A las 11 de la mañana, seguíamos acurrucados en nuestra cama. Richard y yo estábamos abrazados, en ropa interior, cubiertos solo por una sábana ligera. Ahora que la casa estaba prácticamente vacía con la señora Sandra disfrutando de las playas de Cancún con su esposo Neymar, era fácil olvidarse del mundo. Nuestra habitación, la llamaba ya, y me gustaba cómo sonaba.
Estaba profundamente cómoda, apegada a Richard, cuando de repente sentí mi celular vibrar sin parar sobre la mesa de noche. No quería contestar, pero el maldito no paraba.
—Hijueputa vida, no pueden ver a un pobre mal acomodado —murmuré.
Finalmente agarré el teléfono y, sin ganas, contesté.
—¿Qué mal estaré pagando yo con usted? —le dije a Franchesca, sin ocultar mi fastidio.
—Son las 11 y media, y tú sigues dormida, Brittany —me soltó ella, como si estuviera haciendo algo grave.
—Ay no, ¿qué quieres? —le respondí, sabiendo que no me había llamado solo para despertarme.
—Coraline está histérica porque le llegó una carta de que la van a meter presa —dijo Franchesca, preocupada.
Mi humor cambió de inmediato. Coraline presa. No era broma.
—Ya voy para allá —contesté rápidamente, dejando el celular de lado y comenzando a levantarme.
Pero Richard, siempre aprovechando cualquier excusa para quedarse pegado a mí, me jaló de nuevo hacia la cama, abrazándome más fuerte.
—Mmm, ¿pa' dónde vamos? —dijo con la voz ronca de recién despierto.
—Vea y a usted quién lo invitó —le dije, mientras intentaba zafarme.
—Y quién le dijo a usted que puede salir cuando quiera, tiene que pedirme permiso primero —respondió, con una sonrisa traviesa, levantándose.
—Como si yo estuviera secuestrada, atrevido —dije, dándole un golpe con la almohada.
—Párese y báñese, vagabundo —le dije, en tono de regaño.
Nos metimos a duchar juntos, porque, claro, Richard siempre busca excusas para meterse en el baño conmigo. El agua caliente corría sobre nosotros, mientras yo trataba de mantenerme seria, pero él me salpicaba con el agua, me abrazaba por detrás y no dejaba de hacerme reír. Jugamos como si fuéramos niños, pero con cada roce, la tensión subía.
—No sé por qué te baño si después vas a salir más sucia que antes —me susurró en el oído, mientras me agarraba por la cintura.
—¡Cállate, Richard! —le respondí, dándole un empujón con una sonrisa. Pero, en el fondo, disfrutaba cada segundo de esos momentos con él.
Salimos del baño, y mientras yo me cepillaba el pelo frente al espejo, Richard ya estaba listo y tirado en la cama, con el teléfono en mano, como si no le importara el mundo.
—¿Usted sí se demora, no? —me dijo, riéndose mientras me veía aún en ropa interior.
—Ay, cállate, que las cosas bien hechas se toman su tiempo —le respondí, mientras terminaba de vestirme.
Finalmente, salimos en bola de verga ,pero esta vez rumbo a casa. Cuando llegamos, saqué mis llaves y entramos. Coraline estaba tirada en el piso de la sala, con la mirada perdida, en pijama, rodeada de botellas de alcohol. Una estaba casi vacía y la otra ya había cumplido su función.
—Beyoncé te atrapó —le dije, mirándola con tristeza.
Ella asintió, sin siquiera levantar la cabeza. No estaba en condiciones de pelear. Me acerqué y la abracé en el suelo, sintiendo su cuerpo temblar por el llanto y la rabia contenida.
—¿Dónde están las lesbianas? —pregunté, y Coraline solo señaló en dirección a la cocina.
Caminé hacia allá, con Richard detrás, y al entrar, vi a Franchesca y Sasha besándose intensamente, como si no tuvieran nada más en qué pensar.
—¡Uy, gas! —dije, haciendo una mueca. Ellas se separaron rápidamente.
—¿No les alcanza la noche o qué? —les dije, burlándome.
—A ti tampoco, porque a las 11 y todavía dormida. Te trasnochás mucho —me respondió Franchesca, mientras Richard se ponía rojo de la risa.
—En fin, ¿qué pasó con Coraline? —pregunté, volviendo al tema que realmente importaba, mirando en dirección a la sala.
—Mañana es el juicio —respondió Franchesca con un tono serio.
—¿Y vas a ir como su abogada? —le pregunté, con un poco de preocupación.
Franchesca no me respondió de inmediato, pero Sasha fue la que rompió el silencio.
—Sí, sí la va a defender —dijo, mirándola con una mezcla de apoyo y desafío.
Franchesca asintió lentamente.
—Voy a ir —respondió finalmente—. Pero necesito pruebas, algo que pueda usar, y ella no me dice nada.
—Pobre Coraline —murmuró Sasha.
—No le podemos decir a la abuela porque capaz que sí la matamos —dijo Franchesca, intentando reírse para aliviar la tensión.
—¡No te rías! —le grité, lanzándole un periódico enrollado.
Franchesca me lanzó una mirada divertida y agarró un sartén.
—¡Vas a ver, desgraciada! —gritó, mientras yo salía corriendo por toda la casa, muerta de la risa.
Finalmente, Richard se puso delante de mí, protegiéndome, y Franchesca no pudo pegarme con el sartén.
El resto de la tarde lo pasamos jodiendo, comiendo y tratando de hacer que Coraline se animara un poco, pero la verdad es que la situación la tenía mal. Sabíamos que el juicio sería difícil, y aunque no lo dijéramos, todos estábamos asustados por lo que podría pasar.