Capítulo 33-Lockwood

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Salimos fuera, Liese estaba pálida, la fatiga acumulada comenzaba a hacerle mella. Se sentó en una silla oxidada que encontramos por ahí, inclinándose hacia delante, con la cabeza entre las piernas. Me quedé observándola por un momento, preocupado. Sabía que ella estaba forzando demasiado su aguante. Su respiración era pesada, y eso me hizo reaccionar.

Me acerqué despacio y me arrodillé a su lado, colocando una mano suavemente en su espalda. Comencé a masajearla, buscando aliviar un poco de la tensión que se acumulaba ahí. Sentí cómo su cuerpo reaccionaba ligeramente, como si fuera a protestar, pero después se rindió al contacto.

—Lo estás haciendo genial —le dije en voz baja, tratando de infundir algo de confianza en mi tono—. Si fuéramos solo nosotros, puede que hubiéramos visto un par de imágenes, pero nada más. Gracias a ti, tenemos casi demasiada información.

Ella soltó un suspiro largo, como si llevara horas conteniéndolo.

—Demasiada y no la suficiente —replicó, la frustración visible en su voz—. He oído a Guppy en la mitad de las habitaciones de la casa. Le he oído andando, comiendo, silbando... incluso cortando algo en la cocina. Holly y George han visto recuerdos secundarios, también en estancias distintas. Lucy le ha escuchado en el cuarto del primer piso. Lo único que no hemos visto es al fantasma. Y no estamos más cerca de encontrar el origen.

Sacudí la cabeza, intentando mantener la calma.

—Yo creo que sí —dije—. La mesa, los huesos, la olla en el hornillo... Todo forma parte de la aparición. Guppy no está en una parte de la casa; él es la casa. No está encerrado en un rincón pequeño, está en todas partes. George dijo que casi nunca salía de la vivienda si podía evitarlo. Está claro que le obsesionaba este sitio. Puede que muriera hace mucho, pero su espíritu sigue aquí. Todavía está en la casa.

Kipps, que había estado escuchando desde la distancia, intervino:

—¿Y no podría ser el fantasma de la víctima? —preguntó con el tono irritante de siempre—. Gracias a George, sabemos que sus restos acabaron en todas las habitaciones. Los pies en el salón, las uñas de los pies en la despensa...

—En la despensa estaban los ojos —le corrigió George, sin perder la compostura.

—Sí, gracias —gruñó Kipps—. No necesito que me recuerdes los detalles. Lo que quiero decir es que él también podría ser el responsable de todo esto, ¿no? Y os ha parecido oír cómo gritaba...

Anneliese alzó la cabeza, con los ojos brillando de cansancio y convicción.

—Ya, pero sigo pensando que es Guppy. Todos los sonidos están relacionados con su horrible afición. Está recreando la escena para su propio deleite, y también para asustarnos.

Holly, que hasta entonces había permanecido en silencio, murmuró, inquieta:

—¿Entonces toda la casa es el origen? Si es así, quizá deberíamos quemarlo todo. —Soltó una risita nerviosa, pero nadie se unió a su humor incómodo.

George, siempre pragmático, se ajustó las gafas.

—Ya hemos quemado casas antes, pero no estoy seguro de que eso resuelva este problema.

Kipps, con su habitual tono condescendiente, añadió:

—En Fittes, cuando no sabemos qué hacer y la situación se vuelve peligrosa, solemos retirarnos, revalorar y volver otro día. Es lo más sensato.

—¿Retirarse? —espeté, sin poder creer lo que oía—. En la agencia Lockwood no actuamos así.

Kipps se encogió de hombros, imperturbable:

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