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El día del juicio llegó más rápido de lo que esperábamos, y desde temprano, la casa estaba llena de tensión. Franchesca, la abogada oficial de nuestra familia en este caos, estaba revisando papeles sin parar, con cara de pocos amigos. Coraline, por otro lado, estaba más pálida que una sábana y no paraba de caminar en círculos, todavía luchando por encontrar las palabras para explicarle a Fran cómo carajo se había metido en este lío.

Yo, sinceramente, estaba cagada del susto por mi hermana, pero también tenía una rabia interna que no me dejaba estar tranquila. Después de todo, Coraline se había metido en cosas turbias, y aunque me doliera decirlo, sabía que lo que estaba en juego no era solo su libertad, sino también el bufete familiar y todo lo que habíamos trabajado para mantener en pie.

Richard intentaba calmarme, pero hasta él estaba nervioso.

—Mija, calmate que vos parecés la que va a estar en el banquillo —me dijo, pasándome una mano por el hombro mientras me tomaba un jugo que ni siquiera me había terminado.

—No puedo, Richi, es que no sé cómo vamos a salir de esta... —le respondí, con un suspiro profundo.

Nos alistamos rápido y salimos rumbo al tribunal. La tensión en el auto era palpable, todos íbamos en silencio, hasta Coraline no abría la boca.

Día 1 del Juicio

Entramos al juzgado, y fue como si de repente todo el aire se volviera más pesado. Franchesca llevaba su traje impecable, la cara de concentración absoluta, lista para lo que se venía. Nos sentamos en la primera fila, justo detrás de Coraline y Fran, mientras esperábamos que el juez hiciera su entrada.

—Este lugar huele a nervios, ¿verdad? —me susurró Richard, intentando relajarme, pero ni siquiera eso me sacaba una sonrisa.

El juez, un tipo serio y sin ninguna expresión, entró al tribunal, y el juicio comenzó. El abogado de la fiscalía empezó a hablar, describiendo la serie de actividades ilegales de Coraline: desde lavado de dinero hasta fraudes que involucraban a varias empresas. Yo escuchaba cada palabra sintiendo como si me echaran un balde de agua fría en la cabeza. Esto era mucho peor de lo que habíamos pensado.

—La acusada, Coraline, ha participado en múltiples transacciones ilegales para "limpiar" dinero obtenido de fuentes dudosas, utilizando su posición dentro de varias empresas para enmascarar sus crímenes —dijo el fiscal, con una voz fría y calculadora.

—Eso es una mentira —susurró Coraline, casi para sí misma.

—Tranquila, Cora, tranquila —le dijo Franchesca, tocándole el brazo suavemente mientras revisaba los papeles.

El juez pidió silencio, y Franchesca se puso de pie. Cuando Fran hablaba, tenía una presencia increíble. Toda la sala se quedó en completo silencio mientras ella empezaba su defensa.

—Señoría, el caso que presenta la fiscalía está basado en suposiciones y una interpretación errada de los hechos. Mi cliente, Coraline, ha sido manipulada por personas con mayor poder, y no ha tenido ningún beneficio directo de las acusaciones que se le imputan —dijo Franchesca, con una calma que me sorprendía, mientras sacaba una serie de documentos.

El primer día fue largo, lleno de testimonios y documentos que iban y venían. La fiscalía parecía tener todo preparado: cada transacción de Coraline, cada firma, cada movimiento que ella había hecho estaba detallado en papeles. Franchesca luchaba por defenderla, argumentando que Coraline había sido engañada por socios comerciales sin escrúpulos, que habían utilizado su nombre sin su conocimiento.

Sin embargo, el fiscal no iba a dejarlo pasar tan fácil.

—¿Es que pretende que creamos que la acusada, con su experiencia en el mundo de los negocios, no tenía idea de lo que estaba firmando? —preguntó el fiscal, lanzando una mirada incrédula a Franchesca.

—Señoría, lo que intento demostrar es que mi cliente fue víctima de una estafa dentro de su propia empresa. No se le puede juzgar por los crímenes cometidos por terceros que utilizaron su firma sin su conocimiento —respondió Franchesca, con la misma calma de antes.

El juez anotaba todo en su libreta, su rostro serio, sin mostrar ninguna reacción.

Al final del primer día, todos estábamos agotados. Coraline estaba al borde del colapso, pero al menos Franchesca había logrado sembrar algunas dudas en la mente del juez.

—Mañana será más duro, pero creo que tenemos una oportunidad —nos dijo Franchesca, mientras caminábamos fuera del juzgado.

Día 2 del Juicio

El segundo día fue aún más tenso. Esta vez, el fiscal sacó su carta más fuerte: un testigo clave, un antiguo socio de Coraline que estaba dispuesto a testificar en su contra para reducir su propia sentencia. La traición estaba en el aire.

El hombre se sentó en el estrado y comenzó a describir cómo Coraline había aprobado transacciones y firmado documentos que, según él, demostraban que ella estaba al tanto de todo.

—La señorita Coraline sabía exactamente lo que estaba pasando. Ella estuvo presente en las reuniones donde se discutieron las estrategias para limpiar el dinero —dijo el hombre, su voz temblorosa pero clara.

Franchesca se levantó, lista para contrainterrogar al testigo.

—¿Tiene usted alguna prueba física de que mi cliente sabía lo que estaba firmando? —preguntó, manteniendo la calma.

El testigo titubeó.

—Bueno... no directamente. Pero ella firmó los documentos —respondió, tratando de mantener la compostura.

—Entonces, si no hay pruebas físicas, ¿cómo podemos estar seguros de que mi cliente sabía exactamente lo que estaba firmando y no fue, como dije antes, manipulada? —preguntó Franchesca, lanzándole una mirada desafiante.

El hombre balbuceó algo, pero ya era tarde. Franchesca había logrado desestabilizar su testimonio.

Finalmente, llegó el momento de que Coraline hablara. Se levantó lentamente, visiblemente nerviosa, pero sabía que su defensa dependía de que ella fuera clara y honesta.

—Yo... yo cometí errores, señoría. Fui ingenua y confié en personas que no debía haber confiado. Pero nunca tuve la intención de hacer nada ilegal —dijo Coraline, su voz temblorosa, pero sincera—. Nunca me beneficié de esas transacciones, y lo único que quiero es demostrar que fui engañada.

El juez la miró fijamente durante unos largos segundos, antes de volver a revisar sus notas.

Después de dos días intensos, finalmente llegó la hora de la sentencia. El juez se levantó y, en un tono serio, comenzó a hablar.

—Después de revisar toda la evidencia y escuchar los testimonios presentados, he llegado a una conclusión. Señorita Coraline, sus acciones han demostrado una falta de cuidado extremo en sus responsabilidades profesionales, lo que permitió que se cometieran actos ilegales bajo su nombre. Sin embargo, no hay pruebas concluyentes que demuestren que usted se benefició de estos actos de manera directa... Por lo tanto, la sentencia será una multa significativa y cinco años de libertad condicional. No irá a prisión, pero estará bajo estricta supervisión —declaró el juez.

Todos soltamos el aire que llevábamos contenido. No era la libertad completa, pero Coraline no iría a prisión, lo cual era un alivio gigante.

Franchesca se giró hacia nosotras, con una sonrisa cansada, y Coraline dejó escapar un suspiro de alivio mientras se desplomaba en la silla.

—Te salvaste,perra hijueputa —le dije, y le di un fuerte abrazo.

Richard nos miró desde el otro lado de la sala, sonriendo, y me guiñó un ojo. Sabía que había sido un momento complicado, pero al final, seguíamos siendo una familia, con todos nuestros defectos y dramas, pero una familia unida.

El esposo de mi hermana - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora