—. Relájate. Piensa en algo que te haga feliz.

Saqué mis auriculares del bolsillo y se los ofrecí, colocándolos suavemente en sus oídos mientras la música comenzaba a fluir. Era una melodía suave, calmante, algo que sabía que le gustaba. Poco a poco, noté cómo su respiración se volvía más lenta, más profunda. Su cuerpo se hundió más en el mío, hasta que, finalmente, se quedó dormida.

Me quedé quieto, sintiendo el peso de su cabeza en mi pecho, su respiración acompasada con la mía. Miré a mi alrededor, viendo cómo las demás personas en el vagón parecían ajenas a nuestra pequeña burbuja de tranquilidad.

George y Lucy estaban sentados frente a nosotros, conversando en voz baja. George levantó la vista y me miró con una sonrisa, asintiendo ligeramente como si estuviera aprobando mi gesto. Después de unos minutos, movió su cuerpo hacia adelante, inclinándose un poco.

—Me alegra ver cómo están las cosas con mi hermana —dijo George en un tono que mezclaba sinceridad y su típico humor sarcástico—. Pero... no me termina de gustar veros tan acaramelados.

Sonreí, aguantando una risa.

—Entiendo lo que dices —respondí en voz baja, para no despertar a Liese—. Sé que puede ser... un poco incómodo.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora