56: Lo que uno hace por amor

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-Gege -dijo una pequeña niña, mientras jugaba a hacer una casa con piedras del jardín -. ¿Por qué siempre tienes que irte?

Shi Wudu, varios años más joven, posiblemente de unos diecinueve, observó algo dolido a su hermano. Sí, su hermano debía vestirse y vivir como una niña, fue lo único que se le ocurrió y lo único que los chamanes habían mencionado como la única escapatoria ante el demonio que acechaba al menor.

-Eso es porque estoy cultivando -le sonrió -. Ya sabes que si consigo la inmortalidad, podré protegerte.

-Pero siempre me abandonas. No me gusta que alguien más me cuide, yo solo quiero estar contigo.

Su corazón fue tocado. El pequeño niño era tan adorable que lo hacía querer todo el tiempo estar con él. Tal vez, ese día aceptaría los castigos del santuario si es que faltaba.

Rió.
-De acuerdo. Hoy estaré contigo.

-¿En serio? -sus ojos celestes brillaron -¡Entonces vamos a la playa!

Y obedeciendo, partieron. El pueblo en el que esta vez residían estaba muy alejado de la zona popular de las Llanuras Centrales, muy cerca de la costa, de las zonas pesqueras y comerciantes. A cada sitio que iban, Shi Wudu aprovechaba sus habilidades antes adqueridas para poder cambiar de clanes de cultivo, no sin antes cumplir con unas disculpas adelantadas, explicando el porqué llega de repente y porqué en cualquier momento se puede ir.

Aunque ya conseguían estar ahí un año entero, el mayor tiempo que jamás creyó posible. Y tal vez, esto signifique que viviendo ahí y de sa forma podrían cumplir sus objetivos.
Tan solo faltaba un año para que el pequeño Shi Qingxuan pudiera comenzar un cultivo, y si seguía esforzando Shi Wudu tendría la inmortalidad, y quién sabe, tal vez con ascensión a los cielos.

Apenas llegaron ambos contemplaron el mar, el pequeño corrió por la arena, jugando con ramas y formando figuras incomprensibles, dejando que sus pies se mojaran con las olas heladas y espumosas. El viento soplaba y les dejaba el aroma a sal de todo el sitio, no había razón es para no quedarse viendo aquel espectáculo. Mucha gente suele afirmar que el mejor momento para ver el mar siempre es el amanecer o atardecer, pero eso es reducirse a buscar la belleza con exasperación. La belleza está siempre frente a uno, en un paisaje de mediodía común y corriente, en la sonrisa de esa persona a quien más ama.

A pesar de las advertencias el pequeño niño se metió mucho más al agua, jugando a atrapar la arena que se deslizaba por sus dedos.
Era paz.
Era tranquilidad.
Hasta que Qingxuan resbaló, cayendo sobre la arena y dejando que el agua cubriera todo su cuerpo. Shi Wudu se levantó de inmediato en advertencia, y se descontroló de terror en cuanto vió como las olas regresaban al agua y arrastraban a su hermano quien lloraba por la sal que había ingresado a sus ojos.

Llegó a sujetarlo para ponerlo a salvo, el niño lloraba sin parar y el pánico hacia galopar su corazón y sus venas palpitar. Había sido un accidente común y corriente, ¿No? Todo estaba, bien. Todo estaba bien.








-Didi -dijo cuando regresaron a casa -. Cuando caíste, ¿Escuchaste una voz diciéndote algo?

-No lo recuerdo Gege -el niño jugando con las cintas que debían colocarse en su cabello.

El joven suspiró. Observando todo el sitio a su alrededor, cada objeto de aquella casa era valioso y lentamente se iban para poder pagar varios costos. Eran la herencia de su familia, uniendo también la casa como un regalo de los chamanes del santuario donde cultivaba. Él, internamente, deseaba poder continuar con el negocio familiar, por desgracia otra parte suya lo odiaba por aún ser parte del apellido. Lo detestaba. Quería darle un nuevo sentido, quería hacerlo propio y que la gente lo recuerde por algo desligado a su linaje. Prefería reinventarlo. Odiaba el significado, o más bien dicho, la procedencia.




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