Capítulo 41-Anneliese

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Entramos al edificio de St. James, y desde el primer momento la opulencia me golpeó. Cada rincón gritaba riqueza y tradición, desde las paredes de un granate profundo hasta el mármol frío bajo nuestros pies. Este no era un lugar para simples mortales, sino para aquellos que habían heredado siglos de privilegios. Lo sentí de inmediato; no pertenecíamos a este mundo de terciopelo y mármol. Pero Tony, como siempre, se movía con una elegancia innata, su porte imperturbable, como si hubiese nacido para caminar por estos pasillos.

A nuestro encuentro vino un hombre mayor, el secretario de la sociedad. Su cabello canoso estaba peinado hacia atrás, dejando al descubierto una frente amplia y brillante, y sus hombros ligeramente encorvados le daban un aire de sabiduría y cansancio a partes iguales. Vestía una levita larga y un cuello almidonado, detalles que hacían que pareciera haber salido de otra época, tal vez un siglo atrás.

—Entren, entren. Bienvenidos. Soy el secretario de la sociedad —nos dijo con voz suave pero firme.

Su amabilidad contrastaba con la frialdad del lugar. El vestíbulo donde nos encontrábamos estaba desprovisto de calor, tanto físico como emocional, y un reloj cercano marcaba el tiempo con un tictac insistente. Tras el secretario, vi bajar a una pareja mayor por una escalera de caracol, observándonos con curiosidad.

Tony dio un paso al frente, siempre el líder en estas situaciones, con una confianza que me dejó preguntándome cómo lograba mantenerla.

—Señor, hemos venido a ver a la señora Penélope Fittes —dijo con su tono habitual, formal pero no sumiso—. Me llamo Anthony Lockwood. Estos son mis compañeros, George y Anneliese Karim.

El hombre mayor asintió, como si hubiese esperado nuestra llegada con anticipación.

—Me dijeron que les esperara. La querida Penélope está en la sala de lectura —respondió mientras observaba a Tony con interés—. ¿Así que es el chico de Celia y Donald? Creo que he leído algo sobre usted en The Times. Sí, sí, los veo en su rostro.

Sentí cómo la tensión en Tony aumentaba de inmediato. Cualquier mención a sus padres era como pisar sobre hielo fino. Aunque su expresión era imperturbable, conocía lo suficiente de mi novio para notar el sutil cambio. Me acerqué y, sin pensarlo, tomé su mano, entrelazando mis dedos con los suyos, ofreciendo apoyo. No necesitaba usar mi poder para calmarlo, pero quería estar ahí, a su lado, por si lo necesitaba.

—Estoy bien, no uses tu poder—me susurro para que solo yo escuchase. Me estremecí ligeramente, sorprendida, pero me relajé al ver que me había sentido. Tony era reservado, incluso con nosotros, y sabía que tenía que respetarlo.

—¿Los conocía, señor? —preguntó, aunque pude notar el esfuerzo que hacía por mantener la conversación en tono neutral.

El secretario asintió.

—Claro que sí. Una vez fueron candidatos para formar parte de la sociedad. De hecho, dieron una charla muy interesante en la misma estancia a la que los llevaré ahora. «Sabiduría popular espiritista entre las tribus de Nueva Guinea y Sumatra Occidental» o algo por el estilo. Eran folcloristas, por supuesto, aunque quizá no científicos en el sentido más literal de la palabra. Aun así, sus estudios eran perfectos. Fue una gran pérdida.

La voz del hombre flotaba entre nosotros, pero yo solo veía la mandíbula tensa de Tony. Estaba impasible, como siempre, pero la mención de la "pérdida" resonó en el aire como un eco silencioso.

—Gracias, señor —respondió Tony, su tono frío pero cortés. Yo apreté un poco más su mano, sin usar mi poder, solo mi presencia.

El secretario nos condujo por un pasillo alfombrado en tonos oscuros, y en las paredes, retratos de caballeros serios nos miraban con ojos inquisitivos. Era como si fuéramos intrusos en un espacio sagrado, un lugar reservado para los "dignos". A lo largo del corredor, una ventana de vidrieras dejaba entrar haces de luz que teñían el aire de amarillo y rubí, creando un ambiente casi irreal. Al pie de la ventana, una escultura de piedra de un arpa de tres cuerdas estaba colocada sobre un pedestal. El secretario se detuvo un momento para señalarla.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora