Capítulo 46-Anneliese

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Al principio, lo que vimos parecía una pequeña esfera de luz fluorescente, no mayor que el tamaño de mi mano. Flotaba suspendida en el aire, envuelta en un brillo fantasmagórico que giraba lentamente, como si estuviera reuniendo energía. Todos la observamos con cautela, sintiendo que algo más grande estaba por venir. Y no nos equivocábamos. Mientras el orbe giraba, comenzó a alargarse y deformarse, creciendo hasta tomar la forma de un niño diminuto. Su cuerpo era tan etéreo y delgado que casi parecía romperse en cualquier momento, pero la luz que irradiaba era inquietantemente fuerte.

El niño llevaba un abrigo y unos pantalones desgastados, tan raídos que parecían haberse deshecho con el tiempo. A pesar del frío que llenaba la habitación, su pecho estaba desnudo bajo el abrigo, algo que hacía que mi corazón se encogiera de dolor. Su rostro delgado y demacrado, de piel pálida y estirada, mostraba signos de desnutrición, y sus grandes ojos redondos y ansiosos capturaban toda nuestra atención. Parecía atrapado en una mezcla de tristeza y vergüenza, como si su existencia misma fuera una penitencia eterna.

Mientras lo mirábamos, algo más sucedía. Nos dimos cuenta de que respirar se había vuelto difícil, como si el aire de la habitación se hubiera vuelto denso y frío, empujando hacia nuestros pulmones con una presión agobiante. El frío se apoderó de nosotros, atravesándonos la piel hasta los huesos, y por un momento sentí como si estuviéramos sumergidos en lo más profundo del océano, incapaces de escapar de su peso.

El niño, con medio cuerpo metido dentro del sillón donde yo había estado sentada, mantenía la cabeza gacha, sus ojos mirando al suelo con una mezcla de sumisión y abatimiento. Era como si estuviera enjuiciado por una figura invisible, y la tristeza que emanaba llenaba toda la habitación. Me dolía el corazón al verle, tan frágil y desgraciado, como si su sufrimiento hubiera quedado congelado en el tiempo.

De repente, escuché algo. No era un ruido claro, sino más bien un eco distante que se filtraba en mi mente, como un murmullo apagado.

—Oigo ruidos tenues —murmuré, tratando de enfocarme en ellos—. Como los gritos de alguien enfadado. Creo que es un adulto, pero está muy lejos.

Lucy, siempre perspicaz, replicó con voz baja:

—Querrás decir muy en el pasado.

George, que siempre estaba más enfocado en los detalles técnicos, interrumpió.

—Nunca podría haber pasado la verja de hierro que hay fuera —murmuró, pensativo—. Lleva aquí desde el principio. Los golpes en la puerta son una especie de recreación. Está repitiendo lo que pasó en esta habitación.

Asentí, sabiendo que tenía razón. Este tipo de fenómenos no eran raros, pero cada vez que ocurrían, sentíamos una mezcla de fascinación y terror.

—¿Qué crees que es, George? —pregunté—. ¿Un nimbo, lo confirmas?

George asintió, desenvainando su estoque con un movimiento fluido, la hoja brillante reflejando la tenue luz que irradiaba el niño.

—Sí, es un tipo dos —dijo con firmeza—. Habrá que atravesarlo si intenta hacer algo.

Kipps, que llevaba sus gafas puestas, murmuró con entusiasmo:

—Lo veo... ¡Es la primera aparición que veo en años!

Antes de que pudiera emocionarse más, Tony le cortó con voz autoritaria.

—Oye, no te emociones —le dijo—. No sabemos qué va a intentar.

A medida que pasaba el tiempo, el niño parecía moverse de forma errática. A veces levantaba la cabeza, sus ojos grandes y llenos de miedo dirigidos hacia la chimenea, como si temiera algo o alguien que estaba allí. Mis ojos siguieron su mirada, y pronto me di cuenta de que esa zona, junto a la chimenea, permanecía oscura, un vacío negro en contraste con el resto de la habitación, que brillaba con la luz fantasmagórica del niño. Algo en esa oscuridad era inquietante, y mis pensamientos vagaban hacia la posibilidad de que fuera una pista de lo que había ocurrido en el pasado, aunque los detalles, como las palabras pronunciadas por la voz enfadada, parecían haberse perdido para siempre.

Secretos del UmbralDonde viven las historias. Descúbrelo ahora