Al salir del cuarto de cámaras, apenas podía procesar lo que había pasado. Mi respiración seguía agitada y el eco de las últimas palabras de Rafael martillaba en mi cabeza. Cerré los ojos un momento, intentando calmarme, pero todo lo que sentía era una mezcla de desconcierto y una rabia inexplicable que no lograba contener. ¿Cómo habíamos llegado a este punto? Apreté los labios y sin más, me dirigí hacia la cabaña. El fresquito de la noche apenas lo sentía, estaba tan caliente y confundida que no percibía nada más.
Cuando llegué a la cabaña, Marce ya me estaba esperando. Me vio desde la ventana y en cuanto abrí la puerta, su mirada pasó del desconcierto a la preocupación en cuestión de segundos.
—¡No mames, María! —exclamó, dejando el termo de "café" que tenía en las manos sobre la barra de la cocina—. ¿Qué te pasó? ¡Pareces gata revolcada de tejado!
Su comentario me sacó por un momento del desmadre que traía en la cabeza. Esa era Marce, siempre buscando sacarle humor a cualquier situación, por más desastrosa que fuera.
—¿Y los niños? – Pregunto porque no quiero que me vean con estas pintas. Sabrá Dios que parezca en este momento.
—Están en mi cuarto viendo una película – Su cara sigue siendo de sorpresa al recorrerme de arriba a bajo con la mirada. De repente le sale una risita nerviosa.
—Si te cuento, no me lo vas a creer... —murmuré, quitándole el termo de las manos para empinármelo y darle un buen trago al vino helado que tenía en su interior. ¡Lo necesitaba! Me llevé la mano a la frente, tratando de calmar un poco mi tensión.
—¡¿Te hizo algo Pablo?! – Sus ojos parecían querer salirse de sus órbitas. Yo negué con la cabeza.
—¿Entonces? – Me vuelvo a empinar el termo para darle otro trago. Marce se desespera - ¡Ya, carajo! ¡HABLA!
—Rafael ... - Es lo único que le digo y sabrá Dios que este pensando su retorcida cabeza.
—¡¿QUÉ?! ... - Afirmo con la cabeza en lo que me dirijo al congelador por la botella de vino para volver a llenar el termo que me termine en dos tragos - ¡¿Qué puta madre significa eso?!
Me acerca el otro termo para llenar ambos. Al parecer las dos lo necesitamos. Yo por el subidón que traigo encima todavía y ella por la sorpresa de verme como gata revolcada.
—Vamos a mi recamara en lo que me cambio te cuento. No quiero que los niños me vean así y sobre todo no quiero que escuchen nada. Pero antes de empezar a contarte dime ¿Por qué no abriste la puerta tú?
Marce se queda a mitad de camino con cara de circunstancias como si apenas comprendiera algo que pasó.
—Pinche Juan Carlos
—¿Por qué Juan Carlos? Ese wey que tiene que ver aquí. Se supone que el plan era que tu me abrieras para que el troglodita de su amigo no se enterara. ¿Qué paso?
Marce soltó una risa nerviosa mientras se llevaba el termo a los labios, claramente queriendo ganar tiempo. Sus ojos evitaban los míos, y eso, justo eso, me ponía más ansiosa.
—Bueno, Flaca... —empezó a decir, haciendo malabares con el jodido termo que tiene en sus manos—. Es que, verás... las cosas no salieron como las planeamos. Pero antes de que me mates, te lo voy a explicar todo, ¿va?
Me quedo helada al verme en el espejo del baño. ¡Pero si la imagen que doy grita por todos lados que me acaban de meter una fajoneada de infierno!. El vestido medio chueco, despeinada, con el cuello rojo y los labios hinchados. ¡Dios, gracias por que mis hijos no me vieron así!. Y ni que decir que huelo delicioso a la loción de Rafael ¡¿Y cómo no?! Con tanto repegón, sería un milagro que no fuera así.
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Más Allá del Juego
RomanceMás allá del juego ¿Quién dijo que el divorcio es el fin del mundo? María, una empresaria de 37 años con dos hijos, te demostrará que es solo el comienzo de una montaña rusa de risas, sarcasmo y segundas oportunidades. Acompáñala mientras malabarist...