El aire en la iglesia era denso y cargado de emociones. Estábamos todos allí, reunidos por la abuela, a quien todavía no daban de alta. La familia había organizado una misa para pedir por su pronta recuperación. Toda la familia estaba presente, desde Franchesca, nerviosa por el futuro, hasta Coraline, que aunque siempre había sido la más problemática, no dejaba de mostrar una fachada de control.Me sentía extraña en ese ambiente. Yo no era precisamente religiosa, pero ver a mi familia reunida por un motivo tan delicado me hacía reflexionar. Franchesca y Sasha estaban sentadas juntas, en un rincón, hablando en voz baja. Richard, sentado a mi lado, me dio un leve codazo para captar mi atención.
—Parce, ¿todo bien? —susurró, su acento paisa suave, pero siempre presente.
Lo miré de reojo. Él sabía perfectamente que no estaba bien. No había forma de estarlo con todo el drama que había pasado entre la familia, las decisiones de Franchesca, la tensión con Coraline... y él. Había tantas cosas no dichas entre nosotros.
—Normal... —le respondí, aunque sabía que no era cierto.
Nos miramos por unos segundos, y en ese instante, sentí esa tensión familiar que siempre surgía cuando estábamos solos o cuando nadie más estaba prestando atención. Las palabras entre nosotros no eran necesarias; lo que sentíamos era innegable, pero estábamos atrapados en una situación donde todo parecía un caos. aunque la abuela había dado su bendición, las cosas no eran tan sencillas.
La misa seguía, el sacerdote hablaba, pero mis pensamientos estaban en otra parte. Sentía la mano de Richard rozar la mía, como si estuviera probando hasta dónde podía llegar sin que nadie lo notara. Mi respiración se aceleró un poco, pero no hice nada para apartarlo.
—¿Nos vamos? —murmuró él, inclinándose hacia mí, con esa mirada de picardía que me volvía loca y al mismo tiempo me hacía querer golpearlo.
—¿Qué? —pregunté, aunque en el fondo sabía perfectamente a qué se refería.
—Ya me aburrí de todo este sermón. Vos también querés salir de acá, no te hagás la santa —dijo, su tono bajo, pero con esa sonrisa traviesa que no podía ocultar.
Lo miré, y en el fondo sabía que tenía razón. Estaba harta de estar aquí, pretendiendo que todo estaba bien cuando todo era un desastre emocional. Sin pensarlo mucho, me levanté sigilosamente y lo seguí. Nos escabullimos por una puerta lateral, tratando de no llamar la atención de nadie.
—Estás loco —dije, mientras caminábamos rápido hacia un pequeño jardín que rodeaba la iglesia.
—Y vos me seguís el juego, parce, así que no te quejés —respondió, su tono lleno de esa confianza que a veces me sacaba de quicio y a veces me encantaba.
Nos detuvimos en un rincón, detrás de unos árboles que nos cubrían de la vista de cualquiera. El sonido del tráfico de la ciudad se mezclaba con el canto lejano que aún venía de la iglesia. Nos miramos, y antes de que pudiera decir algo más, él se acercó.
—No me aguanto más —dijo, su voz baja y llena de deseo.
Antes de que pudiera protestar o pensar demasiado, sentí sus labios sobre los míos. Fue un beso rápido, desesperado, lleno de todo lo que habíamos reprimido durante tanto tiempo. Mi cuerpo reaccionó de inmediato, acercándome más a él. En ese momento, no me importaba nada más. Ni la familia, ni la abuela, ni la farsa de boda. Solo estábamos él y yo.
—Rich... —empecé a decir, pero él me interrumpió, besándome de nuevo.
Su mano rodeó mi cintura, atrayéndome hacia él, mientras nuestras respiraciones se entrelazaban. Sentía su corazón latir rápido, igual que el mío. Sabía que esto estaba mal. Pero en ese momento, no podía parar. No quería parar.
Nos separamos unos segundos, ambos respirando con dificultad, sin apartar nuestras miradas.
—No puedo seguir con esto... con fingir que no me importás —dijo Richard, con su acento paisa más marcado por la emoción—. Sos lo único que pienso, Bri. Yo te quiero a vos.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar sus palabras. Las había esperado durante tanto tiempo, pero ahora que las decía, todo se sentía más complicado.
—Richard, no sé qué hacer... —confesé, sintiendo cómo la realidad volvía a
—Todo está mal porque no estamos siendo honestos, Bri —respondió, tomando mi rostro entre sus manos—. Decime la verdad, decime que vos no sentís lo mismo, y te dejo en paz.
Lo miré, sabiendo que no podía mentirle. Lo que sentía por él era real, y negarlo solo empeoraría las cosas.
—Yo... —empecé a decir, pero las palabras no salían. Porque, claro que sentía lo mismo.
El tiempo parecía detenerse mientras nuestras emociones estaban a flor de piel. Pero antes de que pudiera responder, escuchamos pasos acercándose. Nos separamos de golpe, tratando de recomponernos. Era Coraline.
—¿Qué hacen ustedes dos aquí? —preguntó, su mirada sospechosa.
—Nada, solo... necesitábamos aire —respondí, tratando de sonar casual.
—Ajá, claro —dijo Coraline, cruzándose de brazos—. Pues más les vale no hacer nada que avergüence a la familia, ¿entendido?
Él y yo reímos y volvimos a caminar junto a coraline hasta la iglesia