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Era nuestra última noche en Barú, y todo se sentía como si el tiempo estuviera pasando demasiado rápido. No quería irme, no quería dejar atrás la playa, el ambiente relajado, pero sobre todo, no quería dejar atrás todo lo que había estado ocurriendo entre Richard y yo. En el fondo, había una parte de mí que temía lo que vendría cuando volviéramos a la realidad.

Mi abuela y mi tía estaban en la sala, organizando la reserva en un restaurante cerca de la playa. Iban a celebrar una "noche blanca", ya sabés cómo es mi abuela con esas cosas elegantes y ceremoniosas. Me había puesto un vestido blanco, sencillo, pero con un lazo en la espalda que no lograba acomodarme. Estaba luchando con los nudos frente al espejo, frustrada, cuando Richard entró en la habitación.

—¿Te ayudo? —dijo con una sonrisa, y antes de que pudiera responder, ya estaba acercándose.

Sentí su mirada recorriéndome de arriba abajo, como si estuviera admirando cada detalle. Me giré, dejando que él acomodara el lazo en la espalda. Sus dedos eran firmes pero delicados, y en cuestión de segundos lo había arreglado sin problema. Cuando terminó, me dio un pequeño beso en los labios, tan suave que apenas lo sentí.

—Te ves hermosa —susurró, tan cerca que su aliento me acarició la mejilla.

Lo miré y, por un momento, me olvidé de todo lo demás. Él también estaba impecable, con unos pantalones blancos y una camisa de tela fresca, que parecía hecha a medida.

—Tú tampoco te quedás atrás, Ríos —le respondí, sonriendo mientras miraba su atuendo de pies a cabeza.

Nos quedamos en silencio por un segundo, mirándonos, pero sabíamos que no podíamos alargarnos más. Miré a los lados para asegurarme de que no hubiera nadie antes de darle otro beso, más largo, más profundo, pero rápido. Después, bajamos a la sala.

Franchesca ya estaba allí, con Sasha, que se notaba visiblemente irritada, probablemente porque Coraline no había parado de hablar de sus "maravillosas" anécdotas sobre su vida en el extranjero. Con solo verle los ojos, sabía que Sasha estaba harta. No la culpaba.

—Niña, ¿ya está lista? —dijo Franchesca, notando que por fin habíamos bajado.

—Más que lista —respondí, sonriendo mientras nos encaminábamos a la playa.

La caminata por la arena hasta el restaurante fue tranquila, pero con la tensión a flor de piel. Las manos de Richard rozaban las mías de vez en cuando, pero no nos atrevíamos a tomarnos de la mano por si Coraline o, peor, la abuela, nos pillaba.

Cuando llegamos al restaurante, todo estaba iluminado con luces cálidas que se mezclaban con el resplandor de la luna sobre el mar. Era un escenario hermoso. Todos vestidos de blanco, como si fuera una película, pero la incomodidad estaba justo por debajo de la superficie. Me senté al lado de Richard, y pedimos la comida. Yo, emocionada, opté por el salmón, pero mi estómago ya empezaba a revolverse.

Como era de esperarse, mi abuela empezó con su interrogatorio. Esta vez, su foco de atención era la supuesta relación entre Richard y Franchesca.

—Entonces, Richard, Franchesca, cuéntenme... ¿qué planes tienen para el futuro? —preguntó mi abuela, tomando un sorbo de su vino, con esa mirada calculadora que siempre lanza cuando espera respuestas perfectas.

Franchesca se quedó paralizada. Pude ver cómo se le tensaba el rostro y cómo bajaba la mirada, claramente nerviosa. No tenía ni idea de qué decir.

—Eh... bueno, aún no lo hemos decidido... —respondió, tartamudeando, mientras mi abuela la miraba con esos ojos que parecen taladrarte el alma.

El sudor empezó a correrle por la frente. Estaba blanca como el vestido que llevaba.

—Nos vamos a casar —dijo de repente, con una voz firme que sorprendió a todos.

Abrí los ojos como platos, incapaz de procesar lo que acababa de decir. Mi mirada voló directamente hacia Sasha, que estaba sentada a su lado. Podía ver cómo se desmoronaba por dentro, aunque intentaba mantener la compostura. Sus ojos, sin embargo, hablaban de dolor.

—Espero que eso no tarde mucho, la entrega del bufete está cerca —dijo mi abuela, imperturbable, como si no se hubiera dado cuenta de la tormenta emocional que acababa de desatar en la mesa.

Franchesca bajó la cabeza, incapaz de mirar a nadie. Me sentí mal por ella, atrapada en esta mentira, pero sabía que no había mucho que pudiera hacer. Era un desastre, y Sasha... bueno, ella simplemente miraba al plato como si el mundo se le estuviera viniendo encima.

Y, como si no fuera suficiente, la hijueputa de Coraline empezó con sus gritos y su show:

—¡Beso! ¡Beso! ¡Beso! —empezó a corear, como si estuviera en una película ridícula.

Yo solo quería que la tierra me tragara, y estoy segura de que Sasha también lo deseaba. Pero, claro, en esa situación no había nada que hacer.

Franchesca y Richard cerraron los ojos con fuerza, sabiendo que no había escapatoria. Lentamente, se inclinaron y se dieron un beso. Pero fue rápido, un simple roce que apenas duró un microsegundo. Aun así, mi estómago dio mil vueltas. Ver a Richard besar a mi hermana, aunque fuera todo una farsa, me dejó en shock.

Mi tía, que había estado mirando todo con cara de confusión, intentó intervenir para suavizar la situación, pero no supo qué decir. Yo, por mi parte, ya no podía ni pensar. El salmón que había pedido, el cual esperaba disfrutar, de repente me sabía a mierda. Literalmente no podía comer nada.

El ambiente estaba cargado de tensión, y aunque la comida llegó, ya nadie hablaba demasiado. Todos estábamos metidos en nuestros propios pensamientos, tratando de digerir lo que acababa de pasar.

***

Cuando volvimos a la villa, el silencio entre Richard y yo era ensordecedor. Subí las escaleras sin decir una palabra, tratando de escapar a la tranquilidad de mi habitación. Me sentía confundida, molesta, traicionada, y sabía que Richard iba a seguirme.

Cerré la puerta detrás de mí, pero no pasaron ni dos minutos cuando escuché que se abría de nuevo. Lo sabía.

—¿podemos hablar ? —preguntó Richard desde la puerta, con su voz tranquila pero cargada de preocupación.

—por favor —afirmó esta vez, con un tono más suave, casi triste.

Me giré para agarrar otra esponja, pero antes de que pudiera hacer nada, sentí sus manos en mis caderas, anclándome en el lugar. No me moví. Mi mirada seguía fija en el suelo, sin querer enfrentarlo, sin querer ceder.

Richard ya no es lo mismo , no eres el novio falso de mi hermana, eres su prometido ahora — dije con los ojos llorosos

No llores— dijo él abrazándome

No es fácil — dije antes de ceder al abrazo

El esposo de mi hermana - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora