Epílogo

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La cocina estaba cálida y tranquila, un contraste absoluto con la tensión que habíamos dejado atrás en la sala. El ruido de la tetera al hervir era el único sonido en la estancia mientras yo preparaba más té para todos. El sol primaveral brillaba a través de la ventana, y por un momento, todo parecía normal. Pero en el fondo, mi mente seguía dando vueltas a las palabras de Penelope Fittes, su advertencia final y esa sensación de que sabía más sobre mí y mis poderes de lo que debería.

Mientras ponía las tazas sobre la encimera, escuché la familiar voz burlona de Skully, la calavera en su frasco.

Qué buen discurso el de Lockwood —dijo con su tono usual de sarcasmo—. Muy bien dicho. Casi me creo por un segundo que no estáis todos condenados. Supongo que esa era su intención.

Rodé los ojos mientras seguía sirviendo el té.

—¿No deberías estar agradeciendo al menos que seguimos vivos? —le respondí, tratando de mantener el tono ligero, aunque sabía que, por dentro, la calavera siempre tenía algo más en mente.

Skully dejó escapar un resoplido.

—Bueno, ponme al día —continuó, ignorando mi comentario—. He escuchado algo, pero no sé quién era esa mujer que os hizo poneros tan tensos.

Me detuve un momento, sopesando cómo explicárselo.

—Penelope Fittes —dije al final, sin darle más vueltas.

—¿Y quién es? —preguntó la calavera, su tono indiferente, pero sabía que, como siempre, estaba más interesado de lo que dejaba entrever.

Suspiré, cansada de su constante fingimiento de ignorancia.

—La presidenta de la agencia Fittes. Y, al parecer, la que manda en toda la ciudad. Al menos, eso piensa ella. Vamos, pensaba que lo sabías. Deberías estar más al día.

Oh, soy solo una pobre y vieja calavera, ¿recuerdas? —se burló—. Tardo un poco en acostumbrarme a los tiempos modernos. Entonces, ¿era Penelope Fittes? ¿La presidenta de la Casa Fittes? ¿La nieta de la vieja Marissa Fittes, la que lo empezó todo?

—Sí —respondí, volviendo a la tetera que hervía—. Y de repente ya no es tan amable como pensábamos. Además, su mente está como bloqueada. Y sabe mucho de mis poderes, más de lo que debería.

Skully comenzó a reírse de nuevo, esa risa hueca y sarcástica que siempre me ponía los nervios de punta. Fruncí el ceño.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué te ríes? —pregunté, intentando contener mi irritación.

Por nada, Guardiana. Solo me resultas... muy ingenua.

Suspiré, dejando de lado la tetera y mirando su frasco.

¿Cuántos años decías que tiene? —preguntó la calavera de repente, su tono cambiando, volviéndose más curioso, como si estuviera entretenido por un chiste interno que yo no entendía.

—¿Estás pensando en pedirle matrimonio o qué? —respondí sarcástica, tratando de ocultar la incomodidad creciente que sentía—. ¿Y yo cómo voy a saberlo? Supongo que alrededor de cuarenta, o quizás algo más. No sé, Skully. No es relevante.

Skully dejó escapar otro resoplido de risa antes de continuar.

Oh, ¿y iba con un guardaespaldas? —preguntó con curiosidad—. Ese tipo rubio con pelusilla en el bigote, ¿verdad?

Fruncí el ceño, sabiendo exactamente a quién se refería.

—Sí, ya. Es sir Rupert Gale, un tipo peligroso —respondí con frialdad—. Un asesino sonriente con ojos azules. Pero ya sabes cómo es, Penelope siempre tiene a alguien que le haga el trabajo sucio.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora