Los días habían pasado rápido, demasiado rápido, y ya estábamos a nada de la boda de Franchesca y Richard. Una boda que era más farsa que realidad, pero bueno, aquí estábamos, montados en este circo. Hoy era la famosa cena de agradecimiento, una tradición familiar antes de cada boda. Un evento lleno de drama, chismes y apariencias. Y, como siempre, yo llegaba tarde.
—¡Qué estrés, no quiero ir a esa cena! —dije mientras me apuraba a maquillarme en el cuarto de Kylie, que me miraba desde la cama, despreocupada, revisando su celular.
—Relájate, niña. Eso es solo un papel que dice que están casados —respondió ella, sin despegar la vista de la pantalla.
Suspiré mientras me echaba perfume. —Es que, ¿cómo carajos no nos hemos decidido aún sobre qué hacer pa' alejar a Coraline?
—Mejor que piensen rápido —dijo ella, y luego soltó un suspiro—. Pobre Sasha... No puedo imaginar lo incómoda que debe estar.
Me detuve un segundo, viendo mi reflejo en el espejo, y luego volví a echarme más perfume. —Sasha me dijo que estaba a punto de terminar su relación con Franchesca. Esto la tiene jodida.
Kylie asintió en silencio, y cambió de tema al verme ya lista.
—¿Te llevo o qué? —preguntó, mientras se levantaba de la cama.
—Sí, porfa. Estoy tarde —respondí mientras salíamos del cuarto.
Subimos al carro y durante todo el trayecto me quedé pensando en cómo íbamos a zafarnos de Coraline, la reina de las malparidas. Llegamos al restaurante más rápido de lo que esperaba, y antes de bajarme del carro, Kylie me lanzó una última mirada.
—Les recomiendo que hagan lo que el corazón les diga. —Su tono era suave, pero cargado de seriedad.
—Ajá, gracias, beba —le respondí, sonriendo mientras bajaba del coche. Yo también tenía que ver qué carajos hacía.
Entré al restaurante y, apenas entré, vi a Richard y Franchesca levantarse de sus sillas. Ambos tenían una expresión entre nerviosa y preocupada. Se acercaron a mí casi de inmediato.
—¿Qué vamos a hacer? —me preguntó Franchesca, con los ojos grandes como platos.
—No tengo ni la más mínima idea —le respondí, mirando hacia la mesa donde estaban sentados los demás, incluyendo a la bruja mayor: Coraline.
Justo en ese momento, Coraline, con su sonrisa de culebra, se acercó a nosotros. Se mordió el labio y lanzó su veneno de inmediato:
—Tic-tac, bebés. El tiempo se les acaba. Lo mejor sería que Richard —dijo, acercándose a él de manera descarada— se case conmigo.
Richard rodó los ojos, claramente fastidiado. Yo, por mi parte, no me pude contener.
—¡Suéñalo, zorra! —le respondí, empujando la puerta del restaurante con fuerza y entrando con paso firme.
Sentí a Richard reírse en voz baja, negando con la cabeza, y mientras ocultaba una sonrisa, me seguía de cerca.
Nos sentamos, y la cena comenzó. Los viejos hablaban entre ellos, fingiendo que todo era perfecto, mientras nosotras, las hermanas, estábamos más tensas que un hilo. Yo lanzaba miradas desafiantes a Coraline, que se las devolvía con una sonrisa maliciosa.
Y entonces, la muy perra se levantó de la mesa. Ay, esta va a soltar una bomba. Todos se quedaron en silencio, pendientes de lo que iba a decir.
—La verdad es que tengo que decir algo —anunció Coraline, levantando su copa de vino con un aire de grandeza que me revolvió el estómago—. Franchesca tiene una relación con Sasha, y lo de Richard es una completa farsa.
¡Zas! Todo el restaurante quedó congelado. Richard estaba pálido, incómodo, y claramente queriendo desaparecer de ahí. Yo sentí que el calor me subía al cuello y no pude contenerme.
—Ah, ¿sí? Pues si vamos a tirarnos los trapitos al sol, ¿por qué no dices que llevas años robándole plata a la abuela? —le solté con una sonrisa de lo más tranquila.
Coraline me miró, sorprendida por un segundo, pero rápidamente se recompuso.
—Pues tú te estás cogiendo al casi esposo de tu hermana —respondió, venenosamente.
—Pues sí, me lo como. Y bien que quieres tú, pero estás ardida porque no puedes. —Mi sonrisa se hizo más maliciosa mientras le daba un trago a mi champaña.
La cara de Coraline se puso roja de la rabia, pero antes de que pudiera reaccionar, solté otra bomba.
—Además, cierra la boca, zorra. Tú solo quieres casarte con él para limpiar tu imagen, porque estás metida en cosas ilegales y no sabes cómo salir. Ojalá termines presa por malparida.
El restaurante quedó en silencio absoluto. Ay, Dios mío, la abuela está pálida, pensé. Justo cuando pensaba que la cosa no podía ir peor, Coraline se levantó y me lanzó el vino en la cara.
—¡Más zorra eres tú! —me gritó, furiosa.
Ay, marica, esto ya se jodió.
Franchesca se puso de pie, temblando pero con una decisión que me sorprendió.
—¡La verdad es que sí soy lesbiana! —gritó, con la voz temblorosa pero firme—. Y voy a aceptar la oferta del otro bufete de abogados, porque allá sí me aceptan sin prejuicios. Todos ustedes que viven de la apariencia, pueden irse a la mierda.
Yo me levanté tambaleante, ya el alcohol me estaba afectando, pero Richard me sostuvo con una mano en la cintura. Le solté una sonrisa traviesa y me giré para mirar a Coraline, que estaba roja de la furia.
—¡No la miren con desagrado! —dije, señalando a mis dos tías chismosas, que estaban sentadas juntas, con cara de escándalo—. Tú, la que está ahí, tu esposo te pone cachos con peladitas de 18, y tu hija es... bueno, no es prostituta porque ellas cobran, tu hija lo da gratis.
En ese momento, la abuela se levantó, pálida como una hoja de papel. Ay, marica, la vieja se va a morir aquí mismo, pensé.
—Ay, marica, matamos a la abuela... —susurré, viendo cómo la mujer se llevaba la mano al pecho.
Y ahí estábamos. Con el drama familiar en su punto máximo, con todas las cartas sobre la mesa, y la abuela a punto de caer redonda. ¿Qué más podía pasar?