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Estaba en el comedor, dándome una vuelta por Instagram, buscando ideas para unos outfits que me gustaran. El sol se colaba por la ventana y todo estaba tranquilo, hasta que de repente la puerta se abrió de golpe. No me sobresalté, ya conocía esa entrada dramática. Era la figura de mi abuela. Con su porte inconfundible de señora rica e impaciente, entró como si la casa fuera un desfile de modas. Su moño perfectamente recogido, como siempre, y las gafas oscuras que nunca se quitaba, le daban un aire de autoridad que hacía temblar hasta al más pinta'o.

Mi tía estaba echá en el sofá, pero en cuanto vio a la vieja, se levantó disparada, buscando las chancletas que tenía a mano, claramente preparándose para la tormenta que venía. Porque cuando la abuela llegaba así, uno sabía que no venía a visitar, sino a poner orden, y de los malos.

—Buenas tardes, Brittany —dijo mi abuela con esa voz seca, ni siquiera me miró de frente. A ella poco le importaban los saludos, eso lo decía solo por cumplir.

—Hola —murmuré, tratando de no darle cuerda, aunque ya sabía perfectamente por qué estaba aquí. Desde que llegó, la cosa olía mal.

Mi abuela caminó despacito hasta quedar frente a mi tía, que seguía de pie, apretando la chancleta con los dedos como si eso fuera a salvarla de lo que venía. Mi abuela la miró con esos ojos detrás de las gafas, esos ojos de acero que usaba cuando quería hacer sentir a uno como cucaracha.

—La verdad, solo estoy aquí por una cosa —dijo, y en ese momento, el aire en la sala se volvió denso, como si el calor de la tarde se hubiese vuelto más sofocante.

Volví a mirar mi celular, haciéndome la que no me importaba, pero ni por un segundo dejé de poner atención. Sabía muy bien de qué venía a hablar.

Mi abuela suspiró, como si todo esto fuera una vaina que la tenía cansada.

—Quedan menos de seis meses para que yo entregue el bufete de abogados. O corriges a Franchesca y le quitas esa... condición —pronunció con tanto desprecio que parecía que le daba asco decirlo—, o no le voy a dar la empresa.

En ese momento no pude evitarlo. Se me fue la lengua antes de poder frenarla.

—¡Ser lesbiana no es una condición, abuela! —le solté. Y aunque me mordí la lengua después, ya era tarde. Las palabras habían salido como un balde de agua fría.

Mi tía me lanzó una mirada de "cállate la jeta", abriendo los ojos como si me fuera a meter en más problemas. Así que fingí volver a concentrarme en mi teléfono, aunque estaba hirviendo por dentro. Sabía que Franchesca estaba en su cuarto, probablemente oyéndolo todo desde la rendija de la puerta. La abuela sabía cómo lanzar una bomba sin necesidad de levantar la voz.

—Es una falta de respeto que se lo quites solo porque a ella le gustan las mujeres —dijo mi tía con la voz calmada, pero con ese temblor que la delataba. Mi tía siempre había sido una mujer echá pa'lante, pero frente a la abuela, hasta la más dura aflojaba—. Mamá, ella ha trabajado como una burra para esto. Es la mejor opción, ¡no hay nadie más! Papá y tú fundaron ese bufete, ¿de verdad quieres romper el legado por algo tan... tan insignificante?

Mi abuela se cruzó de brazos y soltó una risita fría, de esas que te dejan helado.

—*Insignificante* —repitió, arrastrando la palabra como si le supiera a mierda—. Tú no entiendes nada. *Nada*. Franchesca no puede representar a esta familia. Si no cambia, no solo no heredará el bufete, sino que no pondrá un pie en ese lugar jamás. Y te advierto: si no haces algo, tú tampoco tendrás nada que decir en esta familia.

El silencio que quedó después de eso era como una bofetada. Sentía el peso de las palabras de la abuela, como si hubieran aplastado cualquier intento de razonar. En el aire solo se escuchaba el zumbido lejano de los ventiladores de techo, pero nadie se movía.

Con esas últimas palabras, mi abuela se dio la vuelta. Sus tacones resonaron en el piso de mármol como el eco de un martillo que dictaba sentencia. Salió de la casa con la misma frialdad con la que había entrado, sin mirar atrás. Así era ella, mandaba y se iba, como un huracán que deja todo patas arriba.

Mi tía se dejó caer en el sofá, soltando un suspiro largo, pesao, como si llevara el mundo en los hombros.

—Esto se va a poner feo, Brittany —me dijo, con una mezcla de frustración y resignación. Sabía que esto no iba a parar aquí. La abuela no dejaba nada a medias.

Me quedé mirando mi celular, pero ya ni veía lo que tenía en la pantalla. Mis dedos pasaban las fotos sin sentido. Franchesca, mi hermana, había trabajado toda su vida para ganarse ese bufete, para estar donde estaba. Y la vieja iba a quitarle todo por un prejuicio de esos anticuados que ya no deberían ni existir.

En ese momento, solo pensé una cosa: No me voy a quedar quieta. Esto no se va a quedar así.

El esposo de mi hermana - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora