Capítulo 27-Anneliese

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Febrero

Cuatro meses desde que habíamos dejado la agencia y el caos en el que vivía antes. Estar en un caso nuevo me daba una mezcla de emociones: la adrenalina de volver a la acción y la melancolía de las cosas que había dejado atrás. Esa noche, sin embargo, no había lugar para la nostalgia. En cuanto Lucy cerró la puerta tras de nosotras, supe que estábamos en presencia de los muertos.

Lo sentí antes de verlo. Un hormigueo recorría mi cuero cabelludo y los pelos de mis brazos se erizaron al instante. El aire de la oficina iluminada por la luna estaba helado, más frío que cualquier otra parte del edificio. El coágulo de telarañas polvorientas colgando de las ventanas, cubierto de escarcha brillante, me dio la bienvenida con una especie de advertencia silenciosa. También estaban esos sonidos antiguos, persistentes, que me habían seguido desde las escaleras y pasillos desiertos: el crujido suave de lino, el chasquido de cristal roto, y lo peor de todo, el lejano llanto de una mujer agonizante. Sabía que el espectro estaba cerca. Y más allá de eso, una corazonada profunda me advertía que algo malvado me observaba con atención.

Si todo eso no hubiera sido suficiente, la voz estridente de la calavera en la mochila terminó de confirmarlo.

—¡Ah! ¡Ayuda! ¡Un fantasma! —gritó Skylly desde dentro de la bolsa.

—Corta el rollo, Skully. Ya lo sabemos —respondí con un suspiro, intentando mantener la calma.

—¡Está justo ahí! ¡Os está mirando con las cuencas vacías! ¡Ahora está sonriendo y le veo los dientes!

Lucy resopló, mirando la mochila como si estuviera regañando a un niño pequeño.

—¿Y eso por qué te perturba? Eres una calavera. Tranquilízate.

Vamos, Luce, dale un respiro —dije, agachándome para abrir la mochila—. Skully solo se aburre.

Eso, escucha a Ann. Ella sí sabe cómo tratarme —respondió la calavera, con ese tono de satisfacción que lograba hacerme sonreír.

La saqué de la mochila y la deposité en el suelo, aún dentro del frasco de cristal que brillaba con esa luz verdosa y humeante. Su rostro translúcido, con la nariz torcida y los ojos como dos huevos escalfados, se aplastaba contra el vidrio mientras sus ojos iban de un lado a otro, siguiendo algo que solo él podía ver.

—Me dijiste que os avisara, ¿no? Pues os estoy avisando. ¡Ah! ¡Ahí está! ¡Un fantasma! ¡Huesos! ¡Pelo! ¡Puaj!

—Podrías callarte, ¿por favor? —respondió Lucy, con el tono de quien ha escuchado lo mismo demasiadas veces.

Aunque trataba de mantener la calma, las palabras de Skully comenzaban a afectarme. La tensión en la habitación era palpable. Observé las sombras, buscando alguna figura fantasmal, pero no veía nada. Sin embargo, sabía que no debía confiarme. Este espectro en particular no jugaba con las reglas habituales.

Mientras Lucy revisaba lo que llevaba en su mochila, empecé a rebuscar entre mis propias herramientas. Saqué las bombas de sal, las granadas de lavanda y las cadenas de hierro, preparándome para cualquier eventualidad.

Lucy, si estás buscando el espejo, lo ataste a la parte trasera de la mochila con un trozo de cuerda —dijo Skully, con tono de superioridad.

—Ah..., sí, es verdad —respondió ella, enredándose un poco con la cuerda.

—Te lo dije, estaba alli para que no se te olvidara —le recordé con una sonrisa burlona.

Lucy suspiró, sus ojos brillando de frustración. Aun así, no podía ocultar su nerviosismo.

—¿Estáis aterrorizadas? —preguntó Skully, casi burlón.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora