Capítulo 11-Anneliese

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El tono de piel de la mujer cambió; su arrogancia se redujo, mostrando una faceta cansada y recelosa. Se encogió, como si el peso de su confesión le costara un gran esfuerzo.

—Sí, ha habido un... accidente. Debe entender que no ha sido culpa mía. Las pisadas nunca han supuesto un problema, por mucho que digan los criados. —Sacudió la cabeza—. Actué correctamente. No fue mi culpa.

—Espere. ¿Entonces las pisadas llevan un tiempo apareciendo? —pregunté, con la mente corriendo a mil por hora.

—Ah, sí, años. —La mujer me miró, su voz cargada de una defensiva tensión—. No piense que he sido irresponsable, jovencita. Las pisadas, al igual que las anomalías que las acompañan, siempre han sido tenues e inconsistentes. Y rara vez aparecían. Nadie había resultado herido. A excepción del griterío de varios criados, nadie se percataba de que estaban ahí. Sin embargo, han sido vistas con más frecuencia en las últimas semanas. Al final, se convirtió en algo que se repetía cada noche —dijo, apartando la mirada como si intentara evitar el peso de sus propias palabras.

—¿No se le ocurrió mencionárselo al DEPRAC? —preguntó Holly, con una expresión de incredulidad y preocupación.

—¡Las anomalías apenas me perturbaban! —gritó la señora Wintergarden, y todos nos sacudimos ante el estallido—. No vi la necesidad de contratar a agentes en ese momento. —Se separó la tela de la chaqueta de lana, como si la presión de la conversación le resultara física—. ¡Hay cientos de apariciones por toda la ciudad! No se puede molestar a las autoridades por cada voluta o trémulo, y tengo una reputación que mantener. Para nada quería que las botas sucias del DEPRAC se pasearan por mi casa.

Tony la miró con una mezcla de paciencia y seriedad.

—¿Y qué ocurrió?

La mujer se golpeó el regazo con un puño pequeño y blanco, intentando controlar la inquietud que había emergido de su fachada de superioridad. Parecía que el peso del mundo estaba sobre sus hombros.

—Bueno, plantéese por qué contraté a los niños de la patrulla nocturna. Su trabajo consistía en asegurarse de que todo estuviera bajo control. Les encomendé la sencilla tarea de vigilar la escalera y descubrir la naturaleza de la aparición. Yo estaba durmiendo en la casa. Muchos criados se habían marchado, pero algunos se encontraban en el piso de arriba. Era importante que estuviéramos seguros...

Su voz se quebró, y se inclinó sobre la mesa. Su mano cadavérica planeó sobre la tarta de zanahoria, pero luego se desvió para coger la taza de té, como si necesitara algo para calmarse.

—Ya —añadió Lockwood con una indiferencia calculada—. Su seguridad era sin duda primordial. Continúe.

—Después de la primera noche... Eso fue hace tres noches, señor Lockwood. Los críos me informaron mientras desayunaba. Habían esperado en el sótano y contemplado la escalera. En algún momento después de las doce, vieron cómo aparecían las pisadas, del mismo modo que le he descrito. Las pisadas se formaron, una detrás de la otra, y avanzaron por la escalera, como si alguien subiera lentamente. Conforme avanzaban, las huellas se volvían más rápidas. Los niños las siguieron, pero solo hasta cierto punto. Por mucho que me irrite, cuando llegaron a la planta principal se detuvieron y no continuaron. ¡Figúrese! ¿De qué sirvió eso?

—¿Le dijeron por qué se quedaron atrás? —preguntó Lockwood, con una mirada penetrante.

—Afirmaron que la aparición se movía demasiado rápido. También que estaban asustados. —La mujer nos observó, como si esperara que todos compartiéramos su desdén—. ¡Asustados! ¡Pero si era su trabajo!

—¿Le importaría decirnos cuántos años tenían esos niños? —pregunté, intentando mantener un tono neutral.

La señora Wintergarden torció la boca con desdén.

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