El día del viaje llegó más rápido de lo que esperaba. A las cinco de la mañana, el sol apenas comenzaba a asomarse, pero yo ya estaba en modo zombie, terminando de cerrar mi maleta. Todavía estaba medio dormida, con el pelo recogido en un moño mal hecho y mis AirPods puestos, cuando escuché a mi tía gritar desde el pasillo:—¡Bri, ya están esperando abajo!
Me pegué un susto del carajo y me apresuré a ponerme las chancletas. Agarré mi mochila, el bolso pequeño con mis cosas de mano y salí de mi cuarto, arrastrando los pies. Al bajar, encontré a Richard en la sala, hablando con mi abuela, mientras Franchesca revisaba su celular. Todos ya listos y esperando.
—¿Nos vamos o qué? —pregunté con una sonrisa cansada.
—Ya era hora que bajaras, dormilona —dijo Franchesca, sin levantar la vista del celular.
Richard me lanzó una mirada divertida, y mi abuela simplemente asintió con esa cara seria que siempre lleva.
—Listo, vamos al carro. No quiero que lleguemos tarde al ferry —dijo la abuela, levantándose y tomando la delantera.
El viaje hasta Barú iba a ser largo. Primero, teníamos que conducir hasta Cartagena y luego tomar un ferry para llegar a la isla. Barú siempre me había parecido un paraíso, pero con la abuela al mando, no estaba tan segura de que fuera a ser tan relajante como sonaba.
Subimos al carro. Obviamente, mi abuela tomó el asiento delantero, al lado del conductor. Franchesca y Sasha se sentaron juntas, mientras que Richard y yo nos acomodamos atrás, bien pegaditos. No es que hubiera muchas opciones, la verdad.
El carro arrancó y, aunque todos estábamos medio dormidos, no pasó mucho tiempo antes de que Richard empezara a jugar conmigo. Me daba pequeños empujones con su hombro, como quien no quiere la cosa, y cada vez que lo hacía, me lanzaba una mirada de complicidad.
—¿Podés dejar de molestar? —le susurré, tratando de no llamar la atención.
—No puedo, estás muy cerca, no puedo resistir —respondió con una sonrisa traviesa.
Yo solo rodé los ojos, aunque no podía negar que me gustaba esa forma en la que él me buscaba. Aunque estuviéramos en el carro, rodeados de mi familia, había algo entre nosotros que no podía ignorar. Sentía su presencia todo el tiempo, como si estuviera ahí solo para hacerme sentir nerviosa, pero de esa manera que disfrutaba.
Después de un rato, me puse los AirPods y cerré los ojos, tratando de desconectarme del mundo por un momento. Pero incluso con la música, sentía el roce de su pierna contra la mía, como si estuviera buscando cualquier excusa para mantener el contacto.
***
Llegamos a Cartagena unas horas después, el calor ya empezaba a pegar fuerte. Bajamos del carro para estirar las piernas antes de tomar el ferry, y yo aproveché para buscar algo fresco para tomar. Me fui con Franchesca y Sasha a una tiendita cercana mientras la abuela se quedaba en el carro, asegurándose de que todo estuviera en orden.
—Esto va a ser una locura —dije mientras agarraba una botella de agua de la nevera—. No sé cómo voy a sobrevivir una semana con la abuela encima.
—Tranquila, hermana —respondió Franchesca, echando una mirada rápida a Sasha—. Ya planeé algunas escapaditas para nosotras. No vamos a estar pegadas a la abuela todo el tiempo.
—Menos mal —dije, soltando un suspiro de alivio.
Sasha sonrió, asintiendo. La verdad, me gustaba la novia de Fran. Era callada, pero cuando hablaba, decía las cosas claras y sin drama. A diferencia de otras personas, cof cof, Coraline.