Capítulo 52-Lockwood

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Corrí hacia Liese, sintiendo cómo el pánico crecía en mi pecho con cada paso que daba. Sus rodillas estaban hundidas en la escarcha, su cuerpo encorvado hacia adelante, como si el peso del mundo la hubiera aplastado. La capa protectora rota yacía a su alrededor, sus plumas esparcidas como gotas de sangre humeante sobre la tierra helada. No se movía. No podía verle el rostro.

El frío parecía intensificarse a su alrededor, una ola helada que me golpeaba con cada paso que daba. No podía entender qué estaba pasando, pero sabía que algo no estaba bien. Muy mal. Mi respiración salía en nubes gruesas de vapor, y por un segundo pensé que quizá ya era demasiado tarde, que el frío la había atrapado antes de que yo pudiera alcanzarla.

Finalmente llegué hasta ella, me arrodillé a su lado, y sin pensarlo dos veces, intenté cubrirla con mi capa, desesperado por protegerla de lo que fuera que estaba sucediendo. Pero entonces, algo me golpeó. No físicamente, sino una fuerza invisible que me apartó con tal brutalidad que caí de espaldas, jadeando.

—¡Liese! —grité, pero no hubo respuesta.

Volví a intentarlo, más rápido esta vez, tratando de envolverla de nuevo con mi capa protectora. Pero antes de que pudiera tocarla, una onda de poder, fría y envolvente, me lanzó hacia atrás de nuevo. Me detuve en seco, mi corazón golpeando en mi pecho. Algo estaba mal. Muy mal.

Con temor, levanté la mirada hacia ella y vi cómo levantaba la cabeza lentamente. Pero la Liese que conocía no estaba ahí. No era ella. Su rostro seguía siendo el de siempre, pero algo en sus ojos había cambiado. Sus pupilas brillaban con un resplandor fantasmal, y unas líneas doradas, como marcas brillantes e inquietantes, se habían formado en su rostro. Su expresión estaba vacía, sin vida, sin emoción. El poder que emanaba de su cuerpo era palpable, envolviéndola en una aura que casi me asfixiaba.

—Liese... —murmuré, intentando hacer que volviera en sí. Pero esos ojos... no eran los suyos. Eran fríos, distantes, como si algo mucho más antiguo y peligroso la hubiera poseído.

El frío en el aire parecía girar a su alrededor, como si fuera la fuente de aquella energía maldita que se apoderaba de todo lo que nos rodeaba. La nieve bajo sus rodillas se ennegrecía, y el viento había dejado de susurrar, como si el mismo aire temiera acercarse a ella.

Me acerqué de nuevo, esta vez más despacio, con la cautela de alguien que se acerca a una bestia peligrosa. No quería herirla, pero sabía que algo o alguien había tomado el control de su cuerpo.

—Liese, soy yo, Tony —dije, con la voz tan suave como podía—. Tienes que luchar contra esto. Tienes que volver.

Pero no respondió. Su mirada seguía fija en un punto distante, como si estuviera mirando a través de mí. No había emoción en sus ojos, no había rastro de la chica a la que amaba. El poder psíquico que emanaba de ella se intensificaba, haciéndome estremecer. La onda invisible me empujaba lejos, haciéndome sentir pequeño y vulnerable ante algo mucho más grande de lo que entendía.

Apreté los dientes y me arrastré hacia adelante de nuevo, decidido a sacarla de lo que fuera que estaba sucediendo. Esta vez, cuando levanté la mano para tocar su hombro, la energía que emanaba de ella chisporroteó, como un escudo que me mantenía a raya. Me quemaba, pero no me detuve.

—Liese... —dije, con el corazón latiendo desbocado en mi pecho—, no te voy a dejar. No dejaré que esto te consuma.

Por un segundo, pensé que podría haberme oído. Un destello de algo humano cruzó sus ojos brillantes. Pero entonces, con un movimiento repentino, su mano se levantó, y una ráfaga de energía invisible me lanzó contra el suelo, dejándome sin aliento.

—Lockwood, ya es suficiente. Estoy bien —dijo ella, pero su voz no era la misma. Era fría, distante, desprovista de la calidez que siempre la había caracterizado.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora