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Estaba sentada en la barra, esperando mi desayuno mientras la señora Carla llenaba la cocina con ese olor que te pone la boca hecha agua. Tocino. Dios, cómo amo el tocino. El sonido de la grasa chisporroteando era música para mis oídos.

De repente, sentí la puerta abrirse. Mi tía acababa de llegar de su clase de cocina, y como siempre, traía esa energía medio rara, medio entusiasta, como si fuera a salvar al mundo con una receta. Ella nunca cocina, pero se la pasa metida en esas clases de chef de moda, porque según ella "hay que saber de todo".

—¡Llama a Fran! Tengo una idea —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Franchesca! —grité lo más duro que pude, porque acá, si no gritas, nadie te escucha.

—¡Ya voy! —contestó Fran desde el segundo piso, también gritando, y no pude evitar soltar una risita. Así somos nosotras, la familia de las gritonas.

Mi tía se sentó en el comedor, y yo me le uní. Ni un minuto pasó cuando Franchesca apareció, todavía con el pelo un poco alborotado y cara de "¿qué pasó ahora?". Se sentó frente a nosotras, moviendo la silla con una sacudida rápida, como quien quiere saber qué está pasando de una vez por todas.

—Tengo una idea —empezó mi tía, con ese tonito misterioso que siempre usa cuando va a soltar una locura.

—Continúa —dijo Franchesca, cruzando los brazos, ya medio desesperada porque sabíamos que si mi tía tenía una "idea", algo raro estaba por venir.

—Hoy estaba en mi clase de cocina... —empezó a decir, y ya ahí todas sabíamos por dónde iba la cosa, porque, como ya he dicho, *mi tía nunca cocina*.

—Nunca cocinas —interrumpí, mirándola con una ceja levantada. Porque sí, de sus clases no sale ni un huevo frito.

—¡Ese no es el punto! —respondió ella, riendo. Las tres nos echamos a reír también, la verdad es que lo de la cocina siempre ha sido un chiste en esta casa.

—¡Al grano, por favor! —dijo Fran, golpeando la mesa con los dedos, como si la vida se le fuera en la espera.

—Bueno, ustedes saben mi amiga Sandra, ¿cierto? —preguntó mi tía, con esa cara de "les voy a soltar una bomba".

—Ajá... —dijimos al unísono, aunque la verdad yo apenas la recordaba.

—El hijo de ella estará aquí un tiempo. Va a jugar en la Copa América y ella me dijo que podría hablar con él para que... bueno, para que finja ser tu novio, Fran.

—¿Qué? —dijo mi hermana, con los ojos tan abiertos que casi se le salen de la cara—. ¿Cuál Sandra, cuál hijo, cuál Copa América?

—¡Ay, estúpida! —solté entre risas—. La señora que viene a cada rato. Creo que su esposo se llama... Neymar, ¿no?

Mi tía asintió con una sonrisa.

—¿O sea que el hijo es jugador profesional? —pregunté, tratando de hilar todo.

—Obvio, estúpida. Mi tía lo ha dicho un millón de veces, pero tú siempre estás en la nube, chica —respondió Franchesca, dándome un leve empujón en el brazo.

—Bueno, ¿y cuál es el plan? —dije, curiosa, porque todo esto sonaba como sacado de una novela.

Mi tía se inclinó hacia adelante, como si fuera a contarnos un súper secreto:

—Mira, él llega, se hacen novios falsos delante de tu abuela, ella te da el bufete, él se regresa a Brasil y luego inventas que terminaron por la distancia. Fin de la historia.

Franchesca abrió los ojos aún más, si eso era posible.

—Suena fácil, pero esas vainas nunca son fáciles —dije yo, sintiendo que esto podía terminar peor de lo que pensábamos.

—Bri tiene razón —dijo Fran, apoyándose en la silla con las manos en la cara—. Estas cosas siempre terminan mal en las novelas, ¿no?

—¿Tienen una mejor idea? —preguntó mi tía, levantando una ceja, esa ceja que siempre levanta cuando está retándonos a que la contradigamos.

Nos miramos las tres, y la verdad, aunque no lo queríamos admitir, ninguna tenía una mejor opción. Lo de la abuela seguía siendo un tema delicado, y cada vez quedaba menos tiempo.

—No la hay —dijo Fran, suspirando, mientras yo asentía. A veces las soluciones más descabelladas son las únicas que tenemos.

—Listo, eso se hará entonces. —Mi tía se levantó con una energía renovada, como si ya todo estuviera solucionado—. Me voy a mi habitación. Tengo que hacerle saber a Sandra que estamos dentro.

—Yo voy a tener que decirle a Sasha lo que está pasando... —dijo Fran mientras se ponía de pie, con esa cara de preocupación que siempre tiene cuando sabe que las cosas se van a complicar.

—Uy, eso no le va a gustar a Sasha... —dije, poniendo una cara de "uy, la que se va a armar". Sasha podía ser muy comprensiva, pero esto... esto era otro nivel.

—Carla, porfa, ¿nos puedes llevar el desayuno al cuarto? —le gritó Fran a la señora Carla mientras se alejaba hacia su habitación—. Para Sasha y para mí.

Mi tía y yo la miramos irse, con el silencio pesado de saber que el drama estaba lejos de terminar.

—Sí, eso va a estar bien complicado —dije, mirando a mi tía con una sonrisa nerviosa.

—Veremos qué pasa —contestó mi tía, también preocupada, mientras las dos esperábamos que no se formara la tormenta que ya se sentía en el aire.

El olor a tocino seguía flotando en la cocina, pero de repente, ya no tenía el mismo sabor de antes.

El esposo de mi hermana - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora