La ambulancia llegó en un abrir y cerrar de ojos, y antes de darnos cuenta, estábamos todos en camino al hospital. La abuela estaba mal, pero no sabía si era por el show que armamos o porque simplemente no pudo soportar tanta verdad de golpe. El restaurante quedó en completo silencio cuando se la llevaron, y ahora, todos nosotros íbamos detrás, con la tensión a flor de piel.Al llegar al hospital, nos llevaron a la sala de espera. El ambiente estaba cargado de nerviosismo y tensión, y lo peor de todo es que Coraline no paraba de lanzar indirectas y comentarios venenosos. Yo ya no me aguantaba más. Tenía la sangre hirviendo.
—¿Satisfecha? —soltó Coraline, cruzándose de brazos—. Felicidades, Bri. Lograste lo que querías. Dejaste a la abuela al borde de la muerte con tus estupideces.
—No me jodas, Coraline —respondí, apretando los puños. Me costaba contenerme—. Vos fuiste la que empezó con todo este circo, y ahora te haces la víctima. ¡No te hagás la loca!
Richard estaba al lado mío, con la cabeza baja. Claramente, no quería estar metido en el medio de todo esto, pero sabía que tampoco podía huir.
—Bri, relajate un poco, pues... —me dijo Richard en ese tono paisa que, en otra ocasión, me hubiera sacado una sonrisa—. Mirá, vos sabés que esto no sirve de nada. Peleando así no vamos a solucionar un carajo. Dejá de darle cuerda a Coraline.
—¿Y qué querés que haga, Richard? —le contesté, alzando un poco la voz—. ¿Que me quede callada mientras esta malparida nos arruina la vida?
—¡Yo no les arruiné nada! —gritó Coraline, dando un paso hacia mí—. ¡Si la abuela se muere es por culpa tuya, no mía! ¡Vos siempre has sido la oveja negra de la familia, la que hace lo que se le da la gana sin pensar en las consecuencias!
—¡Callate, hijueputa! —le grité, sin pensarlo dos veces.
Y ahí fue cuando todo se descontroló. Coraline se me lanzó encima y yo, que ya estaba hasta la coronilla, no lo pensé dos veces y le devolví el empujón. En cuestión de segundos, estábamos las dos agarradas por el pelo, rodando por el suelo de la sala de espera del hospital.
—¡Ey, ey, suéltense, par de locas! —gritó Richard, intentando separarnos. Pero ya era muy tarde. Nosotras estábamos en plena guerra.
—¡Te voy a arrancar esos extensiones de mierda, Coraline! —le grité, jalándole el cabello.
—¡Sos una fracasada, Bri! ¡Nadie te soporta! —me gritó ella, intentando golpearme.
—¡Ya bájense de esa, pues! —intervino la tía Gloria, la única que siempre había sido buena gente con Franchesca y conmigo—. ¡Esto no va a llevar a nada bueno, por Dios! ¡Estamos en un hospital, no en un ring de boxeo!
(Gloria es la que vive con ellas, creo que nunca dije su nombre)
Franchesca y mi tía Gloria lograron separarnos, aunque yo seguía echando fuego por los ojos. Coraline, con el cabello todo revuelto y la cara roja de la rabia, me miraba como si quisiera matarme.
—¡Sos una maldita, Bri! ¡Siempre has sido un estorbo en esta familia! —gritó Coraline, mientras intentaba recomponerse.
—¡Y vos sos una manipuladora, Coraline! ¡Siempre querés que todo gire a tu alrededor! ¡Pero ya basta, porque esta vez no te va a salir! —le respondí, temblando de la furia.
Richard, que había estado callado todo este tiempo, se metió entre las dos y nos miró a ambas con cara de fastidio.
—A ver, ya párale, Coraline. ¿Qué es lo que estás buscando con toda esta mierda? —dijo Richard, claramente irritado—. ¿Querés seguir jugando a la víctima? ¡Ya estamos hartos de tus juegos, pues!
—¿Qué querés que haga, Richard? —contestó ella, cruzando los brazos—. ¡Lo que quiero es que te des cuenta de que yo soy la mejor opción para vos, no Franchesca ni mucho menos Bri!
Richard soltó una carcajada sarcástica.
—¿La mejor opción? —dijo, negando con la cabeza—. ¡Ay, no me hagás reír, Coraline! Lo único que has hecho es meter cizaña y problemas en la familia. ¿Y creés que con eso te voy a querer más? ¡Estás loca, pues!
Justo en ese momento, salió un médico de la sala donde estaban atendiendo a la abuela. Todos nos quedamos en silencio, esperando noticias.
—¿Familia de Elizabet? —preguntó el doctor, mirando a todos los que estábamos ahí.
—Sí, somos nosotros —contestó mi tía Gloria, acercándose al médico.
—La paciente está estable, pero ha sufrido un infarto leve. Necesita reposo absoluto, y no puede estar sometida a más estrés —explicó el doctor—. Le hemos hecho algunas pruebas adicionales, pero por ahora, está fuera de peligro.
Todos soltamos un suspiro de alivio, pero el ambiente seguía tenso. Nadie se atrevía a decir nada. Yo estaba agotada, emocional y físicamente, pero al menos la abuela no se iba a morir esa noche.
—¿Podemos verla? —preguntó Franchesca, todavía nerviosa.
—Solo un par de personas, por ahora —respondió el doctor—. No queremos que se altere.
Mi tía Gloria y Franchesca decidieron entrar, mientras Richard, Coraline y yo nos quedamos en la sala de espera, en un silencio incómodo.
—Ya basta de todo esto —dije, rompiendo el silencio—. Es hora de que dejemos de hacernos daño entre nosotras. La abuela casi se muere, y nosotras aquí peleando por estupideces.
Richard asintió, cansado, y Coraline, aunque seguía molesta, no dijo nada. Parecía que, por primera vez en mucho tiempo, estaba pensando en lo que había pasado.
Coraline se quedó en silencio, sin saber qué decir. Sabía que había perdido, y que no le quedaba más remedio que aceptar la realidad. La guerra familiar había llegado a su punto más alto, pero era momento de encontrar la paz, por el bien de todos.
La abuela sobrevivió, pero la familia ya no sería la misma.