Capítulo 56-Anneliese

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El edificio del juzgado era imponente, sus paredes de piedra gris se alzaban ante nosotros como una fortaleza que parecía empequeñecer a quienes se aventuraban a entrar. Caminábamos en silencio, con el eco de nuestros pasos resonando en el mármol frío bajo nuestros pies. A mi alrededor, las sombras de lo que estaba por venir parecían volverse más densas a cada paso que dábamos hacia la entrada. Mi corazón latía con fuerza, y mis pensamientos giraban en torno a lo que nos esperaba en esa sala.

Al entrar, el ambiente frío y aséptico del lugar me golpeó de inmediato. El olor a papeles viejos y muebles de madera pulida llenaba el aire, y una sensación de opresión comenzó a asentarse en mi pecho. Holly, Lucy, y Quill nos acompañaban hasta la entrada de la sala de audiencias, pero sabíamos que este era el límite. Ellos no eran familiares ni testigos, y no podían acompañarnos más allá de las puertas.

Holly fue la primera en despedirse. Se acercó a mí con su típica calma, pero su abrazo fue más fuerte de lo habitual. No dijo mucho, solo susurró un simple:

—Todo va a estar bien—pero su tono estaba lleno de seguridad. Cuando me soltó, vi un brillo de emoción en sus ojos, pero ella lo ocultó rápidamente, dándome una pequeña sonrisa antes de dar un paso atrás.

Lucy, más directa, no perdió tiempo y me dio un abrazo cálido. Siempre tan sincera y afectuosa y luego me sostuvo por los hombros, mirándome a los ojos.

—Ann, tienes esto bajo control. No te dejes intimidar. No importa lo que pase hoy, recuerda que siempre estaremos aquí para ti.

Su mirada firme me dio un poco de la fuerza que tanto necesitaba, aunque el nudo en mi estómago no desaparecía. Asentí, sin atreverme a hablar, y la dejé ir.

Kipps, por otro lado, fue más casual. Con una sonrisa torcida, se acercó, metiendo las manos en los bolsillos de su chaqueta.

—Sabes que si necesitas que le dé una buena paliza a alguien, solo tienes que pedirlo —bromeó, aunque su tono era más serio de lo que normalmente empleaba.

Me hizo reír, a pesar de la ansiedad que sentía. Su humor ligero, aunque a veces inapropiado, siempre lograba desviar mi atención al menos por unos segundos. Me lance a abrazarle y el no dudo en corresponderme y rodearme con sus brazos.

—Gracias, Quill —dije suavemente, y él se separo y me dio un golpecito en el hombro antes de unirse a Holly y Lucy para ir a los asientos públicos, donde podrían ver lo que sucedía, pero no intervenir.

Cuando las puertas del tribunal se abrieron ante nosotros, la sensación de ser arrastrada hacia lo inevitable me envolvió de nuevo. George, Nana y Tony se quedaron conmigo. George, como mi hermano, y Nana, mi tutora, estaban autorizados a estar conmigo durante el juicio. Tony, sin embargo, no tenía ninguna razón legal para quedarse conmigo, pero su determinación era inquebrantable. Se había negado desde el principio a dejarme sola.

—No voy a alejarme de ti, ni por un segundo —me había dicho antes, y yo sabía que no era solo una promesa vacía. Ahora, mientras avanzábamos por el pasillo hacia nuestros asientos, su presencia a mi lado era un ancla. Sabía que no iba a dejarme sola, y eso era lo único que me ayudaba a mantenerme en pie.

A pesar de que la sala de audiencias estaba prácticamente vacía, la tensión era palpable. Nos dirigieron a nuestros asientos, justo enfrente del juez, a la izquierda. El juez aún no había llegado, y la sala se sentía extrañamente vacía, como si estuviéramos esperando el inicio de algo mucho más grande de lo que podíamos manejar.

Nos sentamos, y mis nervios comenzaron a manifestarse de inmediato. Mi pierna no dejaba de moverse, golpeando el suelo con un ritmo rápido e incontrolable. Mi mente estaba en mil lugares a la vez, preguntándome qué dirían mis padres, cómo nos juzgarían, cómo podría defenderme contra todo lo que habían hecho para destruirme. Cada segundo que pasaba sentía como si mi control se deslizara más y más.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora