Capítulo 3 - Lockwood

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Me paseé por la habitación, dejándome llevar por los recuerdos que la llenaban. Pasé mis dedos por los lomos de los libros en la estantería, algunos tan viejos que las letras de los títulos apenas eran legibles. Me detuve frente a un pequeño marco de fotos que descansaba en la mesita de noche.

Tomé la foto en mis manos y la estudié. Era una imagen de familia: una pareja de aspecto severo —sus padres, sin duda—, de pie detrás de cinco niños. Tres de ellos, claramente mayores, miraban fijamente a la cámara con expresiones serias. El cuarto, un chico un poco más joven, pero con una sonrisa traviesa en el rostro, era inconfundiblemente George. Y luego estaba ella, una niña pequeña y alegre, con los ojos brillantes de curiosidad y una sonrisa que no podía ocultar.

Justo en ese momento, escuché un suave golpe en la puerta. Me giré y vi a Nana de pie en el umbral, con una pila de toallas limpias en sus brazos. Me dio una mirada perspicaz, notando la foto en mis manos.

—Ah, esa foto... —dijo con un tono más suave, con una mezcla de melancolía y amargura en su voz—. No entiendo cómo mi hijo y mi nuera pueden ser así.

Me giré completamente hacia ella, mi expresión llena de curiosidad.

—Liese nunca habla de ellos —dije con sinceridad—. Casi como si no existieran. Supongo que... es un tema complicado.

Nana dejó escapar un suspiro profundo, una queja cargada de años de dolor.

—No me sorprende, Tony. —Dejó las toallas sobre la cama y se acercó un poco más, su expresión endureciéndose al recordar—. Siempre han sido así. Desde que puedo recordar.

Vi cómo sus ojos se oscurecían, y sentí que estaba a punto de desenterrar un montón de historias que habían permanecido enterradas durante demasiado tiempo.

—Mi hijo... nunca fue consciente del mundo que lo rodeaba. —Continuó con un tono algo áspero—. Creció aquí, claro, en un barrio humilde, con una familia que hizo lo mejor que pudo para salir adelante, ya puedes ver. Que esto no es como el centro aquí los visitantes no son tan comunes es casi como si el Problema no nos hubiera golpeado. Pero nunca le gustó esa vida. Siempre quiso más... o al menos, aparentar más de lo que tenía.

Se acercó a la ventana y miró hacia afuera, su mirada perdida en recuerdos lejanos.

—Cuando se fue a estudiar a la ciudad, se enamoró de una chica de alta cuna. Muy educada, muy bien vista. Y, con el tiempo, fue olvidando de dónde venía, olvidando a su familia, su hogar. —Hizo una pausa, y noté la dureza en su expresión—. Se casó con ella y, de repente, ya no era el mismo. Quería olvidar que venía de aquí, de este barrio. Empezó a rodearse de gente importante, de personas que lo veían como alguien respetable, como alguien que había "ascendido".

Asentí, entendiendo. Podía ver cómo alguien así habría visto su pasado como algo que ocultar, no como algo que abrazar.

—¿Y sus hijos? —pregunté con cuidado.

Nana soltó una risa amarga.

—Ah, los hijos... los tres mayores siempre han sido perfectos a los ojos de sus padres. Siempre con las mejores notas, las mejores maneras, los amigos más adecuados. Son ingenieros, son mis nietos y los quiero pero todo en ellos estaba en línea con lo que su madre quería: prestigio, poder, respeto. Pero cuando George mostró su don, bueno, eso fue algo diferente.

Fruncí el ceño, intrigado.

—¿Diferente? ¿Cómo?

Nana asintió, como si ya esperara esa pregunta.

—Al principio, les gustó la idea de que George tuviera un don. Pensaron que podría darles prestigio. Ya sabes, tener un hijo trabajando en la gran Agencia Fittes era algo que podían mencionar en las fiestas. Algo de lo que podían presumir. Pero Anne... —Nana sacudió la cabeza, como si el mero recuerdo fuera doloroso—, ella siempre fue diferente.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora