La casa estaba en completo caos con Franchesca y yo recogiendo todo para mudarnos de nuevo. Nuestra vida con la señora Sandra y Richard había sido una mezcla de emociones, pero sabíamos que volver a casa significaba cerrar un capítulo de nuestras vidas. Ahora que la abuela había salido de la clínica y todo parecía haberse calmado un poco, nuestra tía nos dio la orden de que empacáramos todo porque al día siguiente, nos largábamos de vuelta a nuestra casa.
Estaba doblando mi ropa, intentando meterla en la maleta, cuando sentí que alguien entraba a mi habitación. Era Richard, claro, con su sonrisa burlona.
—Vea y usted qué hace —me dijo con esa voz suya, siempre provocando.
—Pues, arreglar mi maleta, idiota —le respondí sin siquiera mirarlo.
—¿A quién es que le estás diciendo idiota? —preguntó, acercándose rápido.
Antes de que pudiera decir algo más, me agarró por los cachetes y me plantó un beso que me dejó la cabeza dando vueltas. No pude evitar sonreír como una tonta. Así me tenía, con solo un beso, perdida.
—Mi tía nos mandó a recoger, vamos a volver a nuestra casa mañana —le dije, mientras él me miraba con una ceja alzada y la mano ya en mi trasero.
—¿Qué? ¡No, ni por el carajo! —exclamó, cargándome como si fuera un costal de papas y saliendo de la habitación conmigo en brazos, bajando las escaleras a toda velocidad.
Llegamos a la sala, donde la señora Sandra y mi tía estaban debatiendo sobre la decoración.
—Yo creo que es mejor el color gris, así combina con la mesita —decía la señora Sandra, pero Richard interrumpió sin aviso.
—¿Cómo que se van? —preguntó con tono de sorpresa y frustración.
—Sí, mañana por la mañana —respondió mi tía tranquilamente, sin ni siquiera levantar la vista de las revistas de muebles que tenía frente a ella.
Richard aún me tenía cargada como si fuera un saco de arroz, y para empeorar la situación, me soltó una nalgada juguetona que me hizo reír.
—Vea este igualado, yo me voy pa' mi casa —le dije entre risas, mientras intentaba zafarme.
—Usted no se va a ninguna parte —respondió él, ignorando mis quejas y mirando a mi tía—. ¿Verdad que se puede quedar? —preguntó, claramente buscando apoyo en ella.
Mi tía se encogió de hombros, sonriendo con tranquilidad.
—Mijo, pregúntele a ella, ya es adulta —respondió, dándonos la libertad de decidir.
Richard me dio otra vuelta en el aire, riéndose como si fuera un niño que acababa de ganar un juego.
—Amor, quédese —me pidió con esa cara de niño travieso que me hacía derretir.
—¡Pero si me bajas primero! —respondí, sintiéndome mareada por todas las vueltas que me estaba dando.
Finalmente, me bajó, pero cuando intenté salir corriendo, me empujó contra el sofá y me dejó atrapada debajo de su peso. Estaba sofocada de tanto reírme.
—¡Richard va a matar a la hija ajena! —gritó la señora Sandra, pero su risa delataba que no lo decía en serio.
—¡No me deja respirar, Richard! —dije, empujándolo para que se levantara.
Cuando por fin lo hizo, me jaló de los pies y me dio otra nalgada, lo que hizo que todos en la sala soltaran carcajadas.
—Listo, entonces ya está decidido. ¡Se queda! —dijo Richard, satisfecho consigo mismo.
—Primer paso, que viva aquí; segundo paso, preñarla pa' amarrarla bien —añadió él, riéndose a carcajadas.
Mi tía no pudo evitar unirse a la diversión.
—Si así le pega normal, no quiero imaginarme cómo será cuando... jum —dijo ella, riéndose también.
La verdad, por más caótica que fuera la situación, había algo cómodo en esta locura. Sabía que, a pesar de todo, estábamos juntos, y aunque la vida familiar siempre sería un drama continuo, Richard y yo habíamos encontrado nuestro propio ritmo. Claro, con sus chistes pero lo cierto es que, en ese momento, no me importaba. Éramos un desastre, pero éramos nuestro propio desastre.
Y a veces, eso era suficiente.