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Al llegar a casa, ya iba una hora tarde para la dichosa cena familiar. Me duché a la velocidad de la luz, me hice unas ondas suaves en el cabello, y como toque final, me pinté los labios de rojo, rojo pasión. Era la oportunidad perfecta para ponerme ese vestido de cuero que había comprado .Sabía que en mi familia siempre hablaban mal de todos, y yo no era la excepción. Así que decidí darles algo de qué hablar.

—Boquiabiertos es que van a quedar —susurré frente al espejo, dándome una última mirada antes de salir.

Al llegar al restaurante Gussiland, entré con toda la actitud. Los tacones resonaban en el suelo mientras avanzaba hacia la mesa larga donde ya estaban todos. Alcancé a ver a mi abuela en el centro de la mesa, con su pose de matriarca inquebrantable. A su lado estaba mi tía Eugenia, esa mujer que tenía la capacidad de criticar hasta la forma en la que respiras.

Vi cómo me escaneaban de arriba abajo, con esas miradas que lo dicen todo sin decir nada. Y yo, como siempre, sonreí fingidamente, porque claro, ¿qué más podía hacer? Tenía que mantener la compostura, aunque por dentro me hirviera la sangre.

—Bri, ya era hora que llegaras, niña —dijo mi abuela con esa voz que mezclaba autoridad y falsa cortesía.

—Sí, disculpen, el tráfico estaba un poco pesado —mentí, dándole un beso rápido en la mejilla antes de sentarme.

Alrededor de la mesa estaban todos los personajes que componían este circo familiar. Mi tía Eugenia, sentada a la derecha de mi abuela, controlando todo con su mirada crítica. Luego estaba mi prima Ramona, mejor conocida por mí como Rasputia, masticando como si el mundo se fuera a acabar. Esa mujer era una malparida, siempre metida en todo, criticando cada paso que daba. Y no faltaba su esposo, Félix, que siempre la secundaba en todo, pero parecía más un accesorio que un verdadero esposo.

Al otro lado, vi a mis tíos Felipe y Clara, los que siempre se jactaban de sus "éxitos" financieros, como si fuéramos a morirnos de envidia. Y no faltaban sus dos hijos, mis primos Andrés y Julián, sentados al fondo, como si quisieran desaparecer del ambiente familiar. Esos dos nunca se metían en nada, pero tampoco ayudaban.

Y por supuesto, estaban los protagonistas de la noche: Franchesca y Richard, sentados juntos en una esquina de la mesa, fingiendo ser la pareja perfecta. Mi hermana se veía tensa, como si cada palabra que saliera de su boca fuera una sentencia. Y Richard... él trataba de mantener la compostura, pero yo sabía que estaba incómodo.

Justo cuando me acomodé en mi asiento, mi tía Eugenia no perdió la oportunidad de empezar el interrogatorio.

—Franchesca, Richard, ya nos tienen que contar más detalles sobre la boda. ¿Cómo van los preparativos? —preguntó con esa sonrisa que no llegaba a sus ojos.

Franchesca tragó saliva, y noté cómo Richard le dio un apretón en la mano bajo la mesa, intentando calmarla. Claramente no estaban listos para ese tipo de preguntas.

—Eh... bueno, aún estamos viendo algunas opciones para la ceremonia —respondió mi hermana, con una sonrisa forzada.

—¿Y la fecha? —intervino Ramona, mirándolos con esa típica mirada de serpiente—. Dicen que si no hay fecha, es porque no están tan seguros de casarse.

Franchesca se puso pálida. Sabía que estaban improvisando, y cualquier palabra en falso podría hacer que toda la mentira se derrumbara. Yo, desde mi asiento, observaba con una mezcla de nerviosismo y diversión. Sabía que no tenían ni idea de qué responder.

—Estamos pensando —dijo Richard, tomando la delantera—. No queremos apresurarnos, queremos que todo salga perfecto.

Mi tía Eugenia frunció el ceño, claramente no satisfecha con esa respuesta.

—¿Y por qué tanto tiempo? Con lo bien que se ven juntos, uno pensaría que querrían casarse cuanto antes —dijo mi tío Felipe, uniéndose a la conversación desde el otro lado de la mesa.

Franchesca dejó escapar una risa nerviosa.

—Es solo que queremos hacer las cosas bien, sin presiones —respondió ella, intentando sonar casual.

—Ah, claro, claro... pero tanta calma no es típica en parejas tan enamoradas, ¿o me equivoco? —dijo Rasputia, con una ceja levantada y esa voz cargada de veneno.

La tensión en la mesa aumentaba con cada palabra. Richard intentaba calmar a Franchesca, pero yo podía ver cómo sus manos temblaban ligeramente.

—Bueno, nosotros ya vivimos como una pareja. No es que la boda vaya a cambiar lo que sentimos —intervino Richard, tratando de desviar la conversación.

—¿Y qué tal va la convivencia? —preguntó mi prima Andrea, que hasta el momento no había dicho una palabra.

Yo casi escupo la bebida. ¿Cómo iba Franchesca a responder esa? Claramente, no vivían juntos ni eran pareja de verdad. Y las preguntas no paraban.

—¿Ya han pensado en hijos? Porque si se van a casar, es lógico que vengan nietos pronto, ¿no? —añadió mi tía Clara, como si fuera lo más natural del mundo.

Mi abuela, que hasta ese momento había estado observando en silencio, finalmente intervino.

—Bueno, Franchesca, Richard, parece que hay muchas expectativas sobre ustedes. Una relación tan bonita... cuéntenos algo íntimo, algo que solo las parejas enamoradas comparten. ¿No es cierto, Eugenia?

Mi tía asintió con entusiasmo, mientras todos en la mesa esperaban una respuesta. Franchesca y Richard se miraron como dos prisioneros a punto de recibir una sentencia de muerte. Yo podía ver que mi hermana estaba al borde del colapso.

—Bueno... eh, Richard siempre me sorprende con detalles. A veces me cocina cuando llego tarde del trabajo —dijo Franchesca, con la voz temblorosa.

—¿Ah, sí? —dijo coraline, con esa maldita sonrisa burlona—. Qué curioso, porque cuando estuvimos en Barú dijiste que tú eras la que cocinaba todo el tiempo.

El comentario cayó como una bomba. La cara de Franchesca palideció, y Richard intentó rápidamente salvar la situación.

—Intercambiamos, depende del día —dijo, sonriendo incómodo.

El silencio que siguió fue incómodo. Yo, desde mi asiento, observaba todo en silencio, sintiendo cómo el peso de la mentira comenzaba a aplastar a Franchesca. Mi abuela entrecerró los ojos, claramente sospechando de algo.

—Me parece que ustedes no se conocen tanto como dicen —murmuró mi abuela, tomando un sorbo de su vino.

El ambiente se volvió insoportable. Sabía que esto no podía seguir así por mucho tiempo. Franchesca estaba al borde del colapso, y yo no tenía ni idea de cómo íbamos a salir de esto sin que toda la farsa se viniera abajo.

Miré a Richard de reojo, y vi en su expresión lo mismo que yo sentía: esto iba a explotar en cualquier momento.

El esposo de mi hermana - Richard RiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora