Capítulo 47-Lockwood

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Los encontramos en la posada, sentados en una esquina del bar. El recorrido por Aldbury Castle había terminado, y los demás se habían topado con lo que parecía ser la mitad del pueblo, que salió de sus casas al oír que estábamos investigando. Cada uno con su propia historia de fantasmas, los aldeanos nos detuvieron con desesperación, deseosos de contar sobre las apariciones y sombras que rondaban sus hogares. Holly, con su calma habitual, se las arregló para evitar que el caos se desbordara, organizando a la multitud y convenciéndolos de reunirse en la posada para discutir los detalles. Allí, Kipps y Lucy tomaron nota mientras George, con su precisión habitual, marcaba cada manifestación en un mapa con círculos rojos. Su mapa terminó lleno de puntos, como si hubiese sido golpeado por la varicela.

Los últimos en irse fueron un anciano y su nieta, quienes contaron haber visto una sombra en llamas cerca del camposanto. Fue entonces cuando Holly se inclinó sobre el mapa de George, señalando tres puntos que había rodeado con un marcador negro.

—Esos son los avistamientos de la sombra en llamas —explicó Holly con voz seria—. Uno en el camposanto, otro junto a los viejos puestos en el extremo del pueblo, y el último en el parque. Dos niñas pequeñas vieron a un "gran hombre ardiendo" caminando cerca de la cruz. Pero esa sombra... —añadió, respirando profundamente— es el menor de nuestros problemas. Lockwood, hay muchísimos fantasmas aquí. No sé cómo vamos a encargarnos de todos.

Le di una mirada rápida al mapa antes de asentir, tomando conciencia de la magnitud del problema.

—Eso es lo que debemos decidir —respondí, notando el cansancio en sus rostros—. Todos habéis hecho un gran trabajo hasta ahora. Hemos reunido información valiosa. Pero antes de seguir adelante, comamos algo. Luego podremos sentarnos a analizar lo que hemos descubierto con más claridad.

Holly y Lucy sonrieron agradecidas,  Kipps suspiró, dejando caer su lápiz sobre el montón de notas que había acumulado frente a él. George guardó el mapa, estirándose antes de echar un vistazo al modesto menú de la posada, que consistía principalmente en estofado. Por suerte, George siempre piensa en todo. Sacó una bolsa con fruta, empanadillas y rollitos de salchicha que había traído de las tiendas del pueblo, una alternativa más apetecible.

—Listo para cualquier emergencia gastronómica —dijo con una sonrisa mientras repartía las provisiones.

Nos instalamos en una esquina del bar, la más alejada posible del reverendo Skinner, que murmuraba entre dientes en su asiento junto al fuego. Juntamos varias mesas, creando lo que Kipps llamó un "auténtico escritorio de batalla". El mapa de George ocupaba el centro, y los garabatos de Kipps y Lucy, con sus observaciones sobre cada avistamiento, estaban dispuestos a un lado. El panorama, como había dicho Holly, no era precisamente alentador.

Después de un rato de silencio, Lucy, quien había estado revisando las notas con detenimiento, levantó la cabeza.

—Esto va a tomarnos varias noches. Tendremos que dividirnos en equipos e ir sistemáticamente de casa en casa, limpiando cada lugar.

Asentí, sabiendo que tenía razón. Justo entonces, Kipps se incorporó de repente, escuchando algo en el exterior.

—¿Qué ha sido eso? —preguntó Holly, alarmada.

—Un coche ha aparcado fuera —respondió Kipps, frunciendo el ceño—. Viene alguien.

Liese, quien había estado distraída garabateando en su libreta nueva, se levantó lentamente. Caminó hasta la ventana y se asomó, su expresión se tensó ligeramente. Sentí un nudo formarse en mi estómago. Algo no estaba bien.

La puerta de la posada se abrió de golpe, dejando entrar una bocanada de aire frío junto con el aroma de la lavanda que se quemaba en los braseros del jardín. Un hombre grande, cuya presencia llenó inmediatamente el umbral, entró en la habitación. Su sola entrada hizo que el bar quedara en completo silencio.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora