Capítulo 32- Anneliese

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Cuando llegamos a la casa, George fue el primero en hacer un comentario.

—Entonces, ¿has venido a espiarnos? —preguntó, dirigiéndose a Quill con una sonrisa mordaz.

Kipps se encogió de hombros con la habitual calma que lo caracterizaba.

—Soy un observador. Nuestra política dicta que debe haber uno cuando se realiza una investigación junto a otras agencias. La señora Fittes también me ha pedido que os ayude en lo que podáis necesitar. No es que vaya a seros muy útil, porque, psíquicamente hablando, soy casi sordo y ciego.

Tony lo miraba sin mucha expresión, pero yo capté el matiz en su tono. Estaba evaluando la situación, como siempre hacía. Quill añadió:

—Últimamente solo detecto una especie de presión en el estómago, pero teniendo en cuenta que Ann y Lucy están aquí, no necesitáis más.

—En serio, nos alegra contar con tu ayuda —dijo Tony, con un aire más conciliador—. Pues el número siete. ¿Has entrado?

Quill observó la casa, su fachada limpia y sus ventanas brillando con la luz del atardecer. Todo parecía inofensivo desde afuera, como si la maldad que albergaba no pudiera penetrar esa barrera de luz natural.

—¿Yo solo? Tienes que estar bromeando —respondió Kipps con una sonrisa ladina—. Es una investigación en equipo. Con suerte, será uno de vosotros y no yo quien acabe petrificado por el fantasma. Aunque esto claramente no se aplica a vosotras, chicas —añadió, lanzando una mirada a Lucy y a mí—. Vosotras sí me importáis.

Alzó la mano, haciendo tintinear una llave en un llavero de cuero.

Tony miró el cielo del oeste, calculando el tiempo.

—Y todavía tenemos algo de tiempo antes de que las cosas se pongan feas. Vamos.

Recogimos nuestras bolsas y avanzamos en silencio por el camino que llevaba a la casa. Un mirlo cantaba una melodía aguda y ligera desde algún lugar escondido entre los setos, y el aire olía a la promesa de la primavera. Pero yo sabía que esa serenidad pronto se rompería. Las peores cosas siempre ocurrían bajo el manto de lo que parecía ser tranquilidad.

Llegamos al porche sin incidentes, lo que me puso aún más nerviosa. Lockwood, siempre previsor, insistió en colocar un pequeño círculo con un farol como una línea de defensa exterior.

Mientras se ocupaban de eso, me separé un poco del grupo y me acerqué a una de las ventanas de la casa. El cristal estaba limpio, dejando ver el interior de lo que parecía el salón. Dentro, todo estaba vacío, solo un rayo de sol dorado dividía la habitación en dos. Las paredes estaban cubiertas de un papel de rayas marrones, y en el suelo descansaba una alfombra amarillenta. No había muebles, solo los contornos difusos de donde probablemente colgaron cuadros hace muchos años.

—Parece que es el salón —murmuré.

A mi lado, George asintió.

—Sí. Ahí es donde encontraron los pies de la víctima. Al parecer estaban en un frutero en la mesita.

—Maravilloso —dijo Lucy con una mueca.

Puse los dedos sobre el cristal, escuchando en silencio. A veces, podía sentir cosas incluso desde fuera, cuando la energía era lo suficientemente fuerte. Pero, para mi alivio, no capté nada. Solo el canto del mirlo. Era solo una casa.

Tony giró la llave con sorprendente facilidad. Casi sin pensarlo, fue el primero en entrar, y los demás lo seguimos poco a poco. Yo me quedé atrás por un momento, fingiendo ajustar mi mochila, pero en realidad buscando una oportunidad para hablar con Skully.

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