Capítulo 29- Anneliese

15 3 18
                                    


Había una tensión tan densa en la habitación que casi podía cortarse con un cuchillo. Desde que Lucy había aparecido en pijama, con esa sorpresa mal disimulada en su rostro, todo se sentía más... frágil. Nos habíamos sentado todos en torno a la mesa, pero nadie hablaba. Bueno, nadie excepto Skully, que no perdía la oportunidad de hacer comentarios sarcásticos desde su frasco, colocado en la encimera de la cocina, observando la escena con su habitual desprecio.

Esto es ridículo, ¿no creeis? —dijo con ese tono socarrón que había aprendido a ignorar a medias—. Un bonito reencuentro con caras largas. Deberíais hacer una fiesta o algo, ya que Lockwood ha vuelto al redil, pero mejor si le volvéis a echar.

Solo Lucy y yo podíamos oírlo, lo que hacía que la incomodidad fuera aún peor, ya que Tony estaba sentado ahí, ajeno a la mirada crítica del cráneo. Intercambiamos una mirada rápida, Lucy y yo, una que estaba cargada de lo no dicho. Ambas sabíamos que la situación no iba a mejorar si Skully seguía abriendo la boca—o lo que fuera que tuviera por boca.

Lucy, ignorando al cráneo, decidió ser la primera en romper el silencio, su voz algo forzada mientras preguntaba lo que ambos ya sabíamos que era un intento inútil de mantener una conversación normal.

—¿Qué tal le va a la agencia? —preguntó, intentando sonar casual.

Era una pregunta absurda, claro. Los habíamos visto en los periódicos más de una vez últimamente. La Lockwood & Co. seguía siendo el centro de atención de la prensa gracias a sus casos de alto perfil y a la siempre presente figura de Tony. Pero, aun así, Lucy decidió poner la pregunta sobre la mesa, tal vez con la esperanza de que eso aliviara la tensión que flotaba entre nosotros.

Yo me quedé callada, sintiendo cómo la energía en la habitación cambiaba sutilmente. No era solo mi incomodidad la que estaba presente. Estaba canalizando lo que sentíamos todos, una tormenta de emociones que pasaba de la sorpresa a la angustia, de la añoranza a la tensión acumulada.

Pero lo peor, lo que me alteraba más, era lo que sentía de Tony. Su angustia, profunda y desbordante, resonaba en mi interior, como una nota baja y constante que no podía apagar. Todo lo que había intentado hacer al irme, todo lo que había sacrificado, había sido para protegerlo. Para protegerlo de mí, de lo que mi poder podría hacerle, de lo que aquel fantasma me había advertido. Y sin embargo, aquí estaba, sentado frente a mí, con esa mirada de dolor que me desgarraba por dentro.

—Nos va bien —respondió Tony finalmente, su voz baja, con ese tono familiar que solía usar cuando intentaba no mostrar demasiado. No era el Tony lleno de energía y confianza que recordaba. Este Tony parecía estar algo más cansado, desgastado por algo que no quería admitir.

—George sigue cascarrabias, quizá más que antes —añadió, tratando de sonreír un poco, aunque la sonrisa no alcanzaba a sus ojos—. Y sigue con sus experimentos, ya sabes cómo es. Y Holly... bueno, Hol sigue ordenándolo todo, manteniéndonos a raya.

Lucy asintió, pero no dijo nada. Tampoco yo. Estaba demasiado ocupada intentando mantener mi propio equilibrio emocional, luchando contra la creciente ansiedad que la angustia de Tony me provocaba. Quería decirle que dejara de sentir así, que me estaba ahogando, pero no podía.

—Parece que a vosotras también os va bien —dijo Tony después de un silencio incómodo, mirando a su alrededor—. Tenéis un bonito apartamento.

Antes de que pudiera decir algo, Lucy lo interrumpió bruscamente, su voz cortante, casi afilada.

—No es Portland Row.

El comentario cayó como una piedra entre nosotros. Sentí el tirón de las emociones de Tony, su sorpresa, su incomodidad. Y algo más. Algo que no podía describir, pero que me hizo querer apartarme de todo esto.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora