Capítulo 4-Anneliese

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La luz del sol de la mañana se filtraba a través de las cortinas de la cocina, creando destellos dorados en las superficies de madera. El aroma a masa fresca y a chocolate derretido llenaba el aire. Mi abuela y yo estábamos de pie junto a la mesa de la cocina, mezclando ingredientes para hacer galletas, una tradición que habíamos mantenido desde que yo era una niña.

La cocina de Nana siempre me había parecido un lugar mágico, con sus estantes llenos de especias y hierbas, sus frascos antiguos y esas sillas de mimbre que crujían al sentarse. Todo aquí tenía un aura de tranquilidad que me hacía sentir segura, como si nada malo pudiera alcanzarme mientras estuviera entre estas paredes.

—¿Y cómo va todo en Londres, querida? —preguntó Nana, rompiendo el silencio cómodo mientras medía cuidadosamente una taza de azúcar—. No he tenido noticias tuyas durante semanas, y eso siempre me preocupa.

Sonreí ligeramente, sintiendo una mezcla de culpa y cariño. Sabía que debía haber llamado más a menudo.

—Lo sé, Nana, lo siento —respondí, batiendo la mantequilla con el azúcar en un cuenco grande—. Ha habido mucho movimiento... el último caso fue complicado como te dije, y luego... bueno, algunas cosas han cambiado.

Ella levantó la vista, sus ojos llenos de curiosidad.

—¿Qué tipo de cosas? —preguntó, arqueando una ceja.

Me detuve un momento, buscando las palabras adecuadas.

—Mis poderes... han cambiado —empecé con cautela—. Creo que se están haciendo más fuertes. Siento cosas que antes no sentía, y a veces puedo hacer... cosas que antes no podía.

Nana dejó la cuchara de madera con la que estaba removiendo la masa y se giró hacia mí, con el ceño fruncido.

—¿Más fuertes? —repitió, con una pizca de preocupación en su tono—. ¿Qué tipo de cosas, Anneliese?

—Cosas buenas, Nana —dije rápidamente, intentando tranquilizarla—. Puedo conectar con la gente de una forma que antes no podía. Puedo sentir lo que sienten... y, a veces, puedo ayudarles a sentirse mejor. A calmarse entre otras cosas.

Vi cómo su ceño se fruncía un poco más, sus ojos oscureciéndose con preocupación.

—Eso suena... peligroso, Anne —dijo suavemente—. No quiero que te hagas daño, o que alguien más te haga daño por no entender lo que puedes hacer.

Me acerqué a ella, dejando la cuchara de madera a un lado y tomándola de la mano. Su piel era suave y cálida bajo la mía, y pude sentir un leve temblor en sus dedos. Quería mostrarle que no había nada que temer, que mis poderes no eran una maldición, sino algo que podía ser hermoso.

—No pasa nada, Nana —le susurré, apretando su mano suavemente—. Déjame mostrarte.

Cerré los ojos por un momento, respirando profundamente, y dejé que mi mente se abriera, buscando la suya. Sentí el ligero tirón de su conciencia, esa presencia cálida y familiar que siempre había sido un refugio para mí. Con cuidado, formé el puente entre nuestras mentes, como si tendiera una cuerda invisible entre nosotras.

Nana pareció tensarse por un instante, su cuerpo rígido, como si no supiera exactamente qué esperar. Pero luego, sentí cómo su respiración se calmaba cuando un torrente de tranquilidad fluyó a través de la conexión. Me concentré, transmitiéndole una sensación de paz, como si la envolviera en un abrazo de pura serenidad.

—¿Lo sientes? —susurré, sin abrir los ojos.

—Sí... —respondió, con un tono de asombro en su voz—. Es como... como si estuviera flotando.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora