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El amanecer en Barú llegó demasiado rápido. A través de las cortinas apenas cerradas, los primeros rayos de sol se colaban tímidamente, iluminando la habitación con una luz suave. Abrí los ojos lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de **Richard** todavía pegado al mío. Sus brazos seguían rodeándome, su respiración tranquila y profunda contra mi cuello. Me moví un poco para estirarme, y en ese momento, él también comenzó a despertarse.

—¿Qué hora es? —murmuró con la voz ronca, todavía adormilado, mientras se acurrucaba más cerca, si eso era posible.

—Temprano, creo... —respondí, tratando de moverme, pero sus brazos seguían aferrados a mí. Estaba cómoda, no lo podía negar, pero sabía que si alguien nos veía en esta situación, sobre todo **Coraline** o **la abuela**, el problema sería mayúsculo.

El silencio se prolongó por un momento, solo se escuchaba el sonido suave de las olas desde la ventana abierta. **Richard** dejó escapar un suspiro profundo y finalmente me soltó, girándose boca arriba, mirando al techo.

—No sé cómo vamos a salir de esta sin que la abuela nos descubra —dijo, su tono serio, pero con una sonrisa traviesa aún en sus labios.

—Ay, deja de pensar tanto en eso —le respondí, dándome la vuelta para quedar de lado y mirarlo—. Si nos pillan, nos pillan. Ya no podemos hacer más que disfrutar por ahora, ¿o no?

—Vos siempre tan relajada —dijo él, soltando una risita.

Me estiré de nuevo, sintiendo cómo el sueño poco a poco me dejaba. Me levanté de la cama, tirando las sábanas a un lado, y caminé hacia el espejo para ver mi reflejo. El pelo enmarañado, la camiseta de dormir ligeramente arrugada, pero no me importaba. Estábamos en Barú, en la playa, y lo único que quería era aprovechar el día.

—Voy a bajar a ver si ya se levantaron los demás —dije, mientras me ponía una bata sobre la camiseta y ajustaba el nudo en mi cintura—. No me tardo.

Richard me miró desde la cama, todavía relajado, con una sonrisa de medio lado.

—No tardes mucho... —dijo con un tono que hizo que me girara para lanzarle una mirada de advertencia.

—Comportate, Ríos —respondí riendo, antes de salir de la habitación.

Bajé las escaleras descalza, sintiendo el frescor de la casa bajo mis pies, y entré a la cocina. Allí estaba **Franchesca**, ya despierta, sirviéndose un café mientras **Kylie** revisaba su teléfono en la mesa.

—¡Ajá, mira quién se levantó temprano hoy! —dijo Franchesca al verme entrar—. Pensé que seguirías durmiendo después de la escapada de anoche.

—¡Joda, no me recuerdes! —respondí con una sonrisa, sentándome junto a Kylie—. Necesitaba dormir un poco más, pero bueno, aquí estoy.

Kylie levantó la vista de su teléfono y me sonrió.

—¿Y qué tal tu noche, Bri? —preguntó con esa mirada de complicidad que siempre tenía cuando sospechaba algo.

—Tranquila, como debe ser —dije con una risa ligera, aunque sabía que no le estaba diciendo toda la verdad. Sabía que había algo en mi mirada que la hizo sospechar más de lo que debía, pero no tenía ganas de entrar en detalles. No todavía.

Franchesca se giró para mirarme con una ceja levantada mientras le daba un sorbo a su café.

—No me engañás, Bri. Te conozco muy bien —dijo, sonriendo de lado—. Anoche te vi muy acurrucadita antes de que subieras.

Me encogí de hombros, intentando no darle mucha importancia.

—Deja el chisme, Fran. Todo bien. Y vos, ¿qué planes tenés para hoy? —pregunté, tratando de cambiar el tema rápidamente.

—Sasha y yo vamos a la playa un rato —respondió **Franchesca**, girando hacia la ventana—. Hace buen día, y quiero aprovechar antes de que la abuela decida que debemos hacer alguna actividad aburrida con Coraline.

Kylie, que ya había dejado de prestar atención a su teléfono, me miró con una sonrisa.

—Yo también quiero ir a la playa. Vamos todas juntas, ¿no? —dijo con entusiasmo.

—Sí, sí. Pero primero tengo que cambiarme —dije, levantándome de la mesa. Sabía que si bajaba  Richard, la cosa se podía poner incómoda. Mejor evitaba miradas curiosas.

Volví a subir las escaleras, entrando a la habitación de nuevo. **Richard** estaba de pie, revisando su teléfono. Me lanzó una mirada rápida cuando entré, pero no dijo nada. Caminé directo hacia mi maleta, buscando mi bikini para cambiarme. Sabía que la mañana apenas comenzaba, y aunque el día parecía tranquilo, la tensión entre Richard y yo seguía flotando en el aire.

—¿Te vas a la playa también? —preguntó, finalmente rompiendo el silencio.

—Claro, no vine hasta acá pa' quedarme encerrada —respondí, sin mirarlo.

Sentí sus ojos en mí mientras me quitaba la bata y me cambiaba rápidamente. El día apenas empezaba, pero en el fondo, sabía que las cosas entre nosotros iban a complicarse más de lo que podía imaginar.

—¿Bajamos juntos o prefieres que baje primero? —preguntó, con esa sonrisa de lado que ya me conocía de memoria.

Me quedé en silencio un segundo, decidiendo qué hacer. Al final, le devolví una sonrisa y le di una palmadita en el hombro mientras pasaba a su lado.

—Baja primero, Ríos. No quiero dar de qué hablar... aún. —Y con eso, salí de la habitación, lista para otro día en Barú, pero sabiendo que no iba a ser solo sol y playa.

El esposo de mi hermana - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora