54 Marcando territorio

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María

Después de dejar a mis padres instalados en mi departamento, miro el reloj y me doy cuenta de que ya es hora de ir por los niños al colegio. Justo cuando estoy buscando las llaves de la camioneta, siento una presencia a mi lado. Es Luis, mi hermano menor, con esa sonrisa tímida tan suya que me transporta a nuestra infancia.

—Te acompaño, Flaca —me dice, su voz suave pero decidida.

Una oleada de cariño me invade. Mi hermano, siempre tan protector a su manera introvertida, ofreciéndome su compañía sin necesidad de grandes gestos.

—Claro, cabroncito. Vámonos —le respondo, agradecida por la oportunidad de pasar un rato a solas con él. Hace tanto que no tenemos un momento así, solo nosotros dos.

Nos subimos a la camioneta de Rafael y, tan pronto como arranco, noto cómo los ojos de Luis recorren el interior. Su mirada se detiene en cada detalle como si fuera un detective buscando pistas en la escena de un crimen. Casi puedo ver los engranajes de su cerebro trabajando, conectando puntos.

—Bonita camioneta —comenta casualmente, aunque puedo detectar la curiosidad mal disimulada en su voz—. ¿De quién dijiste que era?

—De un amigo —respondo, intentando mantener un tono neutral. Pero conozco a mi hermano; sé que no se va a conformar con esa respuesta vaga.

Luis suelta una risita que me confirma que no me he salido con la mía.

—Sí, claro. Es de ese "amigo" misterioso del que Ana no para de hablar, ¿verdad? —dice, haciendo comillas con los dedos en la palabra "amigo".

Siento cómo el calor sube a mis mejillas.

<<Pinche Ana chismosa>>

—Se llama Rafael —admito finalmente, rindiéndome ante lo inevitable—. Y sí, es... mi novio.

Luis asiente lentamente, como si estuviera degustando la información, saboreándola antes de tragarla por completo.

—Rafael... —repite, y puedo sentir cómo analiza el nombre—. ¿Y este Rafael tiene apellido o nada más le pusiste nombre de pila como a un perrito?

No puedo evitar soltar una carcajada. Mi hermano, a pesar de ser más chico que yo, puede ser tan formal y directo que a veces me descoloca.

—"Como un perrito"... No mames —le digo, dándole un golpe juguetón en el brazo—. Se llama Rafael Córdoba, y para tu información, señor detective, es el entrenador de natación de los niños.

Las cejas de Luis se disparan hacia arriba, y por un momento veo en sus ojos un destello de preocupación fraternal.

—Vaya, vaya... La señorita "odio al pinche entrenador mamón" ahora anda de novia con él. Qué rápido cambian las cosas, ¿no?

Siento cómo el rubor en mis mejillas se intensifica. Maldita sea, ¿por qué tengo que ser tan transparente? Mi cara siempre me traiciona.

—Bueno, ya... las cosas cambiaron, ¿ok? —murmuro, fingiendo concentrarme en el tráfico como si fuera lo más interesante del mundo.

Mi hermano me mira con esa forma que sólo él sabe hacer. Con esos ojazos enormes color miel que transmiten pura nobleza, pero que ahora brillan con picardía.

—De que cambiaron, me queda claro —me dice con una sonrisa maliciosa—. Por eso la confianza de soltarte su juguete.

—¡Luis! —exclamo, sintiendo cómo hasta las orejas se me ponen rojas. ¿Es posible que alguien se sonroje tanto sin que le explote la cara?

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