Capítulo 60: los tuyos, los míos, los nuestros

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—¿Se encuentra bien, señorita?— Greg me ofrece su mano mientras me dispongo a bajar los últimos escalones del parqueadero de mi edificio.

—No morí al tropezarme con tacones, entonces sí, estoy bien, solo con un pequeño dolor en el tobillo— me río un poco mientras hago una morisqueta, de verdad casi me quedo sin piernas y vida al tropezarme.

—El mundo estuvo a punto de temblar ante la caída de la señorita Rask, terrible futuro el que estuvimos a punto de vivir— Nathan, mi hermano mayor, se burla de mí.

—Tu hablas y el aire se contamina— le respondo.

—Tu existes y eres un atentado visual para los demás, causas terrorismo— mi hermano sigue alagándome.

—Ni con cirugías tu cara deja de estar en desorden— contesto.

—Sí, sí, el mundo sería un lugar más bello sin ustedes, pero aquí están, ahora, suban al auto— Naia Rask hace su comentario y su esposo se ríe mientras va con ella de la mano.

Abro y cierro la boca, no hay respuesta correcta cuando tu mamá es quien es la lanzadora de la flecha. Además que no importa la edad, mi boca está en peligro donde llegue a contestar mal, incluso mi hermano lo sabe, por eso se queda callado y entra en el auto.

Hans se monta en el asiento del copiloto, mientras Greg maneja. Mamá, Nathan y yo, nos hacemos atrás.

Las calles están algo solas, probablemente por la lluvia que cae, no tan fuerte para no ver, pero tampoco tan leve como para no mojar.

Mis pensamientos vuelan hacia los cientos de escenarios en los que todo puede salir mal, desde mi madre no aceptando a Christopher, mi hermano diciendo un comentario imprudente que hace que no quiera salir de mi casa en al menos un año, de un comentario imprudente de mi prometido, incluso yo autosaboteando mi gran momento, porque sé que puede pasar.

—¿Nerviosa?— mi mamá pregunta quedamente en mi oído, tomando mi mano y haciendo que aleje mi vista del exterior.

—Mucho— pongo mi cabeza en su hombro y cierro los ojos —Te extrañaba, mami— le digo.

Escucho una risa suave como respuesta mientras mi mano es acariciada suavemente, con amor, sus manos están calientes, como siempre, no importa que tan alto esté el aire, ella siempre es cálida.

—Y yo a ti, cariño— cierro los ojos mientras sonrío.

A veces el hogar no es un lugar, no es un espacio, no es un cuarto, a veces es simplemente una persona que con tan solo su presencia te hace sentir a salvo, no importa cuantos años pasen, ni que tan frágil parezca que mi mamá se vuelve, mi lugar seguro es ella, mi hogar es ella, y ahora Christopher, mi prometido.

—Busque fotos del sujeto en internet— dice Nathan, haciendo que abra los ojos y me aleje de mi mamá para mirarlo.

>>Y solo tengo una pregunta— alzo una ceja, no muy segura de que pueda verme en la penumbra —¿Le diste algún brebaje para que se quedara contigo? ¿Aún tienes la receta? Creo que si la vendemos nos volveremos ricos.

Antes de siquiera pensarlo le estoy lanzando mi bolso a la cabeza y estoy lista para pelear.

—¿Crees que si tuviera la receta mágica ya no la hubiera comercializado? El dinero es mi amigo, obvio que lo vendería— bufo —De verdad que eres hombre, así, sin cabeza.

—Uno no sabe, de pronto eres un ser egoísta quien quiere guardar todos los secretos del mundo para ti— hace un sonido con su boca —Quiero decir, no me dejabas coger tus muñecas— lo dice como si ello fuera prueba suficiente para apoyar su teoría.

Los Labios de ChristopherDonde viven las historias. Descúbrelo ahora