Capítulo 7- Anneliese

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La calavera, metida en su frasco sellado, solía permanecer en una esquina lejana de la oficina del sótano, cubierta por una funda de tetera que usábamos para proteger la cordura de nuestros clientes... y para mi propia tranquilidad, a Lucy no la alteraba tanto pero a mí me volvía loca. A veces, la llevábamos al salón y abríamos la tapa para que pudiera soltar secretos escalofriantes de los muertos o, cuando le daba la gana, lanzar insultos infantiles. Esa tarde, al llegar para recoger el equipo que necesitaría por la noche, la encontré en el aparador.

Como habíamos planeado, todos nos íbamos a dividir. George y Lucy ya se habían marchado a los baños públicos de Whitechapel, en busca de la sombra avistada. Tony se preparaba para la expedición de la noche, intentando localizar a la mujer con velo. Mi visita se había cancelado misteriosamente por enfermedad, creo que Tony tiene algo que ver, últimamente actúa muy sobreprotector. Así que me quedaba la opción de quedarme en casa a planchar o acompañar a Tony. La elección no fue difícil.

Cogí mi estoque de donde lo había dejado la noche anterior, junto con un par de bombas de sal que estaban tiradas detrás del sofá. Me dirigía hacia la puerta cuando una voz ronca emergió de entre las sombras.

—¡Anneliese! ¡Ann! —llamó la calavera desde el frasco.

—¿Qué quieres ahora? —contesté, sin detenerme.

El rostro en el frasco se iluminó con una débil luz verde, formándose con las manchas que se arremolinaban tras el cristal.

—¿Te vas? —preguntó el fantasma con tono alegre—. Voy contigo.

—No, tú te quedas aquí, si querías salir habérselo pedido a Lucy —respondí, tratando de ignorar el tono de la calavera.

Vamos, hazle un favor a esta calavera. Me aburriré.

Suspiré, volviendo a mirarla con una mezcla de impaciencia y resignación.

—Desmaterialízate, rueda, date la vuelta, observa el polvo en el aire. Seguro que encuentras la forma de entretenerte —dije, mientras me volvía para marcharme.

—¿En este lugar? —resopló el fantasma, haciendo una mueca de disgusto—. He estado en mortuorios con mejores estándares de limpieza, sin ofender a tu hermano... bueno en verdad si que le ofendo.

Me detuve, con una mano en la puerta, y sonreí de manera retadora.

—Podría enterrarte en un agujero y acabar con tus problemas para siempre, Lucy seguro que ya tiene la pala preparada.

Sabía que no lo haría, claro. De todos los visitantes que habíamos encontrado, la calavera era la única capaz de comunicarse de verdad. Podía hablar y mantener una conversación, algo muy raro para un visitante de tipo tres. No lo habíamos tirado a la basura precisamente por eso, a pesar de sus provocaciones constantes.

La calavera resopló burlona.

Enterrar implica cavar, y cavar implica esfuerzo. Y eso es algo que, sencillamente, ninguno de vosotros es capaz de hacer. Déjame adivinar, esta noche toca Whitechapel otra vez, ¿no? Esas calles oscuras, esos callejones sinuosos... ¡Llévame! Necesitas compañía.

—No, voy con Tony —dije firmemente.

Podía oír a Tony poniéndose el abrigo en el vestíbulo. Tenía que darme prisa.

Ah, claro... Ya veo —respondió la calavera con un tono cargado de insinuación—. Entonces mejor te dejo, lo de ser mal tercio no me gusta.

—Exacto. Bien. —Me detuve un momento—. ¿Y eso a que viene?

Nada, nada —dijo la calavera, haciendo una mueca traviesa—. No soy un sujeta velas, para eso ya tenéis a tu hermano y la repelente .

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora