Capítulo 51-Mix

17 1 41
                                    


POV-Lockwood

La escena se desplegaba ante mí como un mal sueño hecho realidad. En esos primeros segundos, la figura apenas era visible entre el fuego que la envolvía, como si una corona de llamas revoloteara sobre su cabeza. Era una visión aterradora: las llamas crepitaban y saltaban de un lado a otro, iluminando la figura monstruosa con un brillo espectral. Pero lo más inquietante no era el fuego, sino el hielo que se incrustaba en su superficie, cubriéndola con una capa gruesa y azulada. Parecía como si el fuego y el hielo coexistieran, luchando por dominar el cuerpo de la figura.

Me quedé paralizado al ver los dos ojos delgados y rasgados que sobresalían de su rostro, o lo que parecía ser su rostro. No había rasgos humanos, solo esos ojos finos que brillaban con un odio antiguo, casi bestial. La figura era enorme, sacándole una cabeza de altura a los ayudantes de Rotwell que se habían acercado para rociarla con sus pistolas de sal. Cada chorro de líquido levantaba nubes de vapor que envolvían a la criatura en una especie de neblina ardiente, como si estuvieran luchando para controlar algo que no entendían del todo.

Con un chirrido de bisagras, la figura avanzó, arrastrando sus pies pesadamente a lo largo de la cadena de hierro. El hielo que la cubría comenzó a caer al suelo en fragmentos, chocando contra el suelo de manera desordenada. Las llamas, que habían sido su distintivo más aterrador, se apagaron lentamente, dejando al descubierto lo que había debajo. Y fue entonces cuando lo vi con claridad.

—Dios mío... —murmuré, incapaz de apartar la vista.

Debajo de la capa de hielo y fuego, las extremidades de la figura estaban hechas de hierro, como si cada parte de su cuerpo hubiera sido forjada en un taller mecánico. Sus brazos y piernas estaban formados por placas metálicas, unidas por goznes y remaches. Los dedos de las manos y los pies, grotescamente grandes, estaban recubiertos de hierro, como las garras de un monstruo mecánico. La armadura cubría cada parte de su cuerpo, desde las franjas concéntricas que envolvían su torso hasta las placas ovaladas que cubrían su pecho, protegiéndolo de cualquier amenaza. Parecía un guerrero de otra época, pero uno construido por la mano del hombre, no por la naturaleza.

Lo más perturbador era la cabeza. Estaba protegida por un casco grueso, feo y brutal, sin ninguna ornamentación más allá de los tornillos que lo unían al cuello. Solo dos ranuras estrechas permitían ver los ojos que se ocultaban debajo. No había rasgos humanos, solo ese casco, siniestro y carente de vida. La figura se tambaleaba, como si estuviera al borde del colapso.

La cadena de hierro se sacudía bajo su peso mientras los científicos de Rotwell se acercaban con un carrito de metal. Con movimientos precisos, abrieron las cerraduras del casco y giraron las palancas con manos enguantadas. Finalmente, la visera del casco se alzó con un chirrido metálico, revelando el rostro que se ocultaba debajo.

Un rostro blanco, cadavérico, completamente agotado.

—No puede ser... —murmuré, incapaz de creer lo que veía.

Hasta ese momento, había pensado que la figura era una entidad sobrenatural, algo más allá de nuestro entendimiento. Pero ahora no había duda: aquella era la sombra en llamas que habíamos visto en el camposanto. Y no era un espíritu, como habíamos temido. Era un hombre. Un ser humano normal y corriente, aunque al límite de sus fuerzas, envuelto en una armadura que lo protegía del poder psíquico que lo rodeaba.

El hombre estaba tambaleándose, claramente agotado. Los ayudantes de Rotwell se apiñaron a su alrededor como hormigas, sujetándole los brazos de metal y sosteniéndole los costados. Con movimientos lentos y dolorosos, el hombre se dejó caer de espaldas en el carrito. Unos motores eléctricos zumbaron y el carrito comenzó a moverse, llevándoselo por un pasillo lateral, mientras los científicos corrían tras él.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora