Capítulo 54-Lockwood

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Habían pasado tres días desde que volvimos de Aldbury Castle y, aunque de alguna manera me esperaba que las cosas se calmaran, la realidad es que no había sido así. No del todo. Al menos, no para Liese.

Habíamos regresado a Londres en uno de esos trenes lentos, el tipo de trenes que te da demasiado tiempo para pensar en todo lo que has pasado, y en lo que podrías haber perdido. Liese estaba a mi lado, mirándome a veces con esa media sonrisa cansada que siempre usaba para hacerme sentir que todo iba a estar bien. Pero luego, apenas a mitad del viaje, comenzó a cabecear. Al principio pensé que solo estaba cansada, igual que todos nosotros. Después de todo, lo que habíamos enfrentado en el pueblo había sido... intenso. Era normal que el agotamiento la golpeara de esa manera.

Pero no me di cuenta de lo agotada que estaba hasta que llegamos a casa. La había ayudado a subir las escaleras de Portland Row y, en cuanto entramos en nuestra habitación, se desplomó en la cama, como si su cuerpo hubiera decidido que ya no podía aguantar más. Casi ni tuvo tiempo para quitarse la chaqueta o los zapatos antes de que cayera en un sueño profundo, algo más allá del simple cansancio.

Al principio, todos estábamos preocupados. George fue el primero en sugerir que algo estaba mal, que tal vez todo lo que había pasado con el portal y los fantasmas había afectado su mente o su cuerpo de una forma que no podíamos entender. Pero Lucy, que había estado en la habitación con nosotros, nos calmó. Nos dijo que el cráneo había hablado. Que había dicho que era normal.

—Dijo que Ann se estaba moviendo por el impulso final de energía que le dio el portal cuando salimos de Aldbury Castle —explicó Lucy, su voz tranquila pero firme—. Todo ese poder la mantuvo en pie, pero tarde o temprano iba a caer rendida. Está agotada. Solo necesita tiempo.

Eso nos tranquilizó, al menos un poco. Aún así, ver a Liese tan inmóvil, su cuerpo hundido en las sábanas mientras su respiración apenas hacía ruido, fue más duro de lo que me gustaría admitir. Intenté no mostrarlo, sobre todo delante de George y Kipps, pero no pude evitarlo. Ella había sido la fuente de mi fortaleza en más ocasiones de las que puedo contar, y ahora, verla tan vulnerable... me recordó lo frágil que podía ser todo.

Durante esos tres días, casi no me separé de ella. Me quedé sentado al lado de la cama, observando cómo dormía, esperando cualquier signo de que iba a despertar. Cada vez que su respiración se hacía más profunda o su cuerpo se movía, me inclinaba hacia adelante, esperando que sus ojos se abrieran, pero no lo hacían. Cada tanto, George o Kipps me relevaban, insistiendo en que descansara o que al menos comiera algo.

George, a pesar de su propia preocupación, trataba de mantener las cosas ligeras. Se pasaba por la habitación con un plato de comida en la mano, bromeando sobre lo ridículo que era verme sentar al lado de la cama como un guardián silencioso.

—Deberías comer, Lockwood —me decía con esa voz de falsa seriedad que usaba cuando intentaba ocultar su preocupación—. No querrás que cuando Liese se despierte vea que te has convertido en un esqueleto, ¿verdad?

Kipps, por su parte, no decía mucho. Solo se aseguraba de que yo no me desmoronara. Sabía que, aunque no lo admitiera, necesitaba esos breves descansos. A veces se sentaba a mi lado, en silencio, sin intentar llenar el espacio con palabras. Otras veces me decía que era su turno, casi obligándome a salir de la habitación para despejarme un poco. A pesar de nuestras diferencias, había aprendido a apreciar su forma de estar ahí sin necesidad de ser ruidoso.

Lucy, por otro lado, no estaba en la casa esos días. Se había ido por unos días para resolver algunos asuntos con su madre en su pueblo. Me había dicho que volvería pronto, pero se notaba que estaba preocupada por dejarme solo con todo lo que estaba pasando. Holly también estaba fuera, de "vacaciones", como ella lo llamó. Aunque, a decir verdad, estaba convencido de que en cualquier momento haría su reaparición con su habitual preocupación maternal.

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