Capítulo 55-Anneliese

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El sol apenas había comenzado a iluminar el cielo gris de Londres, pero yo ya llevaba despierta horas, aunque la noche no había traído descanso alguno. El día del juicio finalmente había llegado. Mi estómago estaba tan revuelto que la idea de comer me producía náuseas. Frente a mí, una taza de té frío y una tostada que no había tocado descansaban en la mesa, mientras mis manos jugueteaban con el borde del plato sin siquiera ser consciente de lo que hacía.

Habíamos pasado días preparando testimonios, reuniendo pruebas, y discutiendo cada detalle de cómo íbamos a demostrar que yo debía quedarme con la agencia. Tony había sido un pilar incansable, manteniéndose sereno como siempre, pero en sus ojos veía una sombra de preocupación que no podía ignorar. George había revisado y releído todo junto con Lucy, aportando sus observaciones perspicaces como si estuviera preparando un informe para DEPRAC. Holly había sido práctica, como de costumbre, asegurándose de que todos supiéramos exactamente qué decir y cómo decirlo. Incluso Kipps había hecho un esfuerzo por no pelear con Tony ya que parecía entender la gravedad del momento.

Nana había llegado anoche. Verla me trajo una mezcla de alivio y dolor. Ella, mi abuela, la única que había estado allí para mí cuando mis propios padres me habían rechazado, ahora estaba aquí para apoyarme en un juicio en el que, de nuevo, mis padres buscaban destrozarme. Estaba sentada al final de la mesa, tranquila como siempre, con una taza de té en las manos, pero podía sentir su mirada ocasional sobre mí, como si intentara transmitirme fuerzas sin decir una palabra.

Tony estaba sentado a mi lado, con una mirada fija en mi taza de té sin tocar. Finalmente rompió el silencio, con esa voz suave pero firme que siempre utilizaba cuando sabía que las cosas no iban bien.

—Liese, tienes que comer algo —dijo, inclinándose ligeramente hacia mí—. No puedes ir al juicio con el estómago vacío.

Negué con la cabeza, mis manos se aferraron con más fuerza al borde del plato. No era solo que no quisiera comer; era que no podía. Sentía que si ponía un solo bocado en mi boca, lo vomitaría de inmediato. Mi estómago se retorcía de tal manera que incluso respirar me resultaba difícil. Abrí la boca para responder, pero las palabras se atascaban en mi garganta, como si mi cuerpo se negara a seguir adelante con algo tan simple como desayunar.

Tony suspiró y, con la paciencia que siempre me desarmaba, se levantó de su silla.

—Voy a prepararte algo ligero, por si más tarde decides intentarlo. No te preocupes, no tienes que comer ahora, pero quiero que lo tengas por si acaso. —Su tono era comprensivo, pero sabía que en el fondo estaba preocupado. Sabía que necesitaba mantenerme fuerte, no solo para el juicio, sino para mí misma.

Lo observé moverse por la cocina con una gracia contenida, recogiendo una taza limpia y calentando agua, como si preparar té fuera la respuesta a todo el caos que se avecinaba. Me mordí el labio inferior, sintiendo la presión acumulada en mi pecho. No quería decepcionarlo, no quería decepcionar a nadie.

No era capaz de concentrarme en nada más que en lo que nos esperaba en el tribunal. No había abogados, solo yo enfrentándome a mis padres, con la esperanza de que un juez viera la verdad. ¿Pero cómo iba a convencer a alguien cuando ni siquiera podía controlar mi propio cuerpo en ese momento?

En ese momento, la puerta principal se abrió, y el sonido de pasos familiares llenó la entrada. Quill  y Holly aparecieron, su energía contrastando con la pesadez que se respiraba en la cocina. Quill, con su chaqueta desaliñada y su actitud despreocupada, parecía como si esto no fuera más que un día cualquiera. Pero sabía que había algo más detrás de su fachada. Había ofrecido ir a buscar a Holly para distraerse, aunque todos sabíamos que quería estar presente, ayudar de alguna manera, aunque fuera simplemente estando ahí.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora