Capítulo 40- Lockwood

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Estaba sentado en el viejo sofá de la biblioteca, el lugar donde tantas veces habíamos planeado nuestras misiones y discutido estrategias

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Estaba sentado en el viejo sofá de la biblioteca, el lugar donde tantas veces habíamos planeado nuestras misiones y discutido estrategias. Pero hoy, por primera vez en mucho tiempo, la sensación de urgencia había desaparecido. En lugar de mapas y libros, la mesa frente a nosotros estaba llena de tazas de té humeante y un bizcocho casero que olía a canela y azúcar.

Liese estaba prácticamente tumbada sobre mí, su espalda descansaba sobre mi pecho, su respiración era lenta, como si cada inhalación fuera un esfuerzo. Sus ojos estaban cerrados, aunque sabía que estaba despierta. Le dolía la cabeza, y no me extrañaba. Después de lo que había pasado anoche, era increíble que solo tuviera eso.

Su cabello caía sobre mi brazo, y de vez en cuando sentía cómo su cuerpo se relajaba un poco más, dejándose llevar por la comodidad. No me importaba en lo más mínimo, claro. Estar allí, con ella apoyada en mí, era algo que me hacía sentir extrañamente en paz. Habíamos sobrevivido a una noche y ahora estábamos aquí, todos juntos, seguros.

Flo estaba sentada en una de las sillas de la biblioteca, con una sonrisa satisfecha en el rostro. Claramente, le encantaba haber sido testigo de cómo habíamos salido de la situación, y también de haber sido invitada al desayuno. George estaba a su lado, más sonrojado de lo habitual, y no había dejado de mirarla de reojo desde que nos sentamos. Era evidente que estaba nervioso, pero trataba de disimularlo metiéndose un trozo de bizcocho en la boca cada pocos minutos.

—Desayuno digno de un rey —dijo Flo, mordiendo otro pedazo de bizcocho y mirándolo a George—. Te superaste esta vez, Georgie. No sabía que eras tan buen cocinero.

George, visiblemente nervioso, trató de responder, pero su boca seguía llena de bizcocho, lo que lo hizo toser ligeramente. Me reí para mis adentros mientras Flo lo observaba con una mezcla de diversión y ternura. Noté que Liese sonreía, apenas un leve movimiento en la comisura de sus labios. Sabía perfectamente lo que estaba pasando. Ella también había notado la extraña dinámica entre George y Flo, y como siempre, disfrutaba observando cómo su hermano intentaba mantener la compostura.

—Gracias —respondió George finalmente, después de limpiar su garganta—. No es gran cosa, de verdad. Holly y yo solo hicimos lo que pudimos.

Holly apareció en ese momento, elegante como siempre, con una bandeja con otra tetera y galletas. Depositó la bandeja en la mesa y nos dedicó una sonrisa a todos, pero sus ojos se detuvieron un poco más en Liese.

—¿Cómo estás, Ann? —preguntó suavemente, mientras Lucy se acercaba con una bolsa de hielo para su cabeza.

—Le duele la cabeza —respondí en su lugar, antes de que Liese tuviera que esforzarse en contestar.

Lucy se acercó a nosotros y me tendió la bolsa de hielo. Con cuidado, la coloqué en la frente de Liese, sosteniéndola en su lugar mientras ella suspiraba de alivio. Su cuerpo se relajó un poco más contra el mío, y me di cuenta de que mis dedos jugaban distraídamente con un mechón de su pelo.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora