Capítulo 1-Anneliese

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El sol se filtraba a través de las cortinas de la biblioteca, creando patrones dorados sobre el suelo de madera. En medio del silencio tranquilo, el único sonido era el suave susurro de la música que salía de la radio, mezclándose con el murmullo ocasional de la brisa que se colaba por una ventana entreabierta.

Me encontraba tumbada en el sofá, profundamente absorta en el libro que tenía en las manos, con la cabeza descansando en el regazo de Tony. Él había estado hojeando una de sus revistas cuando se quedó dormido, su respiración tranquila y regular marcando un contraste relajante con el ritmo de mi lectura.

Tony estaba completamente inmóvil, su cabello oscuro desordenado sobre el cojín del sofá y una expresión de paz en su rostro. Había algo profundamente reconfortante en esa imagen: ver cómo alguien tan fuerte y complejo encontraba un momento de calma y vulnerabilidad. Me acomodé más en su regazo, sintiendo el calor y la suavidad de su cuerpo como una manta protectora.

Lucy se encontraba en su habitación, como había empezado el calor estaba reorganizando el armario con la calma meticulosa que la caracterizaba, y George estaba en la cocina, ocupado preparando la cena con la habilidad que sólo él podía mostrar. La casa estaba tranquila, y todo parecía en su lugar.

Todo parecía perfecto, hasta que el repiqueteo estridente del teléfono rompió la serenidad del momento.

Tony se despertó de golpe, sobresaltado, su cuerpo tenso y sus ojos parpadeando con confusión. En su apresurada reacción, movió su pierna, haciendo que mi cabeza se deslizara de su regazo.

—¿Qué...? —exclamó, mirando a su alrededor con una expresión de desconcierto—. ¿Qué ha pasado?

Desde la cocina, George gritó para hacerse oír por encima del sonido del timbre del teléfono.

—¡Yo me encargo!

Tony se volvió hacia mí, su rostro lleno de disculpas.

—Lo siento, Liese —dijo, frotándose los ojos con una mano—. No me di cuenta de que me había quedado dormido.

Me reí suavemente, acomodándome de nuevo en el sofá mientras miraba su expresión avergonzada.

—Llevas así unos 40 minutos —le expliqué, con una sonrisa—. Estaba tan cómodo que ni siquiera notaste cuánto tiempo ha pasado.

Tony frunció el ceño, mirándome con curiosidad.

—¿Qué te hace tanta gracia?

Antes de que pudiera responder, Tony empezó a hacerme cosquillas, sus dedos moviéndose con destreza para provocarme risas involuntarias. Mi risa se mezcló con la suya mientras él se inclinaba sobre mí, acercándose con una mirada juguetona en los ojos.

—¡Tony, para! —grité entre risas, intentando alejar sus manos.

Él sonrió, disfrutando claramente de mi reacción mientras sus dedos continuaban su trabajo. La escena era un torbellino de risas y ternura, una burbuja de felicidad que parecía haber detenido el tiempo en nuestra pequeña burbuja de amor.

Pero justo cuando Tony estaba a punto de inclinarse para besarme, de repente, la puerta de la biblioteca se abrió de golpe, y George apareció en el umbral. La expresión en su rostro era una mezcla de sorpresa y diversión al vernos en esa situación.

—¡Eh, eh, eh! ¿De verdad tengo que ver cómo mi hermana pequeña y mi mejor amigo se ponen tiernos? —bromeó, su tono ligero y juguetón—. Para eso teneis un cuarto, ¿no?

Tony, aún tumbado sobre mí, alzó una ceja y me lanzó una mirada divertida antes de girarse hacia George.

—Créeme que allí hacemos cosas peores.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora