Capítulo 6- Anneliese

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Habían pasado semanas desde que estuvimos en casa de Nana, desde el desastre con mi padre. Cuando volvimos a Londres todo era extraño, nadie quería hablar de lo sucedido, teníamos un acuerdo silencioso donde era como si esas últimas horas en la casa de mi abuela no hubieran pasado como si mi progenitor no me hubiera humillado y agredido delante de mi novio y mi familia. Como si mi mente no me la hubiera jugado al aliarse con mi don y generarme un ataque de pánico. Como si no me hubiera pasado días sin soportar más contacto que el de Tony. Pero bueno había que aceptar que cada uno se enfrentaba a sus problemas a su manera: yo no hablar del tema, lo iba a ignorar como Tony el tema de su hermana, George su extraña relación con Flo o las desapariciones esporádicas de Lucy. Todos guardábamos secretos y sabíamos que algunas veces era mejor dejar que el tiempo pasase y ya todo se pondría en su sitio.

Pero volvamos a lo importante hoy teníamos misión, estábamos de pie en el umbral de la Pensión Lavanda, llamando al timbre. La tarde de octubre era gris y tormentosa, las sombras se extendían y los tejados oscuros del viejo barrio de Whitechapel se perfilaban contra las nubes. La lluvia empapaba nuestros abrigos y goteaba sobre las fundas de nuestros estoques. El reloj marcaba las cuatro de la tarde.

—¿Estamos todos listos? —preguntó Tony, con su voz tranquila—. Recordad, hacemos algunas preguntas y observamos cualquier anomalía psíquica. Si encontramos alguna pista sobre la habitación de los asesinatos o la ubicación de los cuerpos, no decimos nada. Nos despedimos educadamente y avisamos a la policía.

—Entendido, tratar con posibles asesinos sin que sepan que sabemos que son asesinos—dije, ajustando mi cinturón de trabajo.

—Justamente eso Peque, con actitud.

George, que estaba ocupado asegurándose el equipo, asintió. De pronto, escuché un susurro en mi oído, proveniente de mi mochila.

—¡Es un plan inútil! —gruñó el cráneo dentro de su frasco—. Deberíais apuñalarlos primero y hacer las preguntas después.

Le di un pequeño codazo a la mochila, murmurando:

—Cállate ya.

—No puede, es su naturaleza ser un pesado de mierda —dijo Lucy para después reírnos las dos en voz baja.

Las últimas semanas habíamos hablado mucho con el Cráneo hasta el punto de que nos parecía útil llevarle a las misiones como soporte. He de decir que conmigo era más majo que con Lucy pero puede que fuera porque yo no lo insultaba cada dos palabras.

Esperamos en los peldaños de entrada. La Pensión Lavanda era un hostal estrecho y de tres plantas, con un aire desgastado como casi todo en esta parte del East End. 

Tony se asomó por el vidrio de la puerta, protegiéndose los ojos con una mano.

—Hay dos personas al final del vestíbulo —dijo, tocando el timbre de nuevo, cuyo sonido era como un molesto zumbido. Tiró de la aldaba también, pero nadie respondió.

—Es de mala educación fisgar por los cristales, Ann díselo—le reprende Lucy

George miró hacia la calle y frunció el ceño.

—Espero que se den prisa... No quiero alarmar a nadie, pero hay algo blanco acercándose por la acera.

Tenía razón. Una figura pálida se movía lentamente, oscurecida por las sombras de las casas. Lockwood se encogió de hombros, despreocupado.

—Seguro que es solo una camiseta ondeando en un tendedero. Todavía es temprano, no será nada desagradable.

George, Lucy y yo intercambiamos miradas. Ya había visto sombras inquietantes mientras caminábamos por Whitechapel, y era uno de esos días en que la luz apenas rompía la oscuridad.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora