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Nos habíamos quedado dormidos en el sofá, entrelazados como dos idiotas que ni cuenta se dieron de la hora. Cuando me desperté y vi el reloj, el pánico me invadió.

—¡Richard, son casi las 10! —grité mientras me despegaba de su lado y me levantaba de un salto.

Él abrió los ojos con lentitud, como si no tuviera prisa alguna. El muy relajado.

—Parce, nos quedamos dormidos, ¿qué hacemos? —dijo mientras se tallaba los ojos.

—Nos bañamos rápido, ¡ya! —dije, arrastrándolo hacia el baño.

Entramos al baño y nos desnudamos sin pensarlo mucho, más por la prisa que por otra cosa. El agua fría nos cayó de golpe, pero ambos estábamos tan apurados que ni nos molestamos en ajustar la temperatura. El sonido del agua y la prisa del momento hicieron que todo fuera casi automático.

Richard me pasaba el jabón y yo me lo frotaba por todo el cuerpo rápidamente. Él me observaba con una media sonrisa.

—Ey, parce, vos sos una bala, ¿eh? Ni me das tiempo de admirarte bien —dijo con esa voz paisa que siempre me sacaba de quicio pero que, al mismo tiempo, me hacía sonreír.

—No estamos en un hotel pa' que te pongas a admirar nada. ¡Rápido! —respondí, empujándolo para que también se bañara.

Nos enjuagamos rápido y salimos del baño, envueltos en toallas y con el cabello chorreando agua. Nos vestimos casi a la carrera. Yo me puse una camiseta sencilla y unos jeans, nada que llamara la atención. Richard se vistió con lo mismo: camiseta y jeans, pero hasta con eso se veía bien el hijueputa

Salimos casi en bola de verga para el hospital, manejando más rápido de lo normal. Al llegar a la sala de espera, todos nos miraron como si hubiéramos cometido algún crimen. Bueno, supongo que no ayudaba mucho llegar tarde, empapados y con cara de recién despertados.

—No pierden el tiempo, ¿verdad? —susurró Coraline, pero lo dijo lo suficientemente alto para que yo lo escuchara.

—Pues no, y si estuvieras en mi posición tampoco lo perderías —le respondí, sin bajarle el tono. Toda la familia me lanzó miradas de desaprobación, y fue en ese momento que me acordé de por qué estábamos ahí. No era el lugar para armar más drama.

—¿Cómo sigue la abuela? —pregunté, intentando cambiar de tema.

—Está mejor —respondió Sasha, que estaba sentada cerca de Franchesca, con la cara visiblemente aliviada.

—Y quiere hablar con nosotras tres, así que vamos —dijo Franchesca, dándome un empujoncito para que entráramos a la habitación.

Respiré profundo, me acomodé el pelo y entré con mis hermanas. La verdad, ver a la abuela tan frágil y postrada en esa cama me hizo un nudo en la garganta. Siempre la había visto como la roca de la familia, la que nunca se derrumbaba, y ahora ahí estaba, con la mirada perdida y la piel pálida.

Nos quedamos las tres en silencio al pie de su cama, esperando a que hablara. El sonido de los monitores era lo único que se escuchaba en la habitación. La abuela carraspeó la garganta y, cuando habló, sentí que el tiempo se detenía.

—Niñas —dijo ella con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas—. Les debo una disculpa.

Franchesca bajó la cabeza, claramente afectada por lo que estaba por venir. Yo sentí cómo mis ojos se aguaban al instante, y hasta Coraline, que siempre tenía esa fachada de hierro, pareció ablandarse un poco.

—De todos mis nietos, ustedes son las que más han sufrido en la vida —continuó, con la voz temblorosa—. Y yo... yo no hice nada para ayudarlas. En vez de eso, las presioné y las empujé a vivir una vida que no era la de ustedes, sino la que yo quería para mantener la apariencia ante los demás.

Mis lágrimas ya estaban a punto de caer. Nunca pensé que la abuela, la misma que nos había presionado tanto, llegaría a decir algo así.

—Franchesca —dijo, mirando a mi hermana con ojos llenos de arrepentimiento—. Sabía lo de Sasha, pero estaba cegada por el qué dirán. Puse las opiniones de los demás por encima de tu felicidad. Perdóname. Tienes mi total aprobación para estar en la relación que te haga feliz, sin importar lo que piensen los demás.

Franchesca sollozó, claramente tocada por las palabras de la abuela. Sasha, que estaba fuera de la habitación, seguramente no sabía lo que estaba pasando, pero yo sabía que esto iba a cambiar todo para ellas.

Luego, la abuela se giró hacia mí, y yo me preparé para lo que fuera a decir.

—Bri, mi niña. Si te hace feliz seguir con Richard, hazlo. Es normal que a tu edad aún no decidas qué carrera quieres seguir. Lo importante es que seas tú misma, que no te dejes llevar por lo que los demás esperan de ti.

Mis lágrimas ya no aguantaron más. Sentí un alivio enorme al escuchar esas palabras de su boca, pero también un peso, porque sabía que todas estas revelaciones llegaban tarde. Muy tarde.

Por último, miró a Coraline, que estaba quieta, con el rostro inexpresivo.

—Cora —dijo la abuela, suavemente—. Todos cometemos errores, sobre todo cuando intentamos llenar vacíos en nuestras vidas. Pero lo importante no es el error, sino dar la cara y asumir las consecuencias de lo que hemos hecho. No es tarde para rectificar.

Coraline bajó la cabeza, visiblemente afectada por las palabras de la abuela. Tal vez, por primera vez en mucho tiempo, Coraline estaba viendo lo que había hecho mal.

Nos quedamos en silencio unos minutos, dejando que todo lo dicho se asentara en nuestros corazones. No había mucho más que decir. La abuela, con las pocas fuerzas que le quedaban, había soltado el peso que llevaba en el alma.

El esposo de mi hermana - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora